
Foto retrato de Alma Mahler.
El 'quiero y no puedo' de Alma Mahler, la compositora musa de sus maridos a la que prohibieron publicar su obra
La artista austriaca que luchó incansablemente por salir del yugo masculino y no dudó en priorizar sus deseos más humanos.
Más información: Wallis Simpson, la mujer que hizo temblar Buckingham (antes que Lady Di y Meghan) y que Joan Collins lleva al cine
Algunos aseguraban que era la mujer más bella de Viena. Otros afirmaban que muy pocos podían resistirse al embrujo irresistible que su carisma desprendía. Cierto o no, la realidad es que Alma Mahler fue una mujer que jamás pasó inadvertida ante los ojos del resto.
La vida de Alma Margaretha Maria Schindler comenzó el 31 de agosto de 1879 en la capital del Imperio austrohúngaro. Su padre, Emil Jakob Schindler, era un pintor paisajístico muy respetado de la época, mientras que su madre, Anna von Bergen, era una cantante bastante reconocida de opereta –género musical derivado de la ópera–.
Quizás el contacto constante con los círculos intelectuales de sus progenitores incidió en el desarrollo de la inquietud creativa de la pequeña. Las continuas reuniones en el hogar familiar o las salidas a cafés de especialidad con personajes prominentes de entonces permitieron que Alma creciera en un ambiente bohemio y privilegiado, impulsando así su sensibilidad artística.

Alma Mahler en 1909. Getty Images
Con tan solo nueve años, la joven comenzó su recorrido con el piano, un talento que, pese a desarrollar más adelante bajo la tutela de Alexander von Zemlinsky, ya le permitió esbozar sus primeras composiciones a tan temprana edad.
Apenas cumplidos los 13, la austriaca vivió un duro golpe: su venerado padre falleció. Y, poco después, tuvo que presenciar el nuevo matrimonio de su madre con Carl Moll, un pintor discípulo de su difunto esposo. Una unión que para Alma era sinónimo de traición a la memoria de su progenitor.
Conmovida por estos acontecimientos y sumida en una profunda tristeza, Alma Mahler forjó una personalidad rebelde e independiente que la definiría durante el resto de su vida. Allí donde iba no dudaba en debatir y opinar con libertad sobre las injusticias latentes; actitud que la alejaba aún más del estigmatizado rol de 'mujer políticamente correcta' que imperaba en la alta sociedad de la Europa de fines del siglo XIX.

Vista de Viena a finales del siglo XIX. Wikimedia Commons
Ya en su adolescencia, Alma se impregnó de lleno en la Viena bohemia y vanguardista. Un ambiente propicio que le ayudó a crear 16 lieder –composiciones breves que acompañaba con el piano– y que solía interpretar cuando los amigos de la familia, artistas modernistas vinculados al Movimiento Sezession Vienés, se reunían en su casa.
En una de estas ocasiones, el célebre pintor de 34 años, Gustav Klimt, se sintió cautivado por la Alma de 16 tiernos años y le robó su primer beso. Años más tarde, Klimt crearía la obra que lo haría inmortal, conocida como El beso.
Este episodio tan solo fue el inicio de su era 'femme fatale'. Con el inicio del siguiente siglo, y después de haber mantenido algún que otro coqueteo fugaz con artistas como Thomas Mann, Alexander von Zemlinsky o Max Burckhard, Alma Mahler conoció al que sería el gran amor de su vida: Gustav Mahler, un músico bohemio de origen judío.
Según los biógrafos, ambos se reunieron, junto con más amigos, en una cena informal. Así, mientras todos los invitados alababan la obra del compositor, la austriaca de carácter arrollador le espetó: "No me gusta tu música, carece de estructura, le falta orden". Momento exacto en el que Gustav quedó prendado eternamente de la joven.
Los amores más puros florecen de la manera más ingenua e inesperada, o eso dicen, y la apasionada vida romántica de Alma Mahler no iba a ser menos. El músico judío, herido por sus palabras, la invitó al día siguiente a un ensayo de la Filarmónica de Viena que él iba a dirigir. Al concluir la prueba, Alma se acercó a él, profundamente conmovida, y le confesó su cambio de opinión, admitiéndole que se le cayeron hasta las lágrimas de la emoción que recorrió su cuerpo al escucharle.
La pareja de músicos contrajo matrimonio en 1902 y tuvieron dos hijas: María, quien falleció a los cinco años debido a una enfermedad, y Anna, que más tarde se convertiría en escultora.

Alma y Gustav Mahler con sus dos hijas, en 1910. Getty Images
Sin embargo, la motriz que años atrás los había unido, la música, pronto comenzó a ser un dinamizador en su relación. Gustav Mahler obligó a Alma a dejar de lado su carrera artística para centrarse en los cuidados del hogar. De esta manera, la portentosa austriaca quedó relegada a un segundo plano, jugueteando con la música solo cuando se trataba de ser copista o lectora de las composiciones de su esposo.
Pero Alma necesitaba vivir. Vibrar. Sentir. Y eso hizo. En el verano de 1910, la joven decidió retirarse en solitario a un balneario cercano a Graz (Austria) para desconectar del dolor por la muerte de su hija y de la infelicidad que sentía en su matrimonio. Algo que parecía una simple evasión de su vida real, acabó convirtiéndose en un nuevo comienzo.
En su escapada, Alma Mahler conoció a Walter Gropius, un arquitecto reconocido que años más tarde fundaría la Bauhaus. Atraídos el uno por el otro, comenzaron un amor prohibido, secreto e ignoto, que terminó dinamitando el primer matrimonio de la austriaca.
Su deseo de libertad, unido a sus ansias por conocer las emociones más estimulantes del ser humano, ganaron la batalla frente al amor incondicional que sentía por su esposo.
Gustav Mahler, desesperado por recuperar a su amada, volcó en su Sinfonía nº 10 todas las emociones que atravesaba durante la ruptura. Pero la muerte le sorprendió pocos meses más tarde, en 1911, imposibilitando que terminase la obra.
Al poner punto y final a su relación con el músico judío, Alma Malher recuperó su identidad, su independencia y, sobre todo, su pasión por el universo artístico, dando así al mundo una lección de vida: nada es más importante que ser fiel a uno mismo. Esta es la única forma en la que emerge la libertad.
La mujer, que hizo temblar los corazones de la Austria dorada, continuó con sus romances efímeros. Primero con el biólogo y músico vienés, Paul Kammerer, con quien tuvo una relación tumultuosa y efímera. Tiempo después, el 'enfant terrible' de Viena, el pintor Oskar Kokoschka, se cruzó en el camino de Alma Malher, y ambos vivieron un romance tan intenso que quedó reflejado en su obra artística.
Alma se erigió como la musa de varias de sus pinturas: Doble retrato: Oskar Kokoschka y Alma Mahler (1913), Querida (1913), Amantes. Alma Mahler y Oskar Kokoschka (1913) y la más famosa de todas, La novia del viento o La tormenta (1914).
No obstante, la austriaca no quería limitarse únicamente a ser, una vez más, la musa acallada de su compañero amoroso. Su ingenio y creatividad, que durante tantos años sirvió de inspiración para tantos artistas, merecían ver resultados propios. Por eso, después de tres años de amor, Alma interrumpió el embarazo del bebé que ambos esperaban y rompió su vínculo sentimental definitivamente.

Alma Mahler y Oskar Kokoschka en la película Alma Mahler, la pasión (2022). AlmaOskar Titel©FilmAG
Fue entonces cuando retomó su relación amorosa con el arquitecto Walter Gropius. Ambos contrajeron matrimonio y concibieron a Manon, que moriría a los dieciocho años a causa de la poliomielitis. Pero su amor no duró para siempre: se divorciaron en 1920.
Más tarde, Alma se casó con el novelista Franz Werfel en 1929, amigo cercano de Franz Kafka y Max Brod. Poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, la pareja emigró a Estados Unidos, huyendo de las políticas nazis que comenzaban a inundar el Viejo Continente, hasta establecerse en Los Ángeles.
Durante ese tiempo, Werfel escribió su célebre novela La Canción de Bernadette, que más tarde fue adaptada al cine. Evidenciando así, una vez más, la capacidad inaudita de Alma Mahler para potenciar el talento de otros.
Tras la muerte en 1945 de su último marido, Franz Werfel, la compositora austriaca se trasladó a Nueva York, cuna de la cultura contemporánea. Alma pensó en la Gran Manzana como el lugar idóneo para dejar atrás su pasado y comenzar de cero.
Se sumergió hasta la médula en el ambiente vibrante de la ciudad neoyorkina y logró retomar al fin su eterna pasión: el mundo artístico. Editó y publicó las cartas de su primer esposo, Gustav Mahler, y encargó a los compositores Ernst Krenek y Deryck Cooke que finalizasen su inacabada Sinfonía nº 10, para así completar la herencia musical del compositor judío.
También se centró en redactar sus memorias, publicadas a posteriori bajo el título Mein Leben –en alemán– y And The Bridge Is Love –en inglés–, inspirado en un poema del dramaturgo estadounidense Thornton Wilder.

Alma Mahler La actriz Emily Cox interpretando a Alma Mahler en la película Alma Mahler, la pasión (2022). Alma & Oskar © FilmAG
Su legado trasciende su arte. Alma Mahler fue una mujer que rompió con los estigmas sociales de su tiempo, se convirtió en el catalizador del genio creativo de aquellos hombres con los que compartió su vida y, del mismo modo que la filósofa Lou Andreas-Salomé, luchó por su libertad exhaustivamente.
La representación de su biografía, así como sus memorias, han quedado plasmadas en obras como Alma Mahler. Un carácter apasionado (2020) de Cate Haste, y el filme Alma Mahler, la pasión (2022), que nos acercan a la vida de una mujer con una sed de vida indomable.