Collage con algunas imágenes del día de la boda de la relaciones públicas y John John Kennedy.

Collage con algunas imágenes del día de la boda de la relaciones públicas y John John Kennedy. Montaje de Julia Ramírez

Moda

La verdadera historia tras del vestido que cambió la moda nupcial para siempre: el diseño lencero de Carolyn Bessette

¿Qué hace que un vestido entre a formar parte de la Historia?, ¿y por qué algunos sobreviven al paso del tiempo y al olvido, generación tras generación?

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Fue una boda casi secreta y clandestina, el 21 de septiembre de 1996. Se celebró en Cumberland Island (Georgia), una isla a siete millas (poco más de once kilómetros) de la costa Atlántica, al sureste de Estados Unidos.

Apenas 40 invitados se apretujaron en los ocho bancos de la diminuta iglesia First African Baptist Church. Muchas velas y muchas flores blancas. El sueño de toda cuenta de Instagram que se precie.

La novia llegó dos horas tarde, al parecer porque no podía meterse por la cabeza el vestido, confeccionado al bies y sin cremallera. Cuando por fin lo solucionó y se acercaba a la pequeña estructura de madera que albergaba el templo, los tacones de sus sandalias blancas de Manolo Blahnik se clavaron en la arena, impidiéndole caminar más deprisa.

Lo que ocurrió después, todo, ya es historia. Denis Reggie, fotógrafo de cabecera de la familia Kennedy, testigo de otras muchas ceremonias y eventos del clan más famoso de EE. UU., retrató a los recién casados bajando las escaleras tras haberse dado el 'sí, quiero': él besa la mano de su ya esposa mientras ella lo mira y le sonríe. Ambos se comportan como si no hubiera nadie más allí.

La cámara captó un momento espontáneo y feliz, sin trampa ni cartón, tan alejado del postureo de los posados actuales en las redes sociales. El mundo vio en esa imagen la esencia del romanticismo, un gesto principesco del novio —heredero de una dinastía que dio origen al mito del Camelot estadounidense— y una novia radiante cuyo diseño cambiaría las reglas de la moda nupcial.

Él era hijo de JFK, presidente número 35 de Estados Unidos, y de Jacqueline Bouvier Kennedy Onassis. John F. Kennedy Jr.  —o John John, como le llamaban en familia—, había crecido expuesto a los medios desde que nació.

Sus imágenes jugando bajo la mesa del Despacho Oval llenaron páginas y páginas de los periódicos de la época. Pero fue aquella foto suya, saludando militarmente al paso del féretro de su padre —cuando salía de la Catedral de San Mateo en Washington D. C.— la que dio la vuelta al mundo. 

Era el día de su tercer cumpleaños, el 25 de noviembre de 1963, y todo el país sintió la inmensa tristeza de aquel momento, símbolo del dolor nacional y de la tragedia del magnicidio más famoso de la historia. En noviembre de 2025, JFK Jr. habría cumplido 65 años, pero no puedo escapar a lo que ya se conoce como la maldición de los Kennedy. 

Ella, Carolyn Bessette, había nacido el 7 de enero de 1966 en White Plains (Nueva York), hija de un ebanista y decorador y de una profesora. Era la pequeña, tras dos hermanas mellizas, Lisa y Lauren, un año y pocos meses mayores. Cuando sus padres se divorciaron, la madre volvió a casarse con un cirujano ortopédico y se trasladaron a vivir a Old Greenwich (Connecticut). 

Carolyn (y no Caroline como su cuñada, la hermana de John) fue elegida al acabar el Instituto como 'la persona más bella', según consta en su anuario de secundaria de 1983, año en el que se graduó y empezó su carrera de Magisterio en la Universidad de Boston. Al acabar sus estudios, trabajó como dependienta en la tienda de Calvin Klein de un centro comercial a las afueras de esta misma ciudad.

Aunque son muchas las versiones sobre quién la 'descubrió' y la llevó a trabajar para la marca en su showroom de Manhattan, lo cierto es que en 1989 se mudó a Nueva York, para unirse al departamento de relaciones públicas de la firma.

De día, asesoraba a socialités como Blaine Trump y Nan Kempner, o a celebrities como la periodista Diane Sawyer. A la par, lidiaba con estilistas, modelos y actrices. Mientras tanto, aprendía como una esponja de todos ellos y pulía su innata belleza y su particular concepto de elegancia. De noche, se divertía en los clubes del centro.

Empezaban los noventa y tanto la sociedad como la moda buscaban huir de los excesos de los workaholics y de la desmesura estética de los ochenta, que capturaron series como Dallas y Dinastía.

Después de años de vestidos con estampados y hombreras imposibles, de peinados cardados con tupés que ascendían al cielo y de trajes de chaqueta que uniformaban a hombres y mujeres para ir a trabajar, la propuesta cómoda, relajada y unisex de Calvin Klein triunfó.

Y Carolyne Bessette estaba allí, justo en el lugar y en el momento oportunos, en el centro desde el que se fraguaba ese cambio de paradigma de la moda. Su estilo, sobrio, pero atrevido y, sobre todo, muy cool, encajaba perfectamente con ese nuevo concepto en el que la ropa sporty saltaba del gimnasio a la calle.

Comenzaba a gestarse el streetwear o moda urbana, el grunge y lo que ya en el siglo XXI se denominaría athleisure: la sudadera y el chándal reivindicando su lugar de honor en todo armario y no solo en la taquilla del centro deportivo.

No hay acuerdo sobre cómo se conocieron. A él la revista People lo había nombrado en 1988 Sexiest Man Alive (el hombre vivo más sexy), cuando todavía no había cumplido los 28 años. Se convirtió entonces en la persona más joven en recibir tal título en toda su historia.

La editora de moda Sunita Kumar Nair, que en 2023 publicó el libro Carolyn Bessette Kennedy: A life in Fashion (que en español se tradujo como CBK: un libro de vida en moda), escribía lo siguiente en un artículo en la revista Vanity Fair:

"El soltero más codiciado del mundo renunció a su título por ella. Formaron una pareja dorada de belleza, fuerza y ​​cerebro que mantuvo la antorcha de Camelot ardiendo de forma brillante con su propia y distinguida estrella". 

Antes de conocer a la que sería su esposa, John Kennedy Jr. salió con Madonna, Sarah Jessica Parker y otras tantas famosas y desconocidas, pero todas con un indudable pedigrí social. Quien tuvo más opciones de —como se decía entonces— 'echarle el lazo' fue la actriz Daryl Hannah, pero dicen que Jackie, genio y figura, se opuso frontalmente.

La que siempre sería 'la viuda de América' falleció de cáncer en mayo de 1994 y está enterrada en Arlington, junto a JFK. Nunca sabremos si Carolyn le habría gustado como nuera. Lo que sí es seguro es que la publicista vestía con la misma sobria elegancia que John adoraba de su madre.

Y, al igual que ella en los 60 y Lady Di en los 80, la relaciones públicas proyectaba un aire de misterio, mezcla de vulnerabilidad y determinación, de ser 'la vecina de al lado' y a la vez inaccesible. Esto, unido a su indudable estilo propio, la convirtió en 'la novia de América' mucho antes de que aquella imagen de su boda hiciera definitivamente de ella un icono de la moda.

Desde que se filtró su noviazgo, una nube de fotógrafos la seguía día y noche. En aquella época no había redes sociales ni reality shows y los famosos no divulgaban su vida privada ni se hacían selfies, aunque algunos vendieran jugosas exclusivas a las revistas del corazón.

Captar según qué escenas entonces valía mucho dinero y las de Carolyn Bessette, sola o acompañada de John, eran el salseo de moda. Él estaba acostumbrado; ella, no. Cada movimiento y cada palabra, cada prenda, cada dobladillo eran examinados al milímetro. Por eso, quizás, nunca dio entrevistas ni aceptó las muchas ofertas de trabajo que tuvo de otros diseñadores.

Y puede que por eso también insistiera tanto en celebrar una boda íntima, blindada a los paparazis y con pocos, pero muy escogidos, invitados. La periodista Carole Radziwill, esposa de Anthony Radziwill (primo hermano de John y padrino de su boda), aseguró lo siguiente en una entrevista a Vanity Fair:

"Era una persona extraordinaria, original e interesante, de este tipo con el que probablemente nadie esperaba que John se casara".

Carolyn llevaba en el mundillo lo suficiente como para saber que la elección de diseñador para su vestido se convertiría en casi una cuestión de estado.

Las candidaturas más sólidas eran las de su jefe, Calvin Klein; su antiguo compañero de piso, el diseñador Gordon Henderson; y Narciso Rodriguez, a quien había conocido cuando ambos estaban en Calvin Klein. Entonces, él trabajaba en París para el diseñador Nino Cerruti.

Todos los expertos de la industria coinciden en que, después de la elección de Lady Di, la de Bessette fue el movimiento más rompedor del sector desde que la reina Victoria pusiera de moda el color blanco y luciera una corona de flores para su boda con el príncipe Alberto el 10 de febrero de 1840.

Medio siglo después de aquella boda real, la diseñadora de moda francesa Madelaine Vionnet se dio cuenta de que, cortando las telas al bies, no solo se conseguía mayor movimiento para las faldas, sino también una mejor adaptabilidad de la ropa a las curvas del cuerpo femenino. Esto permitía a la mujer moverse con más comodidad.

Gracias a ese corte en diagonal se obtiene una mayor elasticidad y fluidez y la creativa dio lugar así a diseños sensuales y cómodos, tanto en satén como en seda.

Todos los diseñadores de vestuario del Hollywood dorado de los años incluyeron en esas películas de amor y lujo (protagonizadas por nombres como Jean Harlow, Ginger Rogers, Carole Lombard, Joan Crawford, Lana Turner o Verónica Lake) un modelo de este tipo. Como aquellos que se habían presentado en París a principios del siglo XX de la mano de Vionnet. 

La frase favorita de la diseñadora gala era: "El vestido debe ser una segunda piel: cuando una mujer sonríe, este debe sonreír con ella". Y así nació la propuesta conocida como lencera, que no podía llevarse con corsé ni con ninguna otra prenda de ropa interior, porque se ajustaba tanto al cuerpo como una extensión natural de sí mismo.

Como es tradición y costumbre en esta industria, una tendencia tan sumamente transgresora era rechazada por aquellas mujeres de clase alta que se la podían permitir. Sin embargo, era adoptada por actrices y artistas que también podían pagarla, pero a las que no les importaba el escándalo.

Ahora, el ciclo de vida de cualquier nueva moda es muchísimo más rápido, pero entonces hacían falta años y hasta décadas para que algo tan rompedor se llevase a pie de calle. Y siempre se conseguía a fuerza de salir en películas y revistas, a no ser que tuvieran el apoyo incondicional de una reina como Victoria de Inglaterra.

Un ejemplo más reciente de ese poder de influencia de los royals fue el look de camisa blanca y falda larga que llevó Rania de Jordania a la boda del entonces príncipe Felipe con Letizia Ortiz el 22 de mayo de 2004, en la Catedral de la Almudena de Madrid. 

Solo los especialistas en moda comprendimos el alcance que aquello llegaría a tener, pues leyendo algunas crónicas de la época fueron incontables las críticas a aquel atuendo.

Y precisamente esa sencilla prenda superior —que también ha sido durante años el 'uniforme' de la diseñadora Carolina Herrera— fue una de las señas de identidad de Carolyn.

Ironías del destino, la joven, conocida como la 'Lady Di americana', pero cuyo estilo propio era más bien de perfil bajo, escogió un modelo sumamente atrevido para casarse en aquellos tiempos.

La propuesta estaba a años luz del llamado como 'el vestido de novia del siglo XX', el que llevó Diana de Gales: opulento, escultórico, versallesco, con metros y metros de cola y miles de perlas o cristales bordados.

Lo demás es, de nuevo, historia: el diseñador estadounidense de padres cubanos creó para ella un slip dress en crepé de seda, con tirantes y escote holgado —que dejaba la espalda al aire— y bajo asimétrico.

Unos guantes hasta el codo, un velo de tul de seda y un sencillo bouquet de lirios blancos del valle completaron el look. Llevaba el pelo recogido en un moño deshecho, que luego se pondría de moda, como todo lo que lucía, y sujeto con una pinza que perteneció a su suegra.

Después, durante la celebración en el Greyfield Inn —el único hotel de la isla—, se soltó el pelo sin perder una pizca de encanto, como atestigua una foto de la pareja cortando la tarta.

Y hay otra imagen que los muestra bailando —ella con la chaqueta de él—, ajenos al resto del mundo, sonrientes y relajados, pura felicidad: con la ayuda de los lugareños habían logrado esconder la boda más importante de su época de los cientos de paparazis que los habían perseguido durante todo el noviazgo.

Un artículo en la revista Newsweek titulado Crazy for Carolyn (Locos por Carolyn) que se publicó un mes después de la boda recogía opiniones como la del diseñador Michael Kors, que definía su estilo como throwaway chic (o chic desechable): "Tiene esa contradicción muy de los 90, muy relajada e informal, pero con un aspecto elegante", comentó entonces el creativo.

¿Cómo pudo un vestido de novia tan sencillo, epítome del minimalismo americano de los 90, cambiar los códigos de la moda nupcial para siempre? Igual que en el llamado efecto mariposa, acuñado por el meteorólogo Edward Lorenz para la Teoría del Caos y que se pregunta: ¿puede una pequeña mariposa batiendo sus alas en un rincón del planeta desencadenar un huracán en el otro hemisferio? 

Ese concepto original de las matemáticas y la física se convirtió en una metáfora popular para describir cómo acciones aparentemente insignificantes pueden tener consecuencias que transforman la propia vida y la de los otros, llamando a la reflexión sobre la importancia de nuestras decisiones.  

Lo cierto es que la elección de Bessete, muy valiente y audaz para su época, tuvo un impacto descomunal en la industria: revolucionó las tendencias tradicionales y aquel diseño se ha convertido en una referencia y un icono de la cultura pop

Consolidó el minimalismo y fue un fiel reflejo del 'estilo Carolyn', un mujer muy bella y con cuerpo de modelo de pasarela (medía casi 1,80 y usaba la talla 36). Además de estar dotada de eso que llaman allure, que, de acuerdo a los diccionarios, se define así: "cualidad de ser poderoso y misteriosamente atractivo o fascinante"; o "poder de atracción o fascinación".

Su propuesta nupcial fue diseñada para mostrar la mayor cantidad de piel posible y para no restringir ni oprimir, sino acompañar a la novia en todos sus movimientos y hasta dejar ver sus emociones. La magia del menos es más llevada hasta el más absoluto paroxismo. 

En 2021, cuando se hubieran celebrado 25 años de aquella boda, decenas de miles de cuentas en las redes sociales recordaban a su manera aquel modelo, que incluso tiene su propia página de Wikipedia. 

En un artículo de Vanity Fair para conmemorar la efeméride de aquel aniversario, la experta en estilo Stacy London, que coincidió con Carolyn muchas veces en el circuito neoyorquino de la moda, declaraba:

"Lo que me impactó del vestido fue su sencillez: sin adornos, pedrería, lentejuelas ni bordados. Era una de esas mujeres que entendían cómo hacer que la moda funcionara para ella, no al revés. Era ella misma y ​​parte de su atractivo residía en no intentar ser otra cosa que eso", comentaba.

"Entendía que la ropa no debía ser el centro de atención; ella siempre lo era. Que la discreción era la declaración de intenciones más contundente", decía.

Y la diseñadora Cynthia Rowley también se mostraba fascinada por la elección: "Es tan elegante y sexy a la vez, tan glamuroso. Tiene la misma simplicidad y atractivo sexual, una especie de aire boudoir, que cuando Marilyn Monroe cantó 'Feliz cumpleaños, señor presidente'. La misma sensación de caída sobre el cuerpo". 

Una tendencia que ha resistido el paso del tiempo y ha seguido inspirando durante décadas a diseñadores y novias de todo el mundo al demostrar la tesis de que lo verdaderamente sencillo puede ser exquisito y bello. ¿Cuántos modelos pueden decir lo mismo?

No solo coronó a Bessette como la auténtica reina del nuevo minimalismo desenfadado a la par que elegante y chic, sino que encumbró a Narciso Rodriguez, a quien Michelle Obama volvería a poner bajo los focos al escoger una de sus propuestas la noche electoral del 4 de noviembre de 2008, en la que su marido ganó las elecciones presidenciales. 

Casi ocho años después, en enero de 2016, ella misma se vestía de nuevo de la firma, con un diseño de color mostaza para el último discurso sobre el Estado de la Unión que pronunció su marido como presidente de Estados Unidos. En plena era del comercio online, lo que llevó se agotó en pocos minutos.

Ese mismo año, hasta Meghan Markle, hoy duquesa de Sussex, desveló en una entrevista a la revista Glamour (antes de conocer al príncipe Harry) que el de Carolyn Bessette Kennedy era su vestido de novia favorito.

Ha sido comentado, compartido, retuiteado, instagrameado, tiktokeado, comentado en blogs, reportajes y artículos, imitado, copiado y rediseñado tantas veces que, en septiembre 2022, el propio Narciso Rodriguez diseñó una colección cápsula para Zara con su propia versión low cost.

Sunita Kumar Nair asegura en su libro que el modelo era simplemente perfecto. Y por eso seguimos hablando de él hoy, más de un cuarto de siglo después.

El 16 de julio de 1999, John, de 38 años, Carolyn, de 33, y su hermana Lauren, de 34, murieron en un accidente aéreo: su avión monomotor Piper Saratoga se estrelló frente a la costa de Martha's Vineyard de camino a Cape Cod (Massachusetts). 

Los medios de comunicación presentaron su historia como un cuento de hadas y a Carolyn como la Cenicienta que había encontrado a su Príncipe Azul. Pero, según el escritor Edward Klein, que en 2003 publicó The Kennedy Curse (en español, La maldición de los Kennedy), el matrimonio resultó ser una pesadilla que incluyó depresión, drogas e infidelidad.

Según el autor, la situación era tan insoportable que vivían separados y ya estaban hablando de divorcio. Al parecer, aquel fatídico viaje fue un intento de reconciliación pero, como los personajes de Hermosos y malditos (The beautiful and Damned en inglés) —segunda novela de F. Scott Fitzgerald, publicada en 1922—, el destino tenía otros planes reservados para ellos. 

Han pasado 26 años desde sus muertes, aunque parecen más vivos que nunca en las librerías, la televisión, otros medios y las redes sociales. En 2024, la escritora francesa Stéphanie des Horts noveló su historia en Carolyn et John.   

Y, el pasado mes de agosto, Carole Radziwill, que ya había publicado en 2007 una autobiografía titulada What Remains: A Memoir of Fate, Friendship and Love (Lo que queda: Memorias del destino, la amistad y el amor), estrenó en CNN American Prince: JFK Jr.una docuserie de tres episodios dedicada a la pareja.

"John John Kennedy fue lo más cerca que nos hemos encontrado de tener un príncipe en Estados Unidos", afirma. "Este proyecto se trata sobre él y su revistaGeorge. Cuando la lanzó en 1995, era la Vanity Fair de la política. Se adelantó a su tiempo y quiso captar el interés de lectores que nunca se comprarían una propuesta de trasfondo político".

Está previsto que, para el día de San Valentín de 2026, se estrene el primer episodio de la producción de Ryan Murphy American Love Story, que cuenta la vida del matrimonio desde sus inicios hasta su muerte. 

El 21 de septiembre de 2025 habrían celebrado su aniversario de bodas númer 29, ¿o no? Nunca lo sabremos. "Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver". Esta frase —que pronuncia Humphrey Bogart en Llamad a cualquier puerta, aunque se atribuye a James Dean— quizás explique esa fascinación popular por el destino trágico de algunos personajes famosos. 

Carolyn Bessette murió a los 33 años, pero tuvo tiempo de alcanzar ese estatus reservado a muy pocas mujeres (entre ellas, su suegra, Jackie) gracias a su estilo, inteligencia y al vestido lencero de Narciso Rodriguez.

Era ideal para una boda íntima y relajada en la playa. Y el indudable olfato para la moda de la protagonista intuyó que ese modelo (uno de los tres que el diseñador le presentó) era perfecto para ella. No para todas, pero sí para ella

Con ese toque ingenuo pero a la vez estelar, Bessette se alejó cuanto pudo del estereotipo del '…y fueron felices y comieron perdices', pero miles de futuras novias se vieron reflejadas, como si llevar ese diseño automáticamente supusiera formar parte de un cuento de hadas, pero del siglo XXI. Todas querían parecerse a ella. Sin adornos, sin excesos, sin artificios.

La apuesta era coherente con su estilo: ese que parecía natural, no premeditado y sin esfuerzo pero que, a veces, es cuestión de horas, paciencia y suerte. O, simplemente, del equilibrio perfecto entre humildad y seguridad en sí misma. Y por eso conecta con la actualidad.

En un momento de exceso de opciones, información y exhibicionismo, muchas novias solo quieren ser ellas mismas. Experimentar y atreverse es lo que caracteriza el mundo de la moda y lo que permite crear estéticas divertidas y estimulantes pero, a veces, la simplicidad tiene más impacto que la excentricidad. 

La mítica diseñadora francesa Madame Grès aseguró que "para que un vestido sobreviva de una época a la siguiente, debe estar marcado con una pureza extrema". Porque la autenticidad es la única tendencia que nunca pasará de moda.