Napoleón III y Eugenia, grabado en madera, publicado en 1900.

Napoleón III y Eugenia, grabado en madera, publicado en 1900. Istock

Lujos

Las mujeres tras las joyas del robo en el Louvre: de la tiara de Eugenia de Montijo a los zafiros de la reina Hortensia

El asalto supone la pérdida de un patrimonio incalculable y desgarra parte de la historia para devolvernos el eco de las mujeres que lucieron esas piezas.

Más información: ¿Quién fue Eugenia de Montijo? La emperatriz cuya corona apareció rota tras el robo del Louvre

Alba Díaz
Publicada

El pasado domingo, el mundo contuvo el aliento ante la noticia del robo en el corazón de París cuando un comando de asaltantes vulneró la seguridad del Museo del Louvre. Bastaron siete minutos para conseguir su objetivo.

El crimen se perpetró en la Galería Apolo, un espacio que, más allá de su simbolismo y arquitectura, es un cofre de leyendas femeninas. El botín, en gran parte todavía desaparecido, estaba compuesto por nueve joyas de la Colección de la Corona Francesa.

Las piezas robadas pertenecen a la colección de zafiros de la reina María Amelia y la reina Hortensia: una tiara, un collar y un par de pendientes. También han sustraído un collar y un juego de pendientes de esmeraldas del conjunto de María Luisa; así como una tiara, un 'broche relicario' y un gran lazo de corpiño de la emperatriz Eugenia.

El valor de estas alhajas no reside únicamente en sus quilates o en el precio inestimable que hoy les otorga el Ministerio de Cultura francés. Hay que buscarlo más bien en la historia de las mujeres que las encargaron, las lucieron en momentos de máximo esplendor o crisis y las convirtieron en símbolos de su poder y estilo.

María Luisa

La lista de piezas robadas incluye un collar de esmeraldas que transporta al apogeo del Primer Imperio francés, un trozo de historia ligado a María Luisa de Austria (Viena, 1791-1847, Parma), la emperatriz que se casó con Napoleón I.

Para el gobernante, la joyería no era un simple capricho, sino una herramienta de propaganda política. Al igual que los antiguos emperadores, este usaba los regalos opulentos —especialmente los conjuntos de la piedra preciosa verde y diamantes— para hacer una demostración pública y deslumbrante de riqueza y solidez.

Collar de esmeraldas del conjunto de Marie-Louise.

Collar de esmeraldas del conjunto de Marie-Louise. Museo Louvre

Así, artesanos como Marie-Étienne Nitot y la hoy legendaria casa Chaumet fueron los encargados de crear estas piezas para la royal. Su propósito: consolidar la legitimidad de la nueva dinastía Bonaparte y, sobre todo, sellar la importante alianza con la poderosa Casa de Habsburgo. El lujo se convertía así en el lenguaje universal del poder.

María Amelia y Hortensia de Beauharnais

Hija de los reyes de Nápoles y Sicilia y esposa de Luis Carlos de Francia, María Amelia (Nápoles, 1782 - 1866, Surrey) representó la transición entre una monarquía agotada y el país galo que ya aspiraba a la revolución. Su figura era mucho más austera que la ostentosa de quien la reemplazó, encarnando esa nobleza a punto de la retirada.

Por otro lado, Hortensia de Beauharnais (París, 1783 - 1837, Turgovia), reina de Holanda e hijastra de Napoleón Bonaparte, era en aquel entonces joven, ambiciosa y nacida en la estela del nuevo orden. Educada para la grandeza en una Europa que oscilaba entre imperios y repúblicas, pareció entender la joyería.

Entre las piezas robadas el domingo que una vez les pertenecieron a ambas, se encontraba su célebre parure de zafiros —una tiara, un collar y un pendiente—, confeccionados en el primer tercio del siglo XIX para la corte de los Borbones.

Par de pendientes del conjunto de la reina María Amelia y la reina Hortensia.

Par de pendientes del conjunto de la reina María Amelia y la reina Hortensia. Museo Louvre

Aquellas piedras preciosas, de un azul intenso, fueron su emblema. Con ellas, ambas parecían intentar mantener intacta la ilusión de permanencia en un mundo que ya giraba fuera del control de su dinastía.

Eugenia de Montijo

La figura central en la colección robada es, sin duda, la de Eugenia de Montijo (Granada, 1826-1920, Madrid), esposa de Luis Napoleón Bonaparte III desde 1853 y última emperatriz de Francia.

Española de nacimiento y con un gusto excepcional, fue una auténtica influencer de su tiempo, marcando las tendencias de la moda y los accesorios en toda Europa. Su gusto por las gemas grandes y los diseños neoclásicos impulsó la industria joyera parisina.

Y es que, más allá de cualquier vanidad, la gobernante se convirtió por aquel entonces en un icono fashion en el continente. Tomaba el vestir como una obligación de su cargo; llegando a un acuerdo con Napoleón III para promocionar con sus prendas los sectores industriales más necesitados, como, además del ya mencionado, el comercio o el textil.

El apoyo a las manufacturas de seda de Lyon, junto con su influencia en la costura parisina a través de su colaboración con el modisto inglés Charles Frederick Worth y su gusto por las joyas y complementos, fue crucial para impulsar la economía francesa, haciendo de la capital del país el centro neurálgico de este ámbito.

A pesar de que sus contemporáneos la criticaron por considerarla frívola, por ser una amante de la ropa, Eugenia se defendió, explicando en una carta al escritor Lucien Daudet que su vestimenta y su papel eran inseparables. Se comparó con una actriz cuyo vestuario forma parte de su rol como parte de la realeza.

De su ajuar depositado en la Galería Apolo del Louvre, los ladrones sustrajeron varias alhaja, incluyendo dos que son emblemáticas. La corona, aunque fue recuperada, sufrió daños durante el robo. La pieza es una de esas muestras del glamour imperial.

Corona de la emperatriz Eugenia de Montijo

Corona de la emperatriz Eugenia de Montijo

La creó el joyero real Alfred Bapst en 1855, un tesoro que la emperatriz lució en incontables eventos de Estado. Su diseño cuenta con una base de terciopelo y 1.354 diamantes y 56 esmeraldas; representa la cúspide del estilo del Segundo Imperio, una época de efervescencia cultural y lujo desbordado.

Su valor, claro, va más allá del material; simboliza la última gran corte real francesa. La diadema de la emperatriz Eugenia también forma parte del botín. Es una joya que Napoleón III le regaló en el día de su boda, en 1853. Tiene 212 perlas y 2.000 diamantes y es obra del joyero del emperador, Alexandre-Gabriel Lemonnier.

Estas son las 8 piezas robadas en el Louvre: se dejaron la más valiosa, imposible de vender en el mercado negro.

Estas son las 8 piezas robadas en el Louvre: se dejaron la más valiosa, imposible de vender en el mercado negro.

Estas piezas eran más que adornos; fueron herramientas de diplomacia y poder. Con cada aparición, la emperatriz proyectaba la imagen de una Francia próspera. Se hicieron para establecer una nueva dinastía —la Bonaparte— que solo el lujo más extremo podía demostrar.

Cofre de recuerdos

La Galería de Apolo, el escenario del crimen, no es casual. Antes de convertirse en sala de exposiciones, era el lugar donde las consortes, desde la época de Luis XIV hasta Eugenia, guardaban y exhibían sus tesoros.

Plano del Museo del Louvre.

Plano del Museo del Louvre. Elaboración propia

Al robar estas joyas, los asaltantes no solo se han llevado diamantes y zafiros; se han apropiado de los recuerdos de los grandes bailes, las recepciones diplomáticas y la vida íntima de las mujeres más poderosas de Francia.

Estos objetos que, más allá de su valor material, atesoraban el relato de la resiliencia femenina frente al colapso del poder; fueron testigos también de un siglo en que las mujeres de la realeza aprendieron a resistir con las armas que tenían: su presencia, su inteligencia y su elegancia. El robo ha sido un recordatorio brutal de la fragilidad de estos símbolos.

Las piezas de la Corona francesa tienen una historia tumultuosa: muchas fueron subastadas en 1887 por la Tercera República, que consideraba estos emblemas de la monarquía como ‘peligrosamente’… nostálgicos.

Más tarde, un grupo de historiadores y coleccionistas lograron salvar las reliquias más importantes, que acabaron en el Louvre. Este robo es un nuevo atentado contra esos esfuerzos de preservación, ¿quién las salvará ahora?

Localización del robo de joyas en el Museo del Louvre.

Localización del robo de joyas en el Museo del Louvre. Elaboración propia

La búsqueda de los cuatro ladrones y las nueve joyas robadas es ahora una prioridad internacional, para Francia y para las mujeres que miran con fascinación la historia a través de estas gemas.

Infografía sobre el robo en el Museo del Louvre.

Infografía sobre el robo en el Museo del Louvre. Sandra Vilches

La recuperación de estos objetos es, pues, la única forma de restaurar la memoria y el legado de Eugenia de Montijo y las otras grandes damas cuyas historias se tejieron con diamantes, zafiros... y, ahora, con el golpe de cine de un audaz crimen.