Fotomontaje de Alessandra Viola con la portada de su libro 'Pregúntale a una planta'
Soy Alessandra Viola, escritora y divulgadora científica italiana, con una pasión por las plantas y un doctorado en Ciencias Agrarias y Ambientales.
Hace más de diez años fui una de las primeras en escribir sobre inteligencia vegetal, y redacté la primera propuesta jurídica y filosófica en el mundo para el reconocimiento de los derechos de las plantas, lo que me valió recientemente una invitación a Harvard.
La pregunta que hoy me guía, sin embargo, es otra: si las plantas pueden comunicarse entre sí, con los insectos y, sin duda, con algunos animales... ¿podrían comunicarse también con nosotros?
¿Y si pudiéramos consultarlas, aprovechar su experiencia, cuánto tendrían que enseñarnos, con los millones de años de evolución que llevan acumulados?
Duermo con una manzana. No es una metáfora: cada noche la coloco sobre la almohada, junto a mi cara. Al principio me daba vergüenza contarlo, pero eso cambió mi vida y mi forma de investigar, y en algún momento sentí que compartirlo era importante.
Todo empezó con una pregunta: ¿podría ayudarme una planta a dormir mejor? Luego vino otra: ¿podría aprender algo de ellas? Desde entonces, ya no he parado de interrogar al mundo vegetal.
Un día leí una frase que lo cambió todo: “Encontrarás más en los bosques que en los libros. Los árboles y las piedras te enseñarán cosas que ningún maestro puede enseñarte.” (Bernardo de Claraval).
¿Y si fuera cierto? ¿Si las plantas, con sus cientos de millones de años de evolución, pudieran ser realmente consideradas maestras, a las que consultar en cualquier momento para recibir orientación y consejo?
Empecé a escuchar. No con los oídos, sino con la atención. Y lo que descubrí me transformó: parece que las plantas no solo limpian el aire, también limpian las ideas.
Soy escritora y científica, pero sobre todo soy una persona curiosa y cuando me hago una pregunta suelo ponerla a prueba en mi propia vida, si es posible, para ver si tiene sentido.
El resultado es 'Pregúntale a una planta' (Ariel, 2025). Durante años he hecho pequeños experimentos conmigo misma: dormir con plantas, respirar junto a ellas, plantar semillas sin saber si germinarían.
Observar. Escuchar. Hablar.
Algunas pruebas eran un poco excéntricas, lo admito, como colocar una manzana al lado de la cama para absorber su etileno, o hablar con un cañaveral. Otras eran de lo más cotidianas: como caminar entre los árboles o defender un tilo de una poda agresiva.
Poco a poco, estos gestos se convirtieron en 'ejercicios vegetales': prácticas simples pero reveladoras para reconectar con la naturaleza. Rituales modernos para tiempos desconectados.
Cada capítulo del libro parte de una palabra. Respírame. Sálvame. Plántame. Cómeme. Piensa en mí. Mírame. Háblame. Porque las plantas nos hablan, si sabemos escuchar, y también nos escuchan.
Y esas palabras se transforman en acciones, en descubrimientos, en bienestar. Las plantas no solo purifican el aire o curan heridas. También nos enseñan a esperar, a cuidar, a soltar. A vivir mejor, en definitiva.
Antes de empezar a escribir, como siempre, leí muchísimo. Los descubrimientos científicos avanzan cada vez más rápido y el conocimiento de quien divulga debe actualizarse constantemente.
Aunque por desgracia la idea que tenemos de las plantas no avanza al mismo ritmo: la nuestra sigue anclada, más o menos, a hace dos mil años.
No todo en 'Preguntale a una planta' es racional. Algunas cosas nacen del asombro. Como el descubrimiento de que los árboles emiten monoterpenos que influyen en nuestro estado de ánimo y salud. En Japón lo llaman Shinrin-yoku: baños de bosque.
Yo lo sabía sin saberlo, porque cuando me siento mal, estoy cansada o confundida, lo único que me devuelve el equilibrio es pasear entre las plantas. La ciencia lo ha medido, pero quien haya paseado entre árboles sabe que lo importante no siempre se puede medir.
En otras ocasiones el impulso a estado puramente emocional. Como la vez que me planté frente a los jardineros que estaban capando los árboles de mi calle. Mis tilos no son datos: son familia.
Este libro no ofrece fórmulas. Propone una forma distinta de mirar. Una posibilidad de volver a la sensación de estar en casa cuando estamos rodeados de verde.
Las plantas no dan lecciones con palabras. Lo hacen con raíces, con flores y brotes, con la belleza de una hoja nueva. Lo hacen estando, simplemente, como también deberíamos aprender a hacer nosotros.
Si alguna vez te has sentido o sentida sola, confundida, agotada, este libro es para ti. Porque es probable que justo afuera haya una maestra silenciosa, esperando ser notada.
He escrito estas páginas como quien cuida un jardín: con atención, amor, paciencia. Para que otros también puedan descubrir cómo una planta puede cambiar una vida.
No hay que tener conocimientos previos: basta con querer estar mejor, y atreverse a probar. Respirar con una planta. Salvar una. Plantar otra.
Porque a veces la mejor medicina es una lavanda en la mesilla. O un paseo sin prisa por un jardín, o hacer un agujero con el dedo en una caja llena de tierra para plantar una semilla.
Hay quienes miden las plantas por su altura, su peso, su edad. Yo prefiero medirlas por la relación que establecen con quienes las rodean. Y si una manzana, con su perfume leve y su respiración imperceptible, ha logrado acompañarme en mis noches más inquietas, ¿qué no podrán hacer otras?
Para escribir 'Pregúntale a una planta' me inspiré en una muy especial: la Tillandsia aeranthos. Una epífita que no necesita tierra para crecer, que se alimenta del aire y se posa ligera sobre troncos, piedras, muros.
La elegí porque es libre y creativa, como quería que fuera este libro. Tillandsia no se impone, pero encuentra su sitio. No exige, pero se hace notar.Así quise escribir: apoyándome sin pesar en lo que sé, pero con la ligereza de quien está dispuesta a descubrir lo nuevo.
Este libro es mi forma de decir: escuchemos. Probemos. Dejemos que las plantas entren en nuestras casas y en nuestras vidas. A mí me ocurrió que, cuando lo hice, la vida cambió a mejor. Dejé de estar triste, desentir rabia, dejé de sentirme sola.
Cada vez que salgo, cientos de otros seres vivos, inteligentes y generosos, me observan, me huelen, probablemente me dicen algo, tienen algo que enseñarme a través de las mil formas en que han resuelto problemas muy parecidos a los míos. Y eso no deja de fascinarme.
Quizá descubras tú también muchas nuevas formas de ser feliz, maneras de interactuar con el mundo vegetal que no habías imaginado, una nueva comunión con la vida.