La escritora y artista Paula Bonet.

La escritora y artista Paula Bonet. EFE.

Actualidad Entrevista a la artista y escritora

Paula Bonet: "Si diera los nombres de mis agresores machistas, el sistema los seguiría protegiendo"

“Es muy difícil creer en el amor heterosexual teniendo en cuenta la violencia que los hombres ejercen contra las mujeres” / “Que haya mujeres que piden para su cumpleaños liposucciones, operaciones de pecho o de nariz nos debería demostrar que ésta es una sociedad enferma” / “Los falsos aliados ganan en número por goleada”. 

21 mayo, 2021 01:11

Paula Bonet es una artista total: tiene la palabra y tiene el pincel para retratar el dolor del mundo, para expiarlo, para sacarlo al aire, para rascar las vísceras y para desconfiar del cuerpo, del cuerpo que es la jaula, del cuerpo que es la cárcel, del cuerpo que es el embotellamiento de una juventud y una belleza falaces: del cuerpo que los hombres usan para ponernos precio a las mujeres, para usarnos a las mujeres, para exprimirnos a las mujeres, para rompernos a las mujeres.

Bonet habla de sus abuelos y de los fantasmas de las grandes hembras muertas, habla de la pérdida de los hijos en el propio vientre, habla de la perversión del lenguaje, habla de la violencia misógina, habla de las violaciones, habla de las trampas de la seducción, de los abusos, de las maquinaciones de los hombres doctos, de los hombres de las Academias, de su afición infecta por las niñas bonitas y nuevas -cada año nuevas, alumnas nuevas- que besar y follar y colgar como ciervos caídos en sus cacerías testosterónicas.

En La anguila (Anagrama), Paula habla de tres de sus agresores machistas con seudónimos. El Hombrecito, que es el catedrático de Bellas Artes que seduce maquiavélicamente a una alumna de 18 años con su mismo nombre, Paula -y que repite siempre ese patrón aplaudido en su ‘galantería’ por la grada-; El Sinnombre, su pareja misógina y violenta que la mina lentamente; y un Premio Nacional de Poesía que viola a la protagonista aprovechándose de que ha bebido.

A todos les avala el sistema. A todos les avala el ecuménico poder masculino, que es el único poder que existe en el planeta éste, un poder roñoso y cruel como un ojo cíclope que protege a sus secuaces, a sus bastardos, a sus ejércitos de varones hediondos. Paula Bonet, brillantísima, dolorosa, visionaria, preclara, poética y tenebrosa porque el mundo así lo es, golpea con la palabra, con la idea y con la imagen, sola y genial en su trinchera -pero sabiéndose acompañada por un diálogo secreto con el resto de mujeres- los cimientos del Viejo Imperio. Caen lentos. Pero caerán. 

He leído que a una de las pocas personas a las que le dejaste leer La anguila antes de tu publicación fue a tu ginecóloga. ¿Por qué?

Hago mucho uso de las metáforas cuando trato el tema de las pérdidas y lo llevo a un lugar muy vinculado con el realismo mágico, y cuando suceden estos hechos -a mí me ha pasado dos veces de ir a una revisión y que me digan que aquello que estoy gestando tiene el corazón parado y tienen que sacármelo- se activa ese pensamiento mágico.

A través de mi experiencia he escuchado la experiencia de otras mujeres y leyendo literatura al respecto lo he visto clarísimo: es como si tú te dividieras en dos personas, una muy serena, templada, que mantiene el tipo y escucha, y otra que se vuelve loca. Para compensar esa parte necesité también vincular el texto a veces a un lenguaje técnico que sacase al lector o lectora de esa amalgama de emociones que te puede llevar a lugares muy fúnebres y asfixiantes. Quería que la información técnica que daba al respecto fuese la correcta y por eso consulté con mi ginecóloga.

Contaste en Twitter que un acosador te envió una anguila cortada en trocitos con mensajes amenazantes. ¿Cuánto tiene esta anguila -la del libro y la exposición correspondiente- de esa otra anguila de la carta?

El tema de este señor acosador es una cosa que no ha concluido, así que no puedo contar mucho de esto porque está en los juzgados y se está alargando muchísimo. Pero pienso que esta anguila no tiene nada que ver con la anguila cortada en trocitos. A la anguila de la novela la intentaron cortar en trocitos muchas veces y gracias a esa capacidad de adaptación que tiene el animal, gracias a esas mutaciones a las que se somete a pesar de haber estado en lugares muy oscuros y aislados, no lo consiguieron. La metáfora de la fragmentación está todo el rato en el libro a través de la pintura. El cuerpo fragmentado como en tablas de madera. Prefiero que aquí se imponga la metáfora de esa mujer rota y desollada y fragmentada.

¿Cómo ha influido tu abuela en la mujer que hoy eres, qué has aprendido de ella?

De mi abuela he aprendido muchísimo, y más al haberla convertido en un personaje de ficción. Ha sido muy revelador. Mi abuela Juanita era una mujer muy grande, presumía de su carne, estaba muy cómoda con su carne. Era muy voluminosa y habla mucho y cuanto más empecé a escribir sobre ella, vi que se iba haciendo más grande todavía. Su carne ocupaba más espacio y ella seguía hablando, hasta muerta me seguía hablando todo el tiempo. He aprendido mucho de ella: era una mujer que siempre nos decía a sus nietas que teníamos que ser fuertes y valientes.

Con su personaje de ficción me he dado cuenta de algo: de que contrapongo esa voz de mujer que no ha tenido acceso a nada, a una formación, una mujer con una cultura muy limitada, con la voces de los señores que la Academia aplaude y el contexto aplaude y premia. Me parecía interesante contraponer esas dos voces: la voz de mi abuela era la que menos se preocupaba de la forma y más de aquello que quería comunicar, o, mejor dicho, de lo que es justo comunicar.

¿Qué hay de esa perversión del lenguaje? ¿Cómo utiliza el machismo el lenguaje para manipular y seguir violentando a las mujeres, para encandilarlas, para engañarlas? ¿Por qué hay tanto hombre docto usando sus herramientas lingüísticas y su retórica para aprovecharse de las mujeres?

Eso es un hecho que se arrastra como una anguila a lo largo de toda la novela en el personaje que es catedrático de pintura.

El Hombrecito.

Sí, es nombrado en diminutivo como una respuesta o un reflejo de cómo llama él a sus alumnas, a las chicas que manipula y que coloca en lugares donde ellas no querrían estar. Es un ejercicio de espejos. La trampa del lenguaje está todo el tiempo y nosotras andamos por un suelo que está lleno de minas. Un ejercicio que hago es cambiar el género de algo que te han dicho cuando te chirría mínimamente: es cambiarle el género ves lo siniestro de esa construcción, de esa intención, de ese abuso. Lo hago en La anguila cuando por un momento cambio de género al profesor y hago que sea una profesora de 40 años la que le habla a un chico de 19 de esa manera paternalista y cariñosa con la que hablan tantos hombres y que tan poco nos sorprende y que tanto se invisibiliza.

¿Es posible creer en el amor heterosexual en un mundo donde hay tanta violencia de los hombres hacia las mujeres?

Es muy complicado. Yo dejé de creer en el amor heterosexual por esa razón, pero ahora soy un poco más optimista. Es muy difícil entender qué es el amor, pensar que va a haber alguien de otro género que te entienda o te respete. Por todo lo que nos ha sucedido de manera individual y de manera colectiva, y por lo que sigue sucediendo, por lo difícil que es para las mujeres erigirnos como sujeto, que no nos intenten desprestigiar, que no nos coloquen en lugares muy incómodos en nuestra intimidad, que debería ser el lugar mas seguro, el lugar donde poder mostrarnos vulnerables con nuestras virtudes y nuestros defectos. Creo que es muy difícil que eso suceda, pero no creo que sea imposible.

Pienso en lo que decía Kate Millet: el amor ha sido el opio para las mujeres. Mientras nosotras amábamos, ellos gobernaban.

Claro, es que habría que definir ese amor, porque quizá está en otro sitio y se puede abordar desde otro lugar. Soy optimista porque desde hace años tengo un proyecto que se llama La Madriguera y antes de eso tenía talleres de ilustración, pintura y grabados, y durante mucho tiempo en esos talleres veía todo el rato que las mujeres que venían centraban su trabajo en ese amor-opio, en ese amor romántico, en ese amor-centro que nos colocaba a nosotras en lugares pantanosos y llenos de olores hediondos.

Pero de tres años para acá, el hombre ha desaparecido y eso es algo evidente en los talleres que imparto. El último taller lo hice con Nuria Labari y con Paula Cifuentes: vinculamos la imagen y la palabra, y aunque son muy autobiográficos ya no tenemos como centro el amor romántico. Eso me parece esperanzador y me llena de optimismo. Ahora nos narramos nosotras desde otros lugares. Creo que tenemos que dejar de pensar el amor como esa cosa única e impermeable en la que tenemos que encajar.

¿Crees que ellos nos han amado alguna vez?

Qué difícil…

Podríamos escribir un ensayo sobre esto.

Sin duda. Es que no puedo generalizar. Quiero pensar que sí, pero ese sí está lleno de trampas. Por ejemplo ahora estoy maravillada y enfadada con mi ‘yo’ antiguo por no haberme acercado antes a Emilia Pardo Bazán. En su historia con Galdós sí veo amor, y respeto, y diálogo intelectual, y un evidente cariño y admiración por ambos.

Y sexo no sólo consentido, sino deseado, como vemos en su relación epistolar.

Eso es. Por eso sí creo.

¿Cómo puede hacer el cuerpo de la mujer para ser verdaderamente libre, para que no sea siempre ese espacio de hipersexualización, comercio, desprecio, misoginia y violencia masculina?

Esa es otra pregunta dificilísima, porque el cuerpo es la jaula. En La anguila he trabajado todo el tiempo abordando el cuerpo. Es una novela de aprendizaje que se centra en los años de una estudiante de Bellas Artes, una mujer de 18 años que encaja en el canon perfectamente pero no es feliz porque no siente que encaje, y ninguna de sus amigas es feliz porque ninguna siente que encaje. Que haya mujeres que piden para su cumpleaños liposucciones, operaciones de pecho o de nariz nos debería demostrar que ésta es una sociedad enferma. Ayer encontré un librito llamado Sobre la vejez, de la marquesa de Lambert, donde ya en 1700 le habla a su hija del peligro del cuerpo, de la trampa del cuerpo, de cómo desde la edad más temprana esa belleza se usa como herramienta.

La juventud es la herramienta. A una persona joven se le permite todo, puede ser torpe, se puede equivocar… pero las mujeres tenemos esa vida-trampa. Es muy difícil saber cuál es nuestro momento de maduración perfecto porque siempre somos demasiado jóvenes o demasiado viejas. En el cuerpo está la trampa y la mirada heteropatriarcal. Es muy difícil, por más que te esfuerces en entenderte, en quererte, en leer, en relacionarte con personas sanas emocionalmente cuyo centro no sea el cuerpo, que en algún momento de flaqueza no te vuelva a aparecer el conflicto con tu cuerpo. Yo acabo de cumplir 40 años y mucho me temo que voy a seguir en esa batalla.

Cuando hablo con amigos que están en lugares de poder y que acaban aprovechándose de ese poder para relacionarse con mujeres, una de sus reflexiones es “hay una línea, puedo cruzarla o no cruzarla, pero hago ese esfuerzo de no hacerlo”, refiriéndose a las relaciones con mujeres jóvenes que los admiran y que quieren otra cosa de ellos, una cosa muy distinta a lo que ellos quieren, y que acaban cayendo en esa trampa. Mi respuesta siempre es “tú tienes una línea que cruzas o no, pero yo no la tengo, y nunca la tendré, por eso no tengo ni que decidir si cruzarla o no, nunca podré ser un Hombrecito, y eso me alivia pero a la vez me pone otra vez el espejo deforme y grotesco delante”. Vivimos en un contexto deforme y grotesco.

A las mujeres, ¿nos salvará el feísmo autoinfligido, el escapar de los cánones, el buscar a posta no ser un reclamo goloso, bello y joven para los hombres?

Bueno, es que lo feo también es relativo: tenemos que educar la mirada y entender que hay belleza también en sitios hostiles o desagradables, hay belleza todo el tiempo, y estamos dejando la belleza en un lugar muy estrecho.

Incluso en un lugar muy aburrido, ¿no? Parece que para estar bellas ya no podemos ni mover la cara ni tener expresividad. Mejor muñequitas. Mejor como muertas.

Esto es La amortajada, de María Luisa Bombal. En este libro hay un homenaje evidente a ella. Hablamos de las mujeres muertas que entienden quiénes son y cómo deberían haber abrazado la belleza. O como el verso de Sylvia Plath sobre que en la muerte está la belleza.

En este libro hablas del Sinnombre, del Hombrecito y del Premio Nacional de poesía violador. ¿Cuál es el más peligroso de los tres?

Me he hecho mucho esa pregunta pero no sé responderla, porque todas son agresiones y no podemos ordenarlas… todas son peligrosas y dependen de tu experiencia, de tu herramienta, del lugar del que provengas, de los refugios que hayas podido construirte, de las amigas y compañeras que tengas… decidí nombrar tres agresores, pero si esto hubiera sido de verdad una autobiografía, habría habido muchos más.

¿Se te pasó por la cabeza dar nombres?

Cuando decidí que iba a escribir la novela, no. Pensé en usar pseudónimos que resonaran con su nombre, pero después pensé que si hacía eso los volvía a colocar a ellos en el lugar importante, en el lugar de sujeto, y en esta novela ellos no son los sujetos, por eso los he nombrado de esta manera. El texto para mí es lo más importante y la autocomplaciencia se queda a un lado. La historia que he publicado es la que quería publicar. Si hubiera narrado esas agresiones desde el momento, si ahora fueran más cercanas en el tiempo, sí sentiría esa necesidad de nombrarles, pero habría ido a comisaría y habría interpuesto una denuncia. Si hubiera dado los nombres de mis agresores en este libro, el sistema los habría seguido protegiendo.

A mí me interesa la venganza. Sé que este libro no está escrito desde ahí, no está escrito desde la rabia, sino desde cierta paz, cierta placidez. Pero, ¿no crees que tengamos derecho a la venganza, a un libro-revancha, a un libro-denuncia en comisaría, a un libro-asesinato?

Es muy complejo, porque mira, tenemos muy cerca el caso de Nevenka con el documental. Cómo le gritaban la insultaban por la calle diciendo “si yo no me dejo, no me acosan”. Se volvía a responsabilizar a la víctima de los actos del agresor, y con La anguila yo quería que el lector o lectora se pudieran enamorar del agresor, que entendieran ese proceso de enamoramiento y lo amaran, igual que tantas mujeres manipuladas han amado y siguen amando a sus agresores. La venganza la quise tener muy lejos, quise tener ese sentimiento muy lejos… sé que hay grandes obras escritas desde ahí, pero no quería que La anguila fuera eso. Si hay venganza en algún momento, será en la línea del discurso de: “Vosotros sabéis quiénes sois, que cada uno resuelva lo suyo consigo mismo”.

¿Se te pasó por la cabeza la posibilidad de recibir respuesta de alguno de ellos? Quiero decir: al final un libro inicia un diálogo con sus lectores, pero también con sus lectores-abusadores. Existía la posibilidad de que alguno reaccionara y te contestara.

Bueno, ojalá, gracias a La anguila, haya hombres que se pongan un espejo delante y que se enfrenten a la parte de monstruo que contienen. El feminismo es revisión y la revisión es dolorosa, y lo siento mucho, pero si queremos cambiar las cosas, ellos se van a tener que revisar. Lo contaba Joanna Russ en Cómo acabar con la escritura de las mujeres: para cometer las acciones machistas de siempre basta con seguir con ‘las buenas costumbres’, que es no cuestionar la costumbre. Para ellos es muy difícil localizar esa agresión porque la tienen normalizada e incluso aplaudida. Los hombrecitos que cada curso académico mantienen una relación sexual con una alumna nueva y a los que el propio departamento aplaude. Esos depredadores se alimentan de la imagen que proyectan en los demás y quieren ese aplauso.

¿Crees en la figura del aliado?

(Ríe). Joder. Qué pregunta… es que claro… existe, pero…

¿Como los unicornios?

Los falsos aliados ganan en número por goleada. ‘Aliado’ es el que no se corona con esa palabra. El aliado actúa como tal y no necesita nombrarse desde ese lugar, es otra trampa.

Consiguen protagonismo a costa del feminismo.

Sí. Un aliado respeta, escucha, se aparta, se revisa y pide disculpas.

¿Qué pasará cuando el Me Too español llegue a la escritura? En la música ha caído Plácido Domingo, pero, ¿qué pasará con el mundo editorial?

¿Pasará algo? ¿Es que ha caído de verdad…?

Bueno, es verdad que mucho no habrá caído si le acaban de programar tres conciertos en España.

Pues eso es. No va a pasar nada. En la música patria sucede todo el tiempo, y no va a pasar nada. No va a pasar nada a corto plazo. Soy bastante pesimista e esto porque veo que son procesos lentos y la inmediatez destruiría el proceso natural que construye el cambio de manera sólida. Pero bueno, nosotras a lo nuestro.

¿Cómo tirarles entonces de las Academias, de sus tronos…?

Los vamos a destronar, pero seguramente no seamos nosotras. Tendrá que ver con nuestro trabajo, peor no seremos nosotras, porque el proceso es largo y porque el sistema los protege todo el tiempo. El sistema es masculino. El poder es masculino. Todo está construido así, como dice Russ, no es torpeza, es mala fe. Es una estructura que difícilmente vamos a romper, porque lo ideal es cambiar los cimientos, si no nos daremos siempre con la misma pared.

Pues la romperemos a cabezazos y aprovecharemos la grieta.

Eso sí que lo siento. Por más dolores que nos cause, no vamos a desfallecer.