Una mujer usando el móvil en la cama.

Una mujer usando el móvil en la cama.

Salud

¿Necesitas saber qué hacen los demás? Lo que esconde la ansiedad que sientes de estar pegado al móvil

Aprender a identificar los impulsos y brindar estrategias para controlarlos puede ser el primer paso para evitar problemas.

20 mayo, 2023 05:00

Noticias relacionadas

Según el informe Estado Móvil de 2022, los españoles pasan, de media, cinco horas con el móvil en las manos. El dispositivo se ha convertido en una extensión más del cuerpo humano y, tal y como apuntan algunas de las últimas investigaciones, no solo absorbe buena parte de las horas del día sino también la conciencia de que los minutos se van por el coladero cuando los dedos no dejan de deslizarse por su pantalla.

Mientras algunos expertos apelan al mecanismo de las drogas para explicar esta ‘adicción’ y otros investigadores han abierto una nueva senda en la que buscan la relación que hay entre el uso de los móviles, especialmente cuando este desencadena problemas, con trastornos como la depresión o la ansiedad.

La investigadora del área de Psicología Social de la Universidad de Málaga, Christiane Arrivillaga, ha indagado en ello a través de un estudio internacional desarrollado en la Universidad de Toledo (Ohio, EEUU) enfocado en los adolescentes. La especialista asegura que hay mucha investigación al respecto, pero falta ver cómo se relacionan estas variables, “que hay entre una cosa y la otra”.

Lo que se sabe es que existe una fina línea que une trastornos como la depresión o la ansiedad con el uso problemático de los móviles, es decir, con comportamientos adictivos o que acaban siendo antisociales desencadenados por estos dispositivos. “Mientras más ansioso, deprimido o estresado se encuentra un adolescente, mayor es la probabilidad de que use excesivamente el móvil”, afirma Arrivillaga.

Los investigadores han hallado que uno de los factores que sostienen esa relación es la dificultad para regular las emociones, un concepto muy amplio que han analizado a partir de variables concretas como la falta de claridad emocional o las estrategias de control y que ha desembocado en el estudio del FOMO -Fear of Missing Out-.

Este se define como el miedo a perderse experiencias unido a la necesidad de estar online para saber qué es lo que hacen otras personas: cuando estás en el sofá de tu casa un viernes por la noche pensando qué hacen tus amigos y no paras de revisar sus perfiles de Instagram, sientes FOMO.

A partir de aquí, los investigadores trazaron el camino desde cómo la desregulación emocional puede llevar al FOMO y este al uso problemático de los móviles. “El modelo apunta que una persona con dificultades para controlar sus impulsos acaba siendo mucho más propensa a preocuparse por las experiencias de los demás, por saber qué están haciendo y pensar que no está donde suceden las cosas. Ese círculo se retroalimenta y genera un miedo que lleva a que utilice mucho más el móvil, esté más pendientes de las redes sociales y, probablemente, acabe generando un uso problemático del dispositivo”, explica Arrivillaga.

El mayor valor de la investigación es que pone el foco en los problemas emocionales como desencadenantes del uso problemático de los móviles. Hay evidencia de que los adolescentes que sufren depresión o ansiedad son mucho más propensos a generar estas dinámicas, incluso existen estudios que trazan un perfil emocional de riesgo en estos casos y que apuntan a jóvenes con mayor nivel de depresión interpersonal y menor nivel de facilitación emocional. Los más vulnerables son, por ende, aquellos que no sabe gestionar las emociones a tu favor y acaban refugiados en las redes.

Para Arrivillaga, el uso problemático de la tecnología está funcionando como una estrategia de afrontamiento “desaptativa”: “Yo me siento mal y, por ello, me conecto, entro en redes sociales, pero esto no me funciona para sentirme mejor. Como no me funciona, sigo teniendo esos problemas emocionales, esa ansiedad o depresión, y el uso de las redes va a ir cada vez a más. Al final, no voy a lograr sentirme mejor porque la estrategia no apunta a resolver el problema emocional que hay debajo”.

Por tanto, para solventar la situación, y también para prevenirla, hay que ahondar en dónde está el problema, en qué es lo que lo está generando. De hecho, el grupo de Arrivillaga trabaja en un programa de prevención basado en entrenar esas habilidades de inteligencia emocional para prevenir el uso problemático de la tecnología y el ciberacoso, que se entiende asociado a esta dinámica.

La clave, a su juicio, está en tomar el control de lo que sentimos y pensamos. Lo ejemplifica así: “Una persona tiene miedo a estar perdiéndose cosas y, por ello, está conectada constantemente para ver qué hace su círculo. Cuando entra en redes, probablemente verá actividades en las que no ha participado y se incrementará su sensación de estar ‘perdiéndose cosas’, lo que puede activar la sensación de rechazo social. ¿Será que no tengo grupo de pertenencia? ¿Me están rechazando? Eso le generará mucha ansiedad y si no sabe cómo controlar sus impulsos, si no sabe transformar esas respuestas en un ‘a lo mejor se les olvidó avisarme’, en un ‘no fue algo organizado sino que se encontraron’, aumentará ese miedo y se conectará cada vez más”.

Aprender a identificar los impulsos y brindar estrategias para controlarlos sería el primer paso para prevenir los problemas, según la investigadora, que reconoce también que la desintoxicación digital puede hacer “mucho bien” a algunas personas, pero en el caso de los adolescentes no es lo más recomendado. “Hay que tener en cuenta la etapa evolutiva. Una de las cosas más importantes para los jóvenes es el contacto con sus pares. En la actualidad, gran parte de estas conexiones son a través de internet y si les quitas eso, pierden el contacto con la sociedad”, abunda.

Esto ejemplifica a la perfección cómo las redes sociales se han convertido en “un arma de doble filo” que, por una parte, mantiene a sus usuarios conectaros sin importar las dimensiones temporales y sociales, pero por otra, les deja físicamente solos. “Los contactos son mucho más superficiales”, añade Arrivillaga.

Esto vuelve a generar un círculo vicioso: una persona se siente sola y se vuelca en la red para tratar de crear esas conexiones que le faltan, pero si estas no son estrechas, no son reales, la estrategia solo es una “tirita” que no va a resolver el problema.