Dicen que diciembre siempre llega arrastrando los pies, como esos días en los que una no tiene ganas ni de hablar. Y yo, que soy muy de imaginarme escenas (al final, una viene del escenario, qué le vamos a hacer), siempre visualizo al año que se va como a un abuelo entrañable. Este año lo he bautizado así: el Abuelo 25. Me lo imagino con su barba blanca, su bufanda empezada (que nunca se termina, por supuesto) y esa mirada mezcla de cansancio y satisfacción de quien ha visto de todo.

Este Abuelo 25 se nos mete en la cama este diciembre sabiendo algo que ninguno de nosotros sabe cuando empieza el año: cuándo le toca despedirse. Él sí lo tiene claro desde ese 1 de enero que llega siempre entre brindis, risas y algún zapato volando por la ventana.

Y aun sabiéndolo, el abuelo ha tirado pa’lante con una dignidad que ya la quisiera mucha gente: ha soportado tormentas, ha guardado carcajadas, ha recogido nuestras lágrimas y ha celebrado nuestras pequeñas victorias.

Y sí, también ha aguantado a los derrotistas de marzo, esos que siempre dicen “este año está perdido” antes de que florezca un mísero almendro. Pero el abuelo siguió, terco y noble, como son los abuelos de verdad.

Este año, guste o no, ha sido un maestro duro, pero también una compañía necesaria. Nos ha puesto el criterio patas arriba, nos ha obligado a mirarnos en el espejo del tiempo, nos ha recordado que la espera puede ser trampa… y que la suerte, ay, la suerte… hay que buscarla, no esperarla en el sofá. Eso lo decía Séneca, pero lo repetimos las Géminis, que estamos siempre inquietas.

El Abuelo 25 nos deja un álbum de estampas que ya forman parte de mí, y de todos los que me habéis leído:

– Películas que nos recordaron que todos deberíamos ser “La infiltrada” que no borra la parte oscura de nuestra historia.

– Una Málaga luminosa que, como siempre, se pone el corazón por bandera y te abraza, aunque solo vengas a tomar un café.

– Una Valencia herida que se levantó del barro con una dignidad que ya la quisieran muchos. Porque allí, en medio del desastre, entendimos que la fortaleza también nace donde más duele.

– Ese apagón surrealista al que nos llevaron y que nos hizo volver al quinqué y a mirar la casa en silencio, como si el tiempo nos hubiera dado una bofetada ligera para que espabiláramos.

– Una María Corina llevándose el Nobel de la Paz y demostrando que, de vez en cuando, el mundo también tiene un ataque de lucidez…. Y otras tantas reflexiones que me removieron este año.

El abuelo también nos recordó que la palabra pesa. Y que pesa mucho. Mi socia Alicia Ors siempre dice que “la palabra es clave”, y es verdad. Este año lo hemos visto clarito:
La política ha sido una auténtica noria mareante, y vaya si ha dado vueltas. Escándalos que salían como champiñones tras la lluvia, corrupciones disfrazadas de no-se-qué, promesas que duraban lo que dura un directo en redes… Y mientras tanto, nosotros, los ciudadanos, intentando no salir disparados del asiento.

Pero la vida sigue ahí fuera, más allá del telediario y del griterío de feministas que no me representan. Sigue en Málaga, en Valencia, en Madrid, en cualquier rincón donde uno sienta un poco de hogar.

También ha sido el año de ese feminismo del día a día, el de las mujeres anónimas que no salen en portadas ni necesitan pancartas para sostener el mundo. Féminas que, igual que las grandes mujeres de la Biblia, movieron montañas sin levantar la voz. Y es que la fuerza de verdad, la que vale, no hace ruido y transforma.

Ha sido también un año de despedidas. Personas queridas que se nos quedaron por el camino y que, aun así, siguen viviendo en nuestros gestos, en las frases que repetimos sin darnos cuenta, en esos silencios que se llenan de su nombre sin decirlo. El Abuelo 25 se lleva mucho, sí, pero también deja algo: la memoria, que es la manera más bonita de seguir acompañados.

Y aquí estamos nosotros, un año más: vivitos y coleando, atentos, un poco cansados y un poco más sabios. Con ganas de escribir la siguiente página si nos dejan.

Porque el que viene ahora es el Joven 26, que llega con ese descaro de quien cree que puede cambiarlo todo. Y ojalá venga con buenas intenciones, porque ya sabemos que perfecto no será, pero que nos pille de pie, con el corazón en su sitio y la esperanza lista, eso sí que depende de nosotros.

Antes de cerrar los ojos, el Abuelo 25 nos deja un consejo que yo recojo desde este balcón que es casi mi casa:

No esperes más. Vive. Muévete. Di lo que sientes. Agradece lo que tienes. Abraza lo que importa. Y recuerda: la vida es ahora.

Lo que sí tengo claro, y lo digo con la mano en el pecho, es que hemos sobrevivido, hemos reído, hemos llorado, hemos aprendido y hemos amado. Y en este mundo tan revuelto, eso ya es un triunfo.

Así que, querido Abuelo 25, descansa tranquilo. Gracias por tus lecciones y tus tirones de oreja. Seguimos caminando con tus huellas todavía calientes.

Y al Joven 26 le pedimos solo eso: verdad, luz y ganas. Lo demás, ya lo pelearemos nosotros.

Feliz año nuevo. Este sí, desde mi Málaga y con el alma rebosando, seguimos adelante.