La irrupción de ChatGPT y otras tecnologías basadas en inteligencia artificial generativa (IAGen) están causando profundos cambios por mor a sus posibles implicaciones en múltiples espacios como el desempeño laboral de los profesionales y sector educativo.
La realidad de hoy no es otra que los médicos, ingenieros, abogados, economistas, financieros, entre otros, amplían sus capacidades de manera increíble y además aumentan su productividad de manera exponencial.
Centrándonos en el ámbito educativo, España como país necesita potenciar el aprendizaje efectivo de nuestro alumnado, de modo que adquieran más competencias de cara a poder enfrentarse a los desafíos del mundo actual. Asimismo, no hay otro modo que no sea apoyar el trabajo del profesorado para lograr estos objetivos.
En este contexto, debemos preparar a las instituciones educativas, docentes, estudiantes y familias hacia el aprovechamiento de las oportunidades que ofrecen las nuevas tecnologías y, a su vez, actuar frente a sus riesgos.
La reacción típica de la mayoría de los docentes ante la llegada de la IAGen, entre otros ChapGPT, es vetar su uso en el aula. Craso error, ya que solo basta prohibir algo para que el efecto sea lo contrario, sin darnos cuenta estamos retando al alumno a hacer lo contrario, lo que se denomina en Psicología efecto de reactancia.
Los profesores que piensan que el uso de la IAGen es un medio para hacer trampas, es una visión miope y que denota poco o nulo conocimiento del potencial que la IAGen aporta en el proceso del aprendizaje del alumno. Es como si nos aferrásemos al libro en papel y nos empeñásemos en no acceder al inmenso mundo de contenidos que nos ofrece el ciberespacio.
Si un profesor está en ese estadio, simplemente es un analfabeto digital y, por analogía, un alumno de bachillerato o de educación superior si decide no usar la IAGen, de igual modo estaría renunciado a ampliar sus capacidades y competencias, estando en desventaja con el resto de los compañeros que si están sacando partido a la IAGen.
Lo que se espera de un buen profesor de bachillerato no es otra cosa que adaptarse a los tiempos, que use la IAGen en primera persona, con el objetivo de potenciar las competencias digitales y habilidades analíticas de sus alumnos, al mismo tiempo mantener un diálogo abierto con ellos como colaborador estrecho en la aventura del aprendizaje de algo nuevo que ha venido para quedarse.
La educación del siglo XXI no puede limitarse a transmitir contenidos, pues se debe formar ciudadanos capaces de aprender, desaprender y reaprender, y todo ello es responsabilidad directa del profesor.
Mi consejo a los compañeros docentes sería que no hay que preocuparse y sí ocuparse ante la irrupción de la IA. Hay que mantener la calma, abrazar estas herramientas y familiarizarse con ella lo primero. Es un tsunami en el que ya estamos sumergidos y solo nos queda coger la tabla de surf y surfearlo, convirtiéndote en un agente del cambio.
Tengamos claro su enorme potencial, pero también sus limitaciones. No ocultamos que introducir la IA en el proceso de enseñanza-aprendizaje en el aula de bachillerato es una innovación disruptiva. A tenor de esta circunstancia, hay que redefinir el papel del profesor. Me refiero a que ya no somos únicamente transmisores de conocimiento, además también debemos asumir el rol de facilitadores del aprendizaje. En efecto, nuestro papel consiste en guiar, provocar debates a través de preguntas, y ayudar a que el alumnado tome conciencia de sus propias decisiones.
De acuerdo con el profesor emérito de Harvard Business School John P. Kotter, liderar la innovación requiere generar un sentido de urgencia y consolidar una cultura de cambio sostenible. Las ideas de este profesor se aplican para liderar procesos de innovación educativa, impulsar el cambio en las instituciones y superar la resistencia organizacional, promoviendo culturas escolares más flexibles, colaborativas y sostenibles.
En mi experiencia docente en el aula como profesor de Economía de 1º de Bachillerato e Introducción al Derecho en 2º de Bachillerato, he de decir que mis alumnos reaccionan con entusiasmo ante el uso de la IAGen. De hecho, los alumnos se implican, discuten, corrigen a la IA y se sienten protagonistas de su aprendizaje. Y ya sabemos que un alumno motivado es un alumno que está abierto al aprendizaje.
Hay que insistir en el uso de la IAGen con ética y sentido. Cierto es que hay que tener claras cinco premisas fundamentales. La primera sería que la IAGen es un asistente pedagógico, no un sustituto del pensamiento. Que, además, todo contenido generado debe ser revisado críticamente. No olvidar citar las fuentes y documentar el uso de la herramienta.
Por otro lado, la IA no exime al alumno del esfuerzo ni del análisis. Y, por último, la creatividad sigue siendo patrimonio humano. Estos principios coinciden con las guías éticas propuestas por la UNESCO (2023), que promueven una educación digital centrada en la persona.
En conclusión, integrar la IAGen en el aula no es una moda, sino una necesidad educativa. Sin embargo, su eficacia dependerá de la visión y determinación con la que se implemente.