Cada verano, España vuelve a batir récords: 93 millones de turistas internacionales este año. Las cifras asombran, llenan titulares y estadísticas. Pero detrás de los números late una pregunta de fondo: ¿de verdad queremos seguir creciendo así, o podemos aprovechar esta avalancha para transformar la manera en que acogemos y compartimos nuestro país?
Porque el turismo no es sólo una industria; es también una forma de relación. Entre quien llega y quien habita, entre el visitante y el territorio. Y en esa relación, algo empieza a cambiar.
Más allá del sol y la playa
Durante décadas, España fue el destino del sol, la arena y las sombrillas. Un modelo que trajo prosperidad, pero también saturación y desigualdad territorial. Hoy, mientras las Ramblas de Barcelona o el centro de Sevilla se llenan hasta la extenuación, hay cientos de pueblos que esperan una oportunidad: el turismo como herramienta de vida.
Recorro a menudo esos lugares invisibles en los mapas turísticos y lo pueden comprobar en mi canal.
En los pueblos, ciudades intermedias o en el entorno rural, un hotel restaurado con mimo se convierte en refugio. Una panadera que amasa con harina de trigo un pan artesanal ofrece algo más que pan: ofrece la memoria gustativa del pasado.
Y un cielo limpio, libre de contaminación lumínica, se convierte en escenario de un turismo de estrellas que nos reconcilia con el único cuadro que es gratis, cambia todos los días de colores y formas, y lo vemos con sólo levantar la cabeza, el mágico firmamento sin polución nocturna.
El valor de lo auténtico
El turismo rural, el ecoturismo, las gastro experiencias locales no son modas pasajeras. Son la respuesta de un país que empieza a comprender que su riqueza no está en la cantidad, sino en la diversidad.
Que un visitante que camina por una vía verde, que escucha a un pastor contar su oficio o que prueba un queso elaborado con leche de su propio valle, deja algo más valioso que dinero: una experiencia imborrable que persiste para siempre en los sentidos del visitante, y ese, es el mejor "branded" del mundo para fidelizarlos con la "marca país España".
He visto cómo pueblos en riesgo de despoblación recuperan vida gracias a ese tipo de turismo. Jóvenes que vuelven, cooperativas que nacen, escuelas que reabren.
La sostenibilidad no es sólo ecológica; también es social y económica, y al mover la maquinaria de todos los sectores de la cadena del valor, que se nutren y pueden vivir del turismo, reactivamos lo más importante, la economía local, provincial y nacional. Y sobre todo, damos sentido a los jóvenes, a las emprendedoras y a las pymes, para arraigarse en su territorio, y hacerlo florecer para recibir nuevos visitantes y también, nuevos habitantes.
Una nueva mirada con propósito ...
El turismo sostenible nos invita a mirar de otra forma. A mirar el cielo nocturno desde lugares que pueden desarrollar alojamientos, catering, degustaciones al aire libre en cientos de pueblos, comarcas y lugares mágicos a lo largo y ancho de ésta potencia turística mundial que es España y Andalucía y conservar vivas las tradiciones.
En un tiempo de prisas, de distracciones móviles, de hiperconexión digital, es casi un acto de resistencia viajar despacio (slow travel), consumir con conciencia productos locales, regionales o del país que visitamos y elegir destinos que no se venden en masa.
España y la provincia de Málaga tienen todo para ser líder mundial en ese cambio: paisajes diversos, cultura viva y una red de pequeños emprendedores que creen en otro modelo. Pero necesita algo más: decisión política, apoyo institucional a través de patrocinios a empresas que tienen un compromiso real con la sostenibilidad.
El reto del viajero consciente
El turismo sostenible no se decreta: se practica. Comienza con la elección de un destino, con la forma en que nos movemos, comemos, dormimos o incluso fotografiamos. Ser turista hoy es también asumir una responsabilidad. No todo vale, ni todos los lugares pueden soportar el consumo masivo. Hay algunos destinos que sólo en verano se multiplica por miles, el consumo de agua, de electricidad, de coches en circulación, etc, etc, etc.
Como muestra un botón: En Sant Llorenç des Cardassar (Mallorca) , se estima que ha recibido aproximadamente 73,1 turistas por habitante en los meses más concurridos.
En Sallent de Gállego (Huesca), con una población mucho más pequeña, se calcula que ha tenido alrededor de 51,8 turistas por cada habitante.
Y en Peñíscola (Castellón) , este municipio ha visto una gran afluencia, con una proporción estimada de 51,7 turistas por habitante en agosto de 2025.
Quizá haya llegado el momento de viajar de forma SOStenible de verdad ...
Si algo me enseña cada viaje es que España está llena de lugares aún por contar. Valles que huelen a tomillo, aldeas donde el tiempo parece suspendido, cielos que todavía permiten ver la Vía Láctea. En un mundo saturado de destinos, la autenticidad se ha vuelto el bien más escaso.
El turismo sostenible es una manera de reconciliar al visitante con el territorio, y al territorio consigo mismo y sus habitantes.
No necesitamos más turistas. Necesitamos turistas que consuman más, sean respetuosos con el entorno que visitan, muevan la rueda de las economías comarcales y que los destinos maduros pueden redirigir esa enorme cantidad de turistas a estos lugares hermosos tanto de Málaga, como de Andalucía, que los esperan con los brazos abiertos y conseguir un win - win (ganar - ganar) para todos.
Si has llegado hasta acá, muchas gracias por tu interés en este artículo, me despido con una reflexión INSPIRADORA de la Madre Teresa de Calcuta:
"Yo hago lo que tú no puedes, y tú haces lo que yo no puedo. Juntos podemos hacer grandes cosas".