En el mundo empresarial el éxito puede ser tan peligroso como el fracaso, siempre que el primero se convierta en una excusa para la autocomplacencia. Al final, el éxito nos lleva al siguiente silogismo: exceso de confianza, buenos resultados, ergo, se relativizan tanto las señales de cambio del entorno como las necesidades internas de renovación.

Las empresas, independientemente de su tamaño, suelen aferrarse a sus ventajas competitivas presentes y evitan evolucionar (si la cosa va bien por qué cambiar). Pero pronto descubren que el éxito presente no es garantía de éxito futuro.

Esta máxima, aplicable a cualquier organización, cobra una relevancia particular cuando se analiza el caso de mi ciudad, Málaga. Una ciudad que hoy es una estrella rutilante entre las ciudadess, todo ello gracias a un conjunto de decisiones estratégicas e inversiones acertadas.

No obstante, empieza a mostrar signos de agotamiento y colapso, precisamente por no adelantarnos y estar inaugurando nuevas obras muy necesarias en la actualidad. El crecimiento de Málaga ha superado todas las expectativas, y como diría un paisano, nos ha cogido el toro.

Volviendo a la empresa, el mayor enemigo de ella no siempre es su competencia, sino más bien su propia resistencia al cambio. Muchas organizaciones, tras alcanzar un nivel óptimo de eficiencia y rentabilidad, centran sus esfuerzos en mantener sus capacidades esenciales, es decir, sus procesos, su plantilla tal como está, sus canales de distribución consolidados,sus productos vacas o estrellas, sin caer en la cuenta de que los productos vacas lecheras suelen al final convertirse en productos perros y las estrellas en dilemas.

La formación del capital humano, la adaptación tecnológica, la inversión en infraestructuras o la incorporación de nuevas capacidades son pilares imprescindibles para mejorar el nivel competitivo y, de paso, mantenernos en ese estadio. De hecho, el éxito sin cambios ni inversión es el prólogo del fracaso y la decadencia en las empresas.

Durante las dos primeras décadas del siglo XXI, Málaga protagonizó una transformación sin precedentes en el panorama español. Su despegue no fue casual sino más bien causal, fruto de una estrategia pública y privada bien alineada: la llegada del AVE conectó la ciudad con Madrid y el resto del país de forma rápida y eficaz; la ampliación del aeropuerto reforzó su proyección internacional; se mejoraron carreteras y accesos; se abrió un ecosistema cultural, el Museo Picasso como palanca de apoyo a la rehabilitación del centro de la ciudad.

Museos como el Carmen Thyssen, Pompidou, Museum Jorge Rando y la transformación del edificio de la Aduana en el gran Museo de Málaga. Estas inversiones museísticas han potenciado la marca Málaga.

Además, Málaga es un imán para turistas, empresas tecnológicas, eventos culturales y nómadas digitales. Decir Málaga es sinónimo de innovación, calidad de vida y dinamismo económico. Todo ello ha permitido que Málaga dejara de ser destino de turistas de las tres p (pipas, paseo y playa), para convertirse en una ciudad atractiva para el turismo de calidad, inversores, capital humano y empresas de todo tipo.

Por el contrario, las infraestructuras que en su día fueron punta de lanza empiezan a estar colapsadas (las autovías, sobre todo). El aeropuerto, con un tráfico de pasajeros y operaciones de vuelos diarios in crescendo. Esta situación empieza a preocupar, y ya vamos tarde para iniciar las obras de ampliación.

Y la ciudad, que atrajo a miles de nuevos residentes y empresas, comienza a sufrir tensiones propias de su crecimiento rápido: vivienda inaccesible, movilidad estancada, saturación de servicios públicos y una sensación de colapso que empieza a preocupar al paisanaje. Y ahí comienza la muerte de éxito, cuando creemos que no hace falta invertir más, que solo es necesario mantener lo que se tiene. Pero en un mundo en transformación acelerada, el pez grande ya no se come al pez chico, sino más bien, el pez más rápido se come al lento.

En conclusión, Málaga se tiene que mover con rapidez y las diferentes administraciones deben trabajar al alimón y dejarse de tacticismo político.

El éxito para que sea sostenible hay que trabajarlo every day, pues, morir de éxito es otra forma de morir, porque nada es más complicado de gestionar que el éxito efímero. Ya lo dijo el que fue un exponente de empresario innovador, nos referimos a Steve Jobs: “El éxito es un pésimo maestro. Seduce a la gente inteligente a pensar que no puede perder”.

Málaga y los malagueños hemos demostrado que sabemos reinventarnos a tenor del éxito alcanzado. Pero ya se sabe que no podemos seguir pensando que siempre será así. Ya vamos un pelín tarde, aunque debemos poner en marcha inversiones transformadoras que den seguridad al éxito futuro de nuestra amada y querida Málaga, la primera en el peligro de la libertad… como reza en su escudo.