-Mamá, ¿te acuerdas de aquel verano en el que fuimos a una playa lejos?

-Claro que me acuerdo, cariño. ¿Por qué lo preguntas?

-Porque dormía mucho y tú llorabas… ¿Yo estaba malito?

Ana frenó suavemente el coche antes de entrar al parking del supermercado. Miró a su hijo Daniel por el retrovisor. 6 años, galletas en la mano y una pregunta que removía un recuerdo difícil.

-Sí, cielo. Estabas malito. Fue una intoxicación.

-¿Me dolía la tripa?

Ana dudó. ¿Cómo explicárselo? Tenías poco más de dos años y el accidente había sido tan absurdo, como peligroso.

-No, no te dolía. Lo que pasó fue que tomaste una medicina que no era para ti. Unas pastillas de mamá. Muy peligrosas para un niño.

Mientras deshacíamos las maletas, sin darnos cuenta, dejamos una caja de diazepam sobre la mesilla de noche. No tenía cierre de seguridad. Tú siempre has sido muy curioso y aprovechaste un momento a solas para jugar a los médicos.

Abriste la caja, manipulaste el blíster y te tragaste varios comprimidos. Unos minutos después, tu hermana Ana te encontró en el sofá, muy somnoliento.

Tenías la mirada perdida, la cabeza caída hacia atrás sin control y la respiración anormalmente lenta y superficial.

-¡Daniel! Gritó, al ver que no reaccionabas.

-¡Mamá! Gritaba entre lágrimas mientras te sostenía en brazos.

Avisamos al 112. Cuando llegó fuiste trasladado hasta las urgencias de Pediatría Dijeron que tu exploración era, "hipotónico, pálido, con bradipnea evidente, somnolencia profunda y tendencia al coma superficial". Tu función respiratoria estaba empezando a comprometerse y a dificultar cada vez más, según constaba en el posterior informe de alta que nos entregaron. Confirmaron la sospecha de intoxicación por benzodiacepinas.

Inmediatamente le realizaron un lavado gástrico, y le iniciaron medidas de soporte vital; le administraron flumazenilo, antagonista específico para revertir la intoxicación por benzodiacepinas.

El personal sanitario fue muy claro: en niños pequeños, estas sustancias pueden provocar pérdida de conciencia, depresión respiratoria severa y si no se actúa a tiempo, riesgo vital de parada cardiorrespiratoria.

Daniel permaneció varias horas monitorizado. Despertó progresivamente. Tuvo que permanecer ingresado 24 horas en la UCI de pediatría. Aquella vez, habían tenido suerte.

-¿Fue por esa medicina? —preguntó ahora Daniel.

-Sí. Era un medicamento que ayuda a dormir a los mayores, pero en un niño pequeño es muy peligroso.

-¿Y yo me pude morir?

-No, mi amor. Pero pasaste unos momentos muy peligrosos. Por eso ahora lo guardamos todo con tanto cuidado y bajo llave.

Ana bajó la mirada y pensó en todo lo que había aprendido desde aquel día.

Las intoxicaciones accidentales son una de las causas más frecuentes de consulta urgente en pediatría. El grupo más afectado: niños entre 1 y 4 años, por su curiosidad y falta de percepción del riesgo.

Hasta el 80% de las intoxicaciones pediátricas son accidentales, y el 70% suceden en el hogar y especialmente en contextos de cambio de rutina (vacaciones, mudanzas).

En España, los centros toxicológicos reciben más de 40.000 llamadas al año relacionadas con intoxicaciones infantiles. Los medicamentos con los que ocurre de forma destacada son especialmente psicofármacos como las benzodiacepinas.

Aunque muchas intoxicaciones se resuelven sin secuelas, hasta el 10% requieren hospitalización, y algunas pueden ser mortales.

Lo más trágico es que más del 90% podrían evitarse con medidas simples:

  • Guardar los fármacos en sitios altos y cerrados
  • Usar envases con cierres de seguridad

  • No dejar medicamentos en bolsos, mochilas, ni maletas abiertas

  • Explicar a los cuidadores y familiares los riesgos reales

  • Enseñar desde pequeños que los medicamentos no son caramelos

Ana lo había aprendido por las malas. Ahora, cada vez que hacía una maleta, la revisaba tres veces, por su hijo. Y también por los miles de niños que cada año llegan a urgencias por un accidente o intoxicación que no tendría que haber ocurrido.

-¿Me podré tomar una medicina de mayores cuando sea grande? Preguntó Daniel, con media sonrisa.

-Cuando seas grande, sí. Pero solo si un médico te la manda, y siempre con cuidado.

Se bajaron del coche y entraron al supermercado. Ana le apretó la mano con fuerza. La vida seguía. Pero ella no olvidaba. Porque a veces, la medicina más efectiva… es no dejar que vuelva a pasar.