Durante años, en los despachos profesionales se entendió que aguantar era parte del oficio. Horas interminables, competitividad feroz, carreras contra el reloj y vidas personales relegadas a los márgenes, como si todo ello fuera el precio inevitable del éxito.

Se nos dijo que era así. Que había que acostumbrarse. Que quien no resistía, no valía. Peor aún, que quien no resistía, era débil y no servía para la profesión. Y lo aceptamos.

Recuerdo cómo un antiguo jefe se jactaba de las horas que registraba cada profesional al año, 2000, 2500 y todos a su alrededor admirábamos a aquel que más tarde llegaba a su casa y aprendíamos del ejemplo. Del ejemplo erróneo.

Hasta que el cuerpo, la mente, o la vida misma, empezaron a pedir explicaciones. Ansiedad, depresión, divorcios.

La salud mental ha sido —y sigue siendo— uno de los grandes tabúes del sector. Un tema incómodo, al que a menudo se ha llegado tarde, cuando ya era demasiado evidente para seguir mirando hacia otro lado.

Cuidar la salud mental no es un eslogan, no puede serlo, tampoco es cuestión de ofrecer un curso puntual ni de poner una máquina de café mejor. Es un compromiso diario: trabajar para que los horarios sean razonables, escuchar cuando alguien levanta la mano, respetar el derecho a desconectar.

Es entender que detrás de cada expediente, cada número y cada logro, hay alguien con una vida que no empieza ni termina en la puerta de la oficina.

Pero la inercia pesa. Los grandes despachos llevan tan intrínseca la penitencia laboral que el viraje está siendo demasiado lento. Solo han reaccionado cuando las nuevas generaciones se han plantado.

Los millennials y la Generación Z están revaluando sus prioridades laborales, mostrando una creciente reticencia hacia sectores como la banca de inversión y las consultoras del tipo “Big Four” debido a las extensas jornadas laborales y la falta de equilibrio entre vida personal y profesional.

Una encuesta de Financial News reveló que más del 70% de los banqueros junior consideran dejar sus puestos debido a las jornadas laborales que superan las 80 horas semanales.

El informe de Deloitte de 2024 indica que el equilibrio entre vida laboral y personal es una prioridad para el 89% de los millennials y la Generación Z, y muchos rechazan empleadores que no alinean con sus valores personales.

Y después está la parte legal del asunto, las autoridades han permitido la esclavitud si venía en forma de grandes oficinas y trajes de chaqueta, hasta ahora. La Inspección de Trabajo ha iniciado investigaciones sobre las jornadas maratonianas en las principales consultoras del país, donde se han reportado horarios de hasta 80 horas semanales.

La salud mental no puede seguir siendo el lujo de unos pocos ni la asignatura pendiente de siempre.

Debe ser, de una vez por todas, el primer cimiento sobre el que levantar el trabajo del presente y del futuro.