No somos conscientes de los frágiles que somos hasta que algo arrollador te atrapa y no te deja escapar.
Ser adicto a algo es una enfermedad, eso es así. No es mi opinión, es un hecho, y la OMS así lo recoge; además de las asociaciones de psiquiatría y la comunidad médica en general. Es un tema muy delicado, y quienes han tenido la suerte de no toparse con una situación así en su entorno lo pueden ver tan solo como una debilidad conductual.
Recientemente, desde el Centro Provincial de Drogodependencia (CPD) de la Diputación de Málaga compartieron con los medios los datos de 2024: atendieron a más de 4.300 malagueños, enganchados a la cocaína, al alcohol, a la heroína y cada vez más a adicciones sin sustancias: al juego o al móvil. Demoledor.
Por desgracia, tengo cerca varios casos, no de forma directa, pero sí de gente a la que quiero mucho que tiene en su familia a alguien pasando por ello. Es muy complicado tener un problema así en tu día a día, afecta a todo el núcleo familiar, y lo peor es que el “dependiente” deja de ser él mismo para estar a expensas de una sustancia y no ver más allá.
Llevándolo a algo muy, muy banal, y para hacernos una idea de lo dificilísimo que debe ser gestionar algo así, yo, por ejemplo, me considero “adicta” a dos cosas: al chocolate negro y a los podcasts.
Con el chocolate negro descubro mi debilidad de forma continua: necesito tomarme una onza después de cenar; siempre. Supongo que tiene un porqué científico: contiene pequeños estimulantes como la cafeína y alguna otra sustancia que pueden generar sensación de bienestar. No sé si es ritual o una necesidad química, pero cae todas las noches.
El caso es que me levanto, cojo un trocito, me vuelvo a sentar para seguir con una serie y, al minuto y medio, me vuelvo a levantar. Vuelvo a la cocina, saco el chocolate, cojo otro trocito y lo guardo. Me siento y, a los tres minutos, una vez más, tengo la necesidad de un poco más. Es absurdo: debería coger un buen trozo la primera vez, pero me parece demasiado chocolate para antes de dormir. Así que, con el primer pedacito debería de cubrir mi capricho, pero soy incapaz, y el 90% de las noches el ritual tiene esas tres secuencias.
Si yo soy así de débil con algo tan simple como el chocolate… ¿qué será una adicción real?
Durante el confinamiento empecé a escuchar podcasts de todo tipo y, hoy, lo sigo haciendo: estoy bastante enganchada. En mis inicios me gustaba compartir mi reciente afición siempre que tenía ocasión. Un día, en una reunión, hablando con un cliente y buen amigo, me comentó que dormía muy mal y le dije:
—¿No has probado a ponerte un podcast cuando te desvelas? A mí me funciona: me pongo uno y al minuto caigo redonda.
Me miraba con una cara muy sorprendida, como si le estuviera diciendo una barbaridad. Continué con mi justificación:
—Es que no enciendo ni la luz, y en un segundo me pongo uno y me quedo K.O.
Su cara de asombro iba a más y yo no entendía nada… ¡VODKA! Descubrimos que había entendido que lo que me ponía en mitad de la noche, sin ni siquiera encender la luz, ¡era un vodka! Resuelta la confusión, le pasé alguno de mis podcasts favoritos.
El alcohol es tan peligroso como cualquier otra droga. En Amigos, amantes y aquello tan terrible, Matthew Perry (Chandler Bing en Friends) cuenta cómo empezó a beber con apenas 14 años y cómo lo normalizó de tal forma que a los 18 bebía todos los días. Un libro sincero y conmovedor. Me gustó mucho, y te hace entender lo difícil que es la lucha a la que se enfrentan este tipo de enfermos.
Por supuesto, hay historias esperanzadoras. En Disney+ tienen disponible Yo, adicto, una miniserie española dura, pero imprescindible. Una actuación exquisita de Oriol Pla, que interpreta al escritor y cineasta Javier Giner. Es el relato personal de dependencia y reconciliación que el propio Giner contó en el libro del que ha nacido la serie que también dirige.
En la cresta del ahora, de La Mari de Chambao, es otro ejemplo. Un libro donde la artista malagueña comparte sus secretos para alcanzar el bienestar y el equilibrio. Tras superar una época de autodestrucción y adicciones, La Mari se rompe. Una llamada a sus padres pidiendo ayuda y sincerándose es el punto de inflexión.
Pedir ayuda y encontrarla, también clave. Así pues, todo mi reconocimiento a los profesionales que trabajan cada día contra las adicciones, que dedican tiempo —y en muchos casos alma— a terapias, talleres ocupacionales, sesiones… y, por supuesto, a todos aquellos que con su testimonio dan visibilidad a un problema que, por desgracia, le puede tocar a cualquiera. Hablar de ello es el primer paso para entenderlo.