En este mundo, nuestro, en el que siento la necesidad de ofrecer mis manos a aquellos que más lo necesiten, no doy cabida ni para el tiempo ni el espacio. Es una simple cuestión de aprender a darle la vuelta al reloj, de dibujar con lápiz las paredes de los sentimientos y la percepción. Sentir sin presencia física, hablar y escuchar, acariciar las almas y notar como estas te acarician, solo es posible teniendo a mano una goma maestra que te permita borrar los trazos del pasado.

Un estado de conciencia que no siempre es fácil de mantener, y que hay que trabajar cuando el ego aparece en forma de apegos, recuerdos, pena o dolor. Son estos los casos donde establecer una comunicación con el «yo» más profundo resulta crucial para convencerle, desde el cariño, que las decisiones las debe tomar el corazón y no la mente. Aceptar que la persona que ya no está a nuestro lado solo es una forma del pretérito, es imprescindible para que los recuerdos no puedan hundirnos y así, poder divisar cuanto antes la luz del sol por el horizonte.

El ego nunca nos lo pone fácil.

—Hola, me alegro de verte, ¿cómo estás? —me preguntó el ego.

—Hola, querido ego. Yo también «me alegro de verte». Tengo que contarte muchas cosas —le respondí.

—Qué bien. Me encanta que sigas sufriendo por la marcha de tu ser querido. Seguro que le echas mucho de menos. Por cierto, te quiero recordar que ya no lo vas a volver a ver más —con sonrisa afilada me atravesó una voz desde mi interior que me hizo sentir rabia por ser quien fui.

—Llevas razón, pero me levanto cada mañana con la intención de aceptar esta nueva situación que ahora ocupa mi vida. Y ya te digo que estoy convencido de que la voy a lograr superar. —le contesté con decisión, y añadí: — ¿Sabes por qué? Porque mi corazón quiere seguir latiendo.

—Bueno, eso es lo que pensáis todos, pero te aviso que yo mismo me encargaré de aparecer cada mañana para recordarte que debes seguir sufriendo. Haré cuanto esté en mis manos para que llores por cada rincón y nunca aprendas a vivir sin la ausencia de aquél que llenó gran parte de tu vida. Y es que esta es mi única dedicación: llevar tu conciencia a un lugar tan alejado de tu alma que te siga provocando una muerte en vida. Sin darte cuenta, te acostumbrarás a esa forma de vivir donde los recuerdos pesan más que el aire que respiras, y así, dejarás pasar el tiempo hasta que un día te marches de verdad.

—Ya sé que esa es tu misión, pero te advierto que conmigo no vas a poder, porque pienso vivir la vida a mi manera y no a la tuya. Y, aunque a veces llore, sufra o me duela, estoy decidido a vivir sin ti y sonreír.

—Ah, ¿sí? ¿Y cómo lo vas a conseguir?

—Cada día me sentaré un rato contigo y conversaremos, respetaré todas las propuestas que tengas para mí. Después, pondré sobre la mesa cada una de las emociones que me propones como forma de vida, y una vez que las tenga delante, las miraré fijamente y las separaré una a una mientras siento los latidos de mi corazón. A un lado pondré las que me hacen sentir y al otro las que no.

Respetaré al miedo y al dolor, al sufrimiento y a la pena, pero no cederé ni un ápice en mi empeño de vencerte. Bloquearé a la envidia, al rencor, a la avaricia y al juicio. Sé que no fuiste tú el único culpable de que un día cayera preso de ti, que la sociedad nos alimentó, a ti y a mí, desde que apenas era un bebé que aprendía a dar mis primeros pasos, pero ahora he decidido desprenderme de ellas, porque quiero de una vez vivir en paz conmigo mismo.

—No te lo voy a poner tan fácil. Ni tú mismo te crees capaz de pasar por encima de mí y gestionar todas esas emociones que yo me he encargado de reforzar con cada una de las circunstancias que han ido apareciendo en tu vida. Tú bien lo has dicho: llevas años enganchado a cada una de ellas. No sabes lo divertido que es jugar contigo, tenerte donde no quieres estar, entre quejas y lamentaciones constantes, queriendo salir de esa cárcel de la que es indudable que alguna vez has llegado a estar cerca de abrir la puerta, pero yo mismo me encargué de que retrocedieras provocando con el pánico, que volvieras a tu estado habitual, alejado de tu paz interior, cerca de la pena y el dolor, en un sinvivir.

—Y no te lo voy a discutir. Llevas mucha razón. Pero ya estoy harto, si a los egos les fue bien con sus compañeros de viaje, conmigo te equivocas. He decidido ser yo, no lo que tú quieras que sea. No pienso pasar ni un día más de vida entre tus garras.

Entonces me dirigí al miedo:

—Hola miedo, no es que me disguste tu compañía, me acompañas desde que nací. De hecho, de tanto temerte creo que llegué a enamorarme de ti, pero hoy he decidido que ha llegado el momento de alejarme de ti. No te quiero más a mi lado. No me haces ningún bien. Paralizas mi caminar en la misión que el universo me encomendó.

Eres posesivo, me privaste de mi libertad durante años y lo peor de todo, ni siquiera pensé que lo hacías porque jugabas conmigo. Tu presencia me cegaba. Siempre me has tenido sometido a tus decisiones y caprichos, manteniéndome aislado de la realidad.

Ya estoy harto, no te quiero junto a mí. Quiero ser libre, poder vivir el presente, olvidar el pasado que una vez existió, ya no, y no especular más con el futuro incierto. Quiero soltar tus cadenas oxidadas por el tiempo pasado y envolver, de una vez por todas, mi vida con lazos de colores.

Y sé que me vas a decir que eso es imposible, que he creído tanto en ti que ya formas parte de mi mente y no seré capaz de aliviar tu peso. También sé que gracias a ti salvé el pellejo aquella vez que me dijiste que saliera corriendo, pero no pensabas en mí cuando me advertiste, sino en ti. Aun así te lo agradezco.

Esa parte de mí que soy yo no la vas a dirigir nunca más. Me he cansado.

—¿Cómo te vas a cansar de tener miedo? Es algo natural en el ser humano. Sin mí serías diferente a los demás. Todos tienen miedo…

—Querido, miedo, sentirme diferente a los demás es lo de menos, sentirme yo mismo es lo único que me importa. Quiero ser yo y voy a ser yo.

—Compañero, quiero recordarte que muy pocos han conseguido vivir sin miedo. Muchos lo intentaron, pero fracasaron. Y los pocos que lo consiguieron hoy los tildan de locos.

—¿Te digo una cosa? Me identifico tanto con uno de esos locos de la historia llamado Don Quijote de la Mancha que creo que voy a cabalgar junto a Sancho Panza, arremeter contra molinos de viento o amar desde hoy, amar a Dulcinea. Prefiero ser un loco cuerdo que un cuerdo preso de ti.

Prefiero ser un loco libre que un cuerdo preso del miedo.

Son las emociones las que dirigen la vida de los seres humanos, en función de ellas actuamos de una manera o de otra, sonreímos o lloramos, huimos o nos abrazamos. Sentimos miedo o libertad.