En apenas 48 horas he leído dos noticias relacionadas con la inmigración que no me han dejado indiferente. La primera de ellas, un reportaje sobre las deportaciones arbitrarias en los Estados Unidos, focalizado en un matrimonio colombiano que, pese a tener tres hijas nacidas en ese país y una trayectoria laboral y cívica intachable, fueron detenidos por ir a preguntar a una oficina de inmigración -para quedarse tranquilos- y deportados como delincuentes a su país de origen.

“Volver a un país en el que ya no tienes nada” es el acertado titular elegido por Luis Pablo Beauregard, autor del reportaje, para ilustrar el sinsentido y la inhumanidad de estas medidas contra personas de bien, que han devuelto a la casilla de salida a este matrimonio que llevaba 35 años en los Estados Unidos, donde construyeron con sacrificio y honestidad su vida y una familia.

Es curioso y preocupante que haya personas que, de manera simultánea, defiendan los valores familiares o el discurso de la superación personal mientras que aplauden estas medidas coercitivas que pasan por encima de cualquier atisbo de sentido común o una elemental compasión. Sus valores morales parecen no inmutarse a pesar de las innumerables historias de crueldad e injusticia que se están produciendo en estos últimos meses.

El fanatismo está cargado de prejuicios, y vengo tiempo defendiendo que el nuevo eje ideológico ya no es el clásico derecha / izquierda, sino otro mucho más trágico y sencillo: humanidad / inhumanidad. No logro entender a quienes celebran medidas y decisiones que pisotean la dignidad humana e ignoran las catastróficas consecuencias que tienen esas medidas para seres humanos de carne y hueso -sí, quizás de otras razas y creencias y colores de piel-, para miles de personas que decidieron tratar de darse una vida mejor a ellos y a sus descendientes, igual que haríamos nosotros mismos si la realidad política o económica de nuestro país fuese otra.

Trabajar en el centro de Málaga invita a pensar qué sería de nuestra ciudad, y de nuestra provincia, sin los argentinos y venezolanos que trabajan en la hostelería, sin los colombianos, chilenos y mexicanos que han decidido probar fortuna en España y trabajar con su mejor empeño. De la recogida de la fresa, la aceituna o la producción de los exitosos invernaderos ya ni hablamos.

Y esto nos lleva a la segunda noticia, que firma el prestigioso y riguroso economista Manuel Alejandro Hidalgo -cuya amistad me honra- y que desvela que en España “los extranjeros ocupan el 71% de los empleos creados entre 2019 y 2024”, abogando por el diseño y desarrollo de políticas de Estado que faciliten su integración. Para este profesor de la Universidad Pablo de Olavide y de ESADE, “la inmigración es el motor invisible detrás de la recuperación laboral española”.

Para desactivar prejuicios, la Seguridad Social ofrece interesantes estadísticas sobre el empleo de trabajadores de origen extranjero, con series históricas. Antes de entrar en ellas, un dato autonómico referido a Andalucía: al cierre del año 2024, nuestra Comunidad Autónoma es la tercera con más afiliados extranjeros (12’47%), por detrás sólo de Cataluña (23’23%) y de Madrid (21’01%). ¿Podrían crecer o aspirar a seguir creciendo económicamente Cataluña, Madrid o Andalucía sin la aportación laboral y demográfica de esta población no nacida en España? No hace falta ser un experto en la materia para responder esta pregunta si se contesta con honestidad intelectual.

La evolución de este contingente de trabajadores no ha sido creciente, sin embargo. La serie histórica muestra que en 2007, en pleno boom de la construcción, había más trabajadores extranjeros que en 2013, cuando muchos de ellos se fueron del país tras la asoladora crisis económica que también llevó a emigrar a no pocos jóvenes españoles. Desde entonces, desde 2013, casi un millón y medio de extranjeros se ha incorporado legalmente a nuestro mercado laboral, que según el último dato disponible supera por poco los tres millones de afiliados nacidos en otros países.

Un último dato a destacar de la afiliación de trabajadores extranjeros en Andalucía. Por cuenta ajena, la principal ocupación es el sector agrario (35’4%), seguido de la hostelería (14’8%) y del comercio (11’3%). Es decir, que estos tres sectores concentran a más de seis de cada diez trabajadores extranjeros cotizantes por cuenta ajena en Andalucía. Sin embargo, en el caso de los extranjeros autónomos (que son casi 66.000 en la Comunidad Autónoma), la cosa cambia: tras la hostelería (25’2%) y el comercio (14%), el tercer grupo más numeroso se dedica a las “actividades profesionales, científicas y técnicas” (casi un 8%). Un hecho que muestra que una parte de la fuerza laboral de origen extranjero es cualificada y aporta un importante valor añadido a la economía regional.

Los datos provincializados son también interesantes. Al cierre de febrero de 2025, de los casi 360.000 trabajadores extranjeros afiliados a la Seguridad Social en Andalucía, casi 110.000 están en Málaga, más de 85.000 en Almería y 46.500 en Sevilla.

En Málaga, el 14’3% de la afiliación -al cierre de 2024- corresponde a personas que no han nacido en España: 102.277 sobre 711.316 cotizantes. Mientras termino de escribir este artículo, el domingo después de comer, leo que el español de origen hondureño Josué Canales se ha hecho con la medalla de bronce en Pekín en 800 metros. Ayer fue la valenciana Fátima Diame la que consiguió otro bronce. Sonrío cuando veo los vídeos, agitan con alegría y orgullo la bandera de España.

Una mirada humana al presente y al futuro es una mirada generosa y amable. Una mirada inteligente al futuro es por fuerza una mirada inclusiva. Nuestro país necesita políticas públicas serias en materia de inmigración e integración, y desde luego más discursos rigurosos y honestos y menos discursos del odio y del miedo. Las trampas mejor dejarlas para el solitario. O para los tramposos.