A lo largo de la evolución, desde que la vida conquistó las superficies secas de los continentes, las sustancias volátiles han jugado un papel trascendental tanto en animales como plantas. Así se priorizaron órganos para interpretar la información que aquellas moléculas vagantes por el aire podían aportar.

De esta forma los animales anticiparon el olfato a todos los demás sentidos, ya que los olores eran, y siguen siendo, el primer conductor de la orientación, del camino a seguir dependiendo de lo que se desea buscar, y sobre todo la forma de comunicación entre los congéneres, incluso entre las plantas.

A pesar de que en nuestra especie ha habido una atrofia de este sentido en favor de la vista y el oído, los aromas siguen siendo el primer receptor de información cuando accedemos a un lugar. En la antigüedad ya se era tan consciente de su importancia que incluso había dioses a los que se les adscribía poderes sobre olores y aromas. Así, Nefertum era el dios egipcio que se ocupaba de generar ambientes de buenas vibraciones gracias a la emisión de selectas fragancias.

Acabo de oír un primer trueno después de mucho tiempo y con él se abre el deseo de que la lluvia nos provea de ese gratificante olor a tierra mojada, al que se le ha asignado un nombre tan técnico y a la vez tan poco poético como petricor. Ese aroma que desprende la tierra al encontrase con las gotas de lluvia estimula algunas neuronas en nuestra infancia que proceden a acumular en nuestro disco duro cerebral los mejores recuerdos de una etapa vital carente de preocupaciones, y ya de mayor activarán aquellos gratificantes momentos.

El petricor es básico para construir el imaginario que caracteriza a la idiosincrasia mediterránea. Genera tanta positividad que las grandes compañías solicitan su síntesis industrial a la osmología, ciencia que trata sobre el estudio de olores y aromas, y aunque se acercan no alcanzan a producir su ansiada configuración química, porque hay un componente más, un secreto de la propia naturaleza.

Las cuatro gotas que han caído hasta ahora, prácticamente se han esfumado en segundos en los duros, impermeables y calientes pavimentos de nuestras calles. Llevamos demasiado tiempo sin oler a tierra mojada.

Afirma la Asociación Internacional para la Evaluación del Rendimiento Educativo que nuestros niños han sufrido un retroceso en la comprensión lectora. La razón parece estar en que a estos críos el confinamiento pandémico les impidió tener una mayor apertura mental. Pero estos niños ahora, viviendo una pertinaz sequía, sufrirán también de algo importante como es la estimulación de los mejores recuerdos de su infancia. Cuatro gotas no son suficientes para consolidar la infancia.