Cuando escribo estas líneas aún es jueves. Un jueves muy especial, uno de aquellos tres que relucen más que el sol, y que sirve a la memoria para traer el recuerdo de alguien tan excepcional como Antonio Garrido Moraga. Hace cinco años se fue, voló alto, más alto, para ver un año más a su Málaga teñida de verde esperanza, de aroma a romero y reluciente bajo una luna llena, más si cabe, como la que podéis ver. Esta luna rosa de abril, que hoy nace, viene más cargada de flores, de rosas, ya sean blancas, rojas o mejor rosas.

Un día como hoy de 1998, hace un cuarto de siglo, amanecía un esplendoroso Domingo de Ramos. El preámbulo fue un colosal y muy erudito pregón del ilustre José Jiménez Guerrero, amigo y fiel fedatario de la historia de nuestra semana santa.

El cartel anunciador no podía ser más elocuente como adelanto de un cambio de milenio que supondría una modernización conceptual de este momento tan trascendental para Málaga. El artífice de aquel provocador y rupturista instante fue precisamente Antonio Garrido Moraga.

La presentación de un cuadro de Picasso, como elemento central del anuncio al mundo de la semana grande malagueña, significaba la conjunción entre la tradición barroca y la modernización de nuestra ciudad. Una imagen en blanco y negro del rostro de Cristo, de insinuación cubista, pero en la que todos cuanto vieron fue un semblante dominado por la quieta tristeza.

Mañana se cumplirán 50 años, medio siglo, que el gran genio del arte se fue. Medio siglo cargado de tantos vaivenes sociales y culturales que han cambiado muchos de los valores que se sitúan en las coordenadas de lo bueno y de lo malo, de lo correcto y de lo incorrecto, de lo admirable y lo deleznable. Pero sobre cualquier juicio moral, real o distópico, es incuestionable la soberbia genialidad de Picasso.

En los últimos años, especialmente tras esa fuga momentánea durante la pandemia de los humanos hacia la Naturaleza, los neurocientíficos se han cuestionado si estamos programados para vivir fuera de ella. Los resultados demuestran que nuestras mentes están mejor adaptadas a ella que al mundo artificial donde nos hacinamos cada vez más.

Las líneas rectas, las simetrías perfectas o el orden poliédrico molestan a nuestras neuronas. Sin embargo, para aquellos el gran descubrimiento de Picasso fue que las transformaciones de objetos comunes, a través del cubismo, hacían cosquillas en la corteza cerebral de una manera hipernatural, provocando una restauración en nuestra atención. Probablemente es lo que el Gran Picasso y el Gran Garrido Moraga pretendían.