La estructura del territorio nos cuenta mucho sobre la forma de mirar el mundo de quienes lo habitan. Como malagueña, siempre escuché que existía una rivalidad entre Sevilla y Málaga que no terminaba de entender. Así que durante un tiempo me dediqué a intentar racionalizar ese mito y utilizar ese proceso para entender mejor los territorios a través del conocimiento del mío propio.

Mis estudios sobre el urbanismo me hicieron descubrir dos cosas fundamentales en relación con el carácter de la población. Uno tenía que ver con el agua, y el otro con la estructura de la propiedad. 

Los territorios húmedos permiten una ocupación extensiva puesto que en cualquier lugar se puede obtener agua de un río o hacer un pozo. Esta forma de ocupar el territorio favoreció una relación de la población con la naturaleza más íntima, propiciando una cierta autonomía espiritual. Mi mitad gallega sabe que las brujas no existen, pero haberlas haylas. 

Los lugares en los que el agua escasea necesitan maximizar el aprovechamiento de los recursos, propiciando la concentración de la población en torno a ellos. Por esta razón el tamaño de los pueblos andaluces es muchísimo mayor que el de las aldeas gallegas, por ejemplo.

La economía de la espiritualidad se gestiona también como un recurso colectivo, generando un mayor acuerdo sobre las formas de sentir y vivir la relación con lo divino. La Semana Santa y sus expresiones cofrades en Andalucía son buena muestra de ello.

La estructura de la propiedad nos habla de la estructura social y de la jerarquía y, por ende, de la manera en la que se espacializa y representa el poder. Las sociedades latifundistas están determinadas por la existencia de un señor que domina y posee la tierra y de una población que trabaja para él.

Esta estructura social agrícola tiene su correlato en los núcleos urbanos, donde junto a los edificios institucionales como la Iglesia o el Ayuntamiento aparecen palacios y grandes caseríos señoriales que expresan el poder de la familia que lo posee. En los territorios donde la estructura de la propiedad es minifundista, no encontrarán grandes monumentos, y el caserío será homogéneo y con diferencias poco relevantes. 

La geografía y la geología determinan esta posibilidad, y por ello el latifundio está vinculado a territorios de grandes extensiones de planicie o de suaves colinas, así como suelos arcillosos aptos para la agricultura. El minifundio es el resultado de una orografía muy accidentada que apenas permite una agricultura de subsistencia o también de una agricultura de regadío donde poca cantidad de tierra permite vivir a una familia con cierta holgura, como ocurre en el valle del Guadalhorce por ejemplo.

Excepto en algunas áreas centrales de la provincia, como el entorno de Antequera y de Ronda (curiosamente las zonas cuya población ha tenido más vínculos históricos con los territorios del interior de Andalucía), la geografía de Málaga es bastante abrupta en general, lo que ha generado una tradicional agricultura minifundista de subsistencia, frente a las grandes extensiones del valle del Guadalquivir donde se puede optimizar e incluso automatizar la explotación.

De forma similar, la arquitectura de Sevilla, Córdoba o Jaén tiene un carácter señorial y monumental que jerarquiza la ciudad y sus espacios públicos. En Málaga apenas tenemos palacios ni monumentos, y para uno que hay, está incompleto porque le falta la cubierta y una torre.

La arquitectura residencial más interesante de Málaga pertenecía a familias cuya fortuna tenía su origen en el comercio, y por tanto, no necesitaba explicitar la estirpe y su dominio del territorio. Muchos de estos edificios ni siquiera tenían fachadas de piedra tallada, sino que se decoraban con trampantojos que la imitaban. La riqueza se guardaba dentro y tenía como función el disfrute privado de la familia que la había obtenido.

En los pueblos minifundios, cuando había prosperidad la había más o menos para todos, y cuando venían mal dadas, se compartía la pobreza. En el caso de los pueblos latifundios, cuando había prosperidad había trabajo para todos, y cuando no la había, el señor era el proveedor de recursos y caridad puesto que era el que acumulaba la riqueza. 

La observación de la estructura de la propiedad nos explica otra cosa curiosa de nuestro territorio. Mientras que la Costa del Sol occidental ha tenido un desarrollo urbanístico muy intenso desde los años 50 del siglo pasado, la zona oriental no ha despegado como potencial turístico hasta prácticamente el final del siglo, con operaciones inmobiliarias que además han sido muy desordenadas y de menos envergadura. La mejor aptitud de la costa oeste para la pesca propició que una parte importante de la población viviese de ello.

Por otra parte, la aptitud del suelo para el cultivo de cereal en los piedemonte, hizo que se produjese una acumulación de territorio en torno a unos cuantos grandes propietarios.

Así, cuando se produjo el cambio de modelo económico de la agricultura al turismo, los inversores inmobiliarios pudieron adquirir propiedades de un tamaño adecuado para el desarrollo de grandes complejos turísticos y urbanizaciones residenciales. 

En la zona oriental de la Axarquía lo característico es una ocupación del territorio extensiva con viviendas unifamiliares en parcelas pequeñas que se extienden por toda la superficie montañosa. La pesca no es tan productiva como en la zona oeste, por lo que la mayor parte de la población vivía de las actividades agrícolas.

También se concentraron grandes extensiones de propiedad vinculadas al cultivo de la caña de azúcar en la desembocadura de los ríos. Este producto, gestionado por una familia de origen comercial como la familia Larios, se transformaba después en azúcar y licores en los ingenios que encontramos por la costa.

Aunque a la familia Larios no le interesaba la propiedad de los suelos sino la disponibilidad de caña de azúcar producida por los colonos, cuando la reconversión industrial hizo poco rentable mantener la actividad de los ingenios, el negocio inmobiliario demostró ser más lucrativo ya que los suelos dedicados al cultivo de caña se localizaban en el litoral.  

Mito provinciano

Pero volvamos a ese mito bastante provinciano, sobre la rivalidad entre Málaga y Sevilla, o lo que es lo mismo, entre una ciudad de aluvión y una gran ciudad (porque no olvidemos que Sevilla es una gran ciudad y Málaga aún es sólo una ciudad grande).

Hoy en día, aunque la mayoría de las personas que viven en Málaga o en Sevilla no hayan trabajado nunca en el campo, la estructura mental de la economía agrícola latifundista sigue determinando algunos comportamientos de la población. 

Hay muchas razones que explican el éxito de esta ciudad, pero creo que una de las menos conocidas es la condición mayoritariamente minifundista del territorio malagueño. La agricultura de subsistencia obligaba a la población a adaptarse a lo que viniese, y lo que venía lo hacía en gran medida a través del mar y su puerto. Frente al miedo a los cambios propios de las sociedades latifundistas fuertemente establecidas en culturas jerárquicas, lo nuevo en este territorio ha sido sinónimo de oportunidad.

La activa sociedad malagueña, que se expresó a través de la construcción del Puente de Tetuán o de la creación de la Sociedad Económica de Amigos del País o del Ateneo entro otros, tiene su correlato contemporáneo en una sociedad empresarial muy activa capaz de llegar a acuerdos y dinamizar la economía y la sociedad.

Prueba de ello es el interesantísimo movimiento que están realizando muchos empresarios tecnológicos malagueños a través del Parque Tecnológico, el Polo Digital, la Universidad pública de Málaga y el recientemente constituido Instituto de Innovación Ricardo Valle que articula empresas y empresarios capaces de innovar en su forma de trabajar y relacionarse. 

Lo nuevo es sinónimo de oportunidad en esta ciudad. Hay quien cree que el éxito de Málaga es el clima y la gastronomía, pero en realidad tiene más que ver con la capacidad para ver oportunidades donde otros ven riesgos si se cambia el estatus quo. Pero no caigamos nunca en la autocomplacencia.

El éxito no se hereda, se conquista (parafraseando a Marcel Moureau). Miremos siempre hacia arriba, hacia nuestros hermanos mayores para aprender de ellos. Sevilla, Valencia, Madrid, Barcelona, Zaragoza, Bilbao, …serán siempre ciudades a las que mirar para aprender de ellas, pero desde el conocimiento situado de nuestras capacidades y aptitudes.