Ayer examiné a mis alumnos de cuarto del grado de Ciencias Ambientales de una asignatura compleja e integradora de los muchos de los conocimientos que han ido adquiriendo a lo largo de estos cuatro años. Es un grupo de unos cuarenta jóvenes magníficos, implicados y divertidos. En sus caras se refleja el ansia de aprender para ser resolutivos en su próximo ingreso en el complejo mercado laboral. Ya los tuve online en su primer año universitario, ocultos tras unas pantallas obligados por algo tan excepcional como una pandemia. Aquella forma didáctica tan distinta me sembró la duda de como se adaptarían a la forma tradicional del aula. Luego tampoco pude reconocer sus caras por unas mascarillas que tan solo permitían identificar sus miradas y a duras penas sus voces. Despojados de ellas y sin pantalla por medio, al fin pude reconocerlos y desvelar a través del importante lenguaje de sus expresiones faciales sus intereses, sus motivaciones e inquietudes. Ha sido un grupo extraordinario, tal vez el mejor como colectivo de los que he tenido a lo largo de este ya próximo medio siglo dedicado a la enseñanza. Sus habilidades y capacidades denotan una evolución más que positiva a pesar del lastre pandémico, y me asalta la duda si no ha sido precisamente esa nueva forma de teletrabajo la clave de su éxito formativo y social. Es el futuro, sin duda.

Parece ser moda escribir cartas abiertas en medios de comunicación o en redes sociales en las que se denuncian las supuestas carencias de los alumnos universitarios de hoy, achacando en buena medida tales males al uso excesivo o mal uso de un internet al que viven pegados a través de sus móviles, tabletas o portátiles. La primera fue aquella del uruguayo Haberkorn que en un alarde de pesimismo acababa por sentenciar en el título de su misiva Me cansé… Me rindo... Su éxito en las redes sociales ha sido tal que otros le siguieron en el arte de denostar a una juventud que se maneja en nuevos modos. La última, siguiendo la estela, ha sido la del Profesor Arias que, a través de una red social, anuncia su proclama con un Querido alumno universitario de grado: Te estamos engañando. El éxito estaba asegurado ya que históricamente se suele aplaudir cualquier reflexión que suponga que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero este fundamento de los nostálgicos suele ser siempre más destructivo que edificante. Mientras escribo estas letras me llega una replica, en este caso de Luis Ángel Hierro, en la que precisamente se recogen muchos de los argumentos que pretendía esgrimir aquí.

Todo ello no es novedad. La cantinela de que los alumnos de cada curso vienen cada vez peor preparados, no saben escribir o no leen, se repite año tras año. Es el mal del desigual ritmo de envejecimiento. Mientras el alumnado es siempre de la misma edad, el de los docentes aumenta de forma aritmética, y mientras la evolución de ellos está íntimamente ligada a la revolución tecnológica, nosotros mantenemos los mismos apuntes con ligeras matizaciones, como demuestra el color pajizo que van adquiriendo aquellos primeros folios. No sigan, asuman el mal que se les hace con estas valoraciones y comprendan que cada nuevo tiempo exige nuevas formas.