Tiene ya el PSOE de Málaga medio encaminada su lista de 17 convocados a un partido que aún no sabemos cuándo se jugará. Están a la vista las próximas elecciones autonómicas que, a falta de fecha, sabemos que van a llegar más pronto que tarde, una vez ‘Guarma’ (en la calle, así le llaman muchos, termine por reposar sus pensamientos y por ordenar todo eso en lo que andaba meditando bajo los varales de la Exaltación, hace ahora poco más de una semana.

En Andalucía se espera ya una cita electoral que debe servir para refrendar las ganas de cambio respecto a lo que habíamos vivido los treinta años anteriores, o para dejar claro que el cambio no deber ser sino inmediato, para dejar fuera a quienes pregonan bondades en su gestión desde hace ahora cuatro años. Cuatro largos años que han parecido eternos, por un lado, y verdaderamente escasos, por otro. Cuatro años, con dos en medio en los que sólo hemos sabido hablar de pandemia, aplicar recetas contra la pandemia y trabajar (o no) a cuenta de la pandemia y marcados por la susodicha. Dos de los cuatro años en los que una administración pública que requería de abrir ventanas (eso de ventilar era necesario en San Telmo antes incluso del Covid) tuvo que lidiar con el ‘bicho’ y dejar un tanto aparcados otros asuntos que, quién sabe si habrían progresado de otra forma sin este agujero negro en el que parecimos colarnos en 2020.

Está el potencial votante andaluz a la espera de que el presidente decida si nos manda a las urnas a finales de junio o si nos deja un verano para pensar (cada vez son menos los que abogan por esto) qué balance hacemos de este periodo y a quién encomendamos nuestro futuro, en cuatro años que deben ser los de la recuperación después del varapalo sanitario… o los del nuevo golpe a nuestra economía y a nuestro día a día, a cuenta del PIB, la guerra de Ucrania y otras ‘leches fritas’. Y lo cierto es que la llamada a ejercer nuestro derecho al voto viene a ser algo así como la oportunidad para que el andaluz sensato tire de hemeroteca para saber de dónde veníamos, por dónde hemos transitado y, especialmente, hacia dónde vamos. Y no será este que escribe el que dictamine si las cosas pintan en blanco o en negro, pero sí el que sugiera echar un ojo a lo que fue promesa y siguió siéndolo para Málaga, aquello que pasó de titular aparente a proyecto disuelto en el tiempo, o a esos otros asuntos que pasaron de estar congelados como un pescado barato, a realidad en este tiempo transcurrido desde aquel diciembre de 2018.

Nos va a tocar hacer memoria (se encargarán los unos y los otros de hacerlo por nosotros) para cumplir con nuestra parte en ese ¿29 de junio? o cuando “el señor de la meditación” (suena muy a Semana Santa, pero sólo hablamos de política) ponga ya sí fecha a esa ‘fiesta de la democracia’ (ya se me escapó la muletilla hortera) con tinte andaluz. De momento, no hay fecha pero sí que hay jugadores, como el mencionado caso del PSOE, que parece por cierto querer aparcar al ‘susanismo’ ya completamente, dejando en outside a quienes fueran (a lo Pellegrini) “titularísimos” para el socialismo malagueño, como los Conejo y compañía. Quiere Espadas equipo ofensivo pero de savia nueva y parece haber pedido a Pérez que haga lo propio dentro de lo posible. Espadas es, por cierto, el candidato del PSOE a las elecciones andaluzas. Se lo digo por si andaba usted despistado.

Información de servicio tan o más necesaria que aquella que les recuerda que, desde ayer lo de la mascarilla ha pasado un poquito de moda. Lástima por esos ‘modelitos de Instagram’, que nos han propuesto en este tiempo compaginar color de chaqueta y calcetines con el de la dichosa pieza de tela. Si ir a la última en este periodo ha sido eso, a partir de esta semana le damos una vuelta al tema y limitanos la obligatoriedad a espacios sanitarios o transporte público. ¡Y se nos hace raro! ¡Muy raro! El nuevo síndrome de Estocolmo se llama ahora el de la cara vacía y, dicen los que entienden de estas cosas, tardaremos un tiempo en habituarnos. De momento, eso es cierto, el malagueño se quita la mascarilla, pero se deja puesta la prudencia y así parece demostrarse en determinados espacios cerrados desde ayer. Es lo que tiene haber convivido con el miedo durante tanto tiempo, que uno no sabe si soltar una carcajada para alegrarse del todo por esta vuelta a la normalidad, o si esbozar una sonrisa aún debajo de un trozo de tela.