Málaga

Conoce a los guardias civiles condecorados en Málaga en el 181 aniversario del cuerpo: "Lo llevamos en la sangre"

Más allá de los galones, en la mañana de este martes en la comandancia de Málaga lo que más brillaron fueron las voces de quienes llevan el compromiso del servicio en la sangre.

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181 años de historia no se cuentan solos. Detrás de un cuerpo como la Guardia Civil, detrás de cada tricornio y cada uniforme hay nombres propios que salen a la luz en cada acto de condecoración aunque en su día a día sean anónimos. Más allá de los galones, en la mañana de este martes en la comandancia de Málaga lo que más brillaron fueron las voces de quienes llevan el compromiso del servicio en la sangre.

José Manuel Pérez Rodríguez, teniente del puesto de Rincón de la Victoria, recibió la condecoración al Mérito Militar con distintivo blanco. Un reconocimiento, dice, que le llena de orgullo. "Yo soy nieto, hijo y padre de Guardia Civil", cuenta con emoción. “En mi casa lo he vivido desde siempre. Es que tenemos un gen que nos hace ser guardias civiles”.

Habla con una serenidad que solo da la experiencia. Desde hace cuatro años es teniente en el puesto de Rincón de la Victoria, pero su carrera comenzó en 1998 y ha pasado por media España: antidisturbios en Sevilla, Valencia y Barcelona, profesor en la academia de Baeza y hasta actuaciones internacionales en Jerusalén.

Formó parte durante 17 años del GRS y entre los servicios que más le han marcado están sus misiones en Palestina e Israel. “Estuve de escolta en zonas muy delicadas. Gaza, Jerusalén… Era una situación muy complicada. Hay cosas que no se pueden olvidar: niños en la calle, sin recursos, zonas devastadas. Lo que sale en las noticias se queda corto con lo que realmente se vive allí”.

Pero incluso en lo más complicado de su carrera, José Manuel rescata lo humano: “A veces conseguíamos sacarles una sonrisa. A pesar de todo. Nos reconocían como españoles, nos hablaban del Real Madrid, del Barcelona… El fútbol sirvió de acercamiento y nos recibían con mucho cariño. Parecerá una tontería, pero no lo voy a olvidar”, dice.

También se queda con los gestos sencillos. “Cambiar una rueda a alguien que está agobiado, ayudar en un accidente, recibir un simple 'gracias'. Esas cosas son gasolina para nosotros. Eso es lo que nos hace seguir”.

Y ahora, como padre, le toca ver cómo la vocación continúa. “Mi hija mayor es guardia civil. Estudió Turismo, pero con el COVID me dijo: ‘Papá, no. Lo que yo quiero es ser como tú, guardia civil’. Y ya lo es. Está en Alicante y feliz. Yo se lo digo a todos: yo pagaría por trabajar en lo que trabajo, me encanta y muero de orgullo con que ella, la mayor de los cuatro que tengo, haya decidido seguir por este camino”.

Sobre su estancia en Rincón, reconoce que no puede estar más feliz. Aunque solo lleva cuatro años en esta "ciudad dormitorio", se siente muy bien acogido. "Soy sevillano y tengo que reconocer que aquí hay una calidad de vida tremenda, tenemos nuestra delincuencia, claro, como en todos lados, pero aquí la gente es muy respetuosa", añade.

En el vaivén de uniformes verdes un pequeño que apenas levanta un par de palmos del suelo corretea entre las piernas de algunos de ellos. Ha atendido casi sin pestañear al acto y se ha puesto la mano en la frente cuando todos los guardias civiles se han puesto firmes para homenajear a los caídos. Es hijo de Pedro Marín, que lleva 25 años de servicio y que este martes también ha recibido una medalla al Mérito.

Destinado en el puesto de Ronda, llegó al cuerpo con 21 años tras haber pasado primero por el Ejército. Como Pérez, "desde pequeño lo tenía claro. En mi familia hay muchos guardias civiles y también policías nacionales. Lo llevo en la sangre”. Durante la entrevista, Jose, su hijo, no le quita ojo. “Él también quiere ser guardia civil, como yo lo soñaba de pequeño. Es muy emocionante”.

Su carrera ha transcurrido casi íntegra en Ronda, aunque al principio fue destinado al País Vasco. Allí vivió momentos duros, cuando la banda terrorista ETA acechaba. “Tuvimos un atentado cerca de donde yo estaba. En Legutiano. Yo estaba a unos 20 kilómetros. Murió un compañero de Málaga. Eso te marca”, lamenta.

Habla de Juan Manuel Piñuel Villalón, un guardia civil asesinado por ETA el 14 de mayo de 2008 en un atentado con coche bomba en la casa cuartel. Además de su muerte, también resultaron heridos cuatro agentes más. Nacido en Melilla en 1967, estaba casado y tenía un hijo de cinco años en el momento de su muerte. Aunque su lugar de nacimiento fue Melilla, residía en Málaga, donde vivía su familia. Su destino en Legutiano era voluntario, con la intención de acumular méritos para un futuro traslado a Málaga, donde deseaba reunirse con su familia.

Pedro Marín habla con pausa, sin dramatismos, pero con hondura. “Hay días difíciles, sobre todo cuando los casos tienen que ver con mujeres o con niños. Esos días llegas a casa tocado. Pero después hay otras muchas cosas que compensan”. Para él, es una "profesión dura, pero hermosa".

Pedro lo tiene claro: “Es una profesión dura, pero también hermosa. Y la mayoría de los días son buenos. A veces basta con que un vecino te dé las gracias por estar ahí. Eso vale más que cualquier medalla”. Es de Arriate, pero su corazón es rondeño. “Ronda es un sitio donde nos quieren, nos respetan mucho. Allí se trabaja bien, con cercanía. Somos parte del día a día", dice.

Otro de los condecorados fue el cabo primero José María Padilla, que comenzó en la Guardia Civil con apenas veinte años. “Estudié COU, me matriculé en Derecho… pero la mili me cambió. Vi el mundo militar de cerca y decidí que ese era mi camino. Y dentro de eso, la Guardia Civil me ofrecía algo más humano, más completo”, declara.

Ahora, con 32 años de servicio a sus espaldas, repasa su carrera con una mirada amplia, que abarca destinos y funciones muy distintas, entre las que figura trabajar en la seguridad de la Casa Real —"viajábamos hasta con ellos, fue un honor"—, y pasar por el complejo mundo de la criminalística. “Estuve en el área de calidad, asegurando que nuestros laboratorios funcionaran con los mismos estándares que uno civil. Y lo conseguimos. Logramos una acreditación internacional muy potente”.

Cuando habla de la Casa Real, lo hace con mucho tacto y respeto: "No hace falta medir 1,90 o ser [como un armario] de 2x2 o estar fornido. Tienes que adaptarte un poquito a las circunstancias y hay trabajo para todos. Sí, se hacen unas pruebas físicas, se hace un curso de preselección, luego se destina por libre designación y pasas destinado a la Casa de Su Majestad el Rey. A partir de ahí, desempeñas única y exclusivamente servicios de seguridad o el que te encomienden dentro del servicio".

Hoy trabaja en Antequera, en tareas de seguridad ciudadana. "Es diferente, más tranquilo, pero igual de importante. Y además, he vuelto por mis ancestros, mis padres son malagueños", asevera. Estoy en la tierra de mis padres, Málaga”. Sobre el futuro, no duda. “Ya estoy en la recta final. Esperando, como digo yo, la paz del guerrero. Pero orgulloso de todo lo vivido. He hecho de todo en este cuerpo. Y lo haría todo otra vez”.