Muchas de las calles de Puente de Vallecas lucen así.
Puente de Vallecas pierde a sus jóvenes entre la delincuencia y la heroína: "Vendiendo droga, ganan 2.000 € al mes"
El distrito arrastra problemas de menudeo, jóvenes sin rumbo, suciedad y una sensación creciente de desamparo.
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Monopatines que sirven para mover droga, flyers de prostitución pegados en los coches y en las puertas de los colegios, sexo a plena luz del día y un olor nauseabundo que se mezcla con el de la basura. En las aceras ya se ven jeringas y, bajo las macetas de algunas ventanas, los vecinos dicen que se esconden dosis. Hace unos meses, un hombre amaneció muerto y lo velaron frente a la peluquería. Era uno de los de siempre, uno de esos que pasan el día bebiendo en la calle y que todos conocían. Así se vive hoy en algunos rincones de Puente de Vallecas.
En la Plaza Vieja, los jóvenes de las bandas van y vienen en monopatines. Cruzan la plaza, desaparecen y vuelven a aparecer como actores que conocen sus marcas. La policía pasa a caballo, como si quisiera demostrar presencia, aunque los vecinos habían pedido patrullas en moto. Eso duró poco: volvieron los caballos, y las heces quedaron en las calles.
Una vecina que vive allí desde 2013 lo dice sin dudar: "Estás un fin de semana en el bulevar o aquí, en la plaza, y se les ve. Aparte, los vecinos ya tenemos un chip: si veo movimientos raros, sé quién va con el patinete, quién acaba de hacer un pase".
El Ministerio del Interior registró en el primer trimestre de 2025 un total de 374 detenciones en Puente de Vallecas, el segundo distrito más conflictivo de Madrid, solo detrás del Centro. Según la Policía Municipal, las denuncias por delitos contra las personas bajaron de 26 en enero a 16 en septiembre, con un pico de 42 en mayo. Los delitos contra el patrimonio también disminuyeron, de 46 en febrero a 29 en septiembre.
En contraste, los casos de tenencia de armas subieron de 3 en enero a 11 en septiembre. La tenencia de drogas mostró fuertes altibajos —120 casos en julio, 41 en agosto— y el consumo cayó a cero en septiembre.
Hechos criminales registrados en 2025 por la Policía Municipal de Madrid
Pero esos son solo los casos que llegaron a conocimiento de la policía. En la calle, los vecinos dicen que la realidad es otra: que hay peleas todos los días, trapicheos a plena luz y gritos que no figuran en ninguna estadística.
Luis vecino de Puente de Vallecas desde 1970 mira el suelo y apura un sorbo de café: "Y lo más triste es que está volviendo la heroína. El jaco, el caballo, como quieras llamarlo. Ves las maniobras: gente sentada en portales, fumando crack o pinchándose. Ya se ven jeringuillas en la calle".
Los vecinos recuerdan la década de los 80, cuando hubo un fuerte problema con la Heróina
'La Vecina', del bulevar de Peña Gorbea, lo confirma: "Llegaba a mi portal al mediodía. En el escalón de fuera había un chico, un marroquí muy educadito. Dos móviles: uno para los negocios, otro para lo demás. Lo tienen todo calculado".
Lo que ven no es teoría: es droga distribuida en tiempo real, con una lógica que desafía a la policía.
En Vallecas, el menudeo se ha modernizado. "Uber de la droga", lo llama Luis: "Tú llamas a un número, quedas en un sitio que te pille cerca, y te lo traen. Usan móviles de otras personas para no dejar rastro", explica.
La modalidad es simple: un joven te pide el móvil "para llamar a un amigo", pero en realidad coordina una entrega para que no quede registrada en su teléfono.
Un agente policial, que pide anonimato, lo confirma: cada vez son más los vecinos que denuncian movimientos sospechosos de bandas latinas. Desliza que hay menos patrullaje. Pero a las ocho de la noche ya se pueden ver las luces azules de los coches que comienzan a iluminar la plaza y los jóvenes de los monopatines se dispersan.
Abandono escolar
Según los vecinos, ya no son solo bandas extranjeras: "La mayoría de los chavales han nacido aquí, pero están metidos en ese mundillo. En Vallecas, el abandono escolar supera más del 20 por ciento, y no es casualidad", dice 'La vecina'.
"Faltan agentes tutores en los colegios: aquí uno puede tener a su cargo hasta cincuenta chavales, mientras que en otros distritos apenas supervisan a ocho o nueve", agrega Luis, quien además es integrante de la Asocisción Vecinal Kascoviejo VK.
"A eso se suma la desestructuración familiar y la infravivienda. En un piso pueden vivir diez personas, o una familia por habitación. ¿Cómo va a estudiar un niño ahí? ¿Cómo va a crecer?", pregunta la mujer. Y continúa: "Muchos acaban en la calle, buscando protección entre los mayores. Los veteranos los usan: son mano de obra joven y sin miedo".
En este sentido, Luis señala: "Los chicos piensan en comprarse el último iPhone o las zapatillas de marca. En una frutería tardarían la vida en conseguirlo; vendiendo droga, ganan dos mil euros al mes".
'La vecina' añade: “Muchos policías se quejan. Dicen que deberían cambiar las leyes, que están hartos de detener a los mismos. Se mueven con lo permitido por consumo personal. Y con el alcohol pasa igual. Tenemos borrachos perennes, las 24 horas del día”.
Pero el problema va más allá de la policía. Jorge Nacarino, presidente de la Federación Regional de Asociaciones Vecinales (FRAVM), lo resume en diálogo con EL ESPAÑOL: "El deterioro es desigual. San Diego y Entrevías son las zonas más deterioradas en el sentido social, económico y en cuanto a la seguridad. Lo que hay es abandono institucional. Décadas sin inversión real. Los últimos planes fueron los del 18.000, en los noventa".
Desde entonces, todo han sido solo parches, coinciden los entrevistados por este medio.
A medianoche, los jóvenes —muchos de ellos menores— siguen en la calle. Una vecina de Entrevías lo resume con crudeza: "Muchos se están perdiendo, pasan horas en la calle, sin supervisión de un adulto, fumando de todo, bebiendo de todo. Da miedo salir de noche y ver que los chavales están ahí, sin nadie que los guíe". Otros residentes coinciden: "Antes esto era otro rollo. Ahora da miedo salir de noche. Chavales con droga, alguna pelea, portales sucios. Nos organizamos los vecinos, pero parece que el Ayuntamiento se ha olvidado de nosotros".
Aun así, hay quienes se resisten al abandono. Luis, por ejemplo, asegura que las calles pertenecen a quienes las habitan, y por eso las recorre todos los días, casi de manera ritual, como quien no quiere ceder ni un centímetro de su barrio.
Nacarino detalla la caída de los ejes comerciales —San Diego, Martínez de la Riva, Monte Igueldo— y advierte sobre el aumento de pisos turísticos y la pérdida de vecinos con arraigo. —El Ayuntamiento no lidera, y la Comunidad lleva veinte años sin invertir un euro aquí.
Para muchos, eso es lo que mata al barrio: la indiferencia.
El Centro de Salud Comunitario, el centro de muchos de los episodios de drogas y alcohol
En la parte alta de Puente de Vallecas, los borrachos se reúnen al caer la tarde frente al Centro Municipal de Salud Comunitaria. El olor golpea al instante: una mezcla agria de cerveza derramada, orina y basura que fermenta bajo la indiferencia de los días, porque el camión de recogida parece haber olvidado estas calles.
Toman cerveza sentados en el suelo, a pocos metros de un centro de rehabilitación. La ironía flota: el alcohol frente a la cura. Detrás, un mercado abierto hasta tarde.
Uno de ellos, con el rostro curtido, levanta una lata y sonríe. Quiere decir algo. No dice nada.
Siempre están ahí. Se pelean, gritan, se insultan, se lanzan botellas.
Los vecinos ya los reconocen. Hace poco, uno amaneció muerto. Lo velaron en la puerta de la peluquería de la vuelta: le llevaron flores, encendieron velas, y durante horas permaneció el cuerpo cubierto por una manta. Los empleados se quedaron paralizados, mirando desde adentro. Afuera, el barrio seguía su ritmo, como si la muerte fuera apenas una escena más.
También está la presencia de los "gorrillas", sobre todo en El Mercado de Puente de Vallecas, en la calle Martínez de la Riva, personas drogodependientes que piden dinero para aparcar los coches y se la pasan gritando de madrugada. Los vecinos ya los sienten parte del paisaje.
A muchos de ellos les pagan por colocar flyers del estilo: "Rocío madurita. Hoteles y domicilios. A partir de 20 euros"; "Chicas nuevas". Esos papeles cubren parabrisas y portones de institutos. "Los quitamos, los tiramos, pero al día siguiente hay más", dice Susana, de 40 años, madre de dos hijos menores de edad. Ya no lleva a sus niños a la plaza: prefiere ir a otros barrios.
Hace unas semanas, los vecinos grabaron un video que dejó a muchos boquiabiertos: dos personas manteniendo relaciones sexuales a plena luz del día, en plena calle, ante la mirada de todos.
Nacarino rechaza el término "narcoburdeles", al que califica de sensacionalista. Asegura que, según la policía, nunca se hallaron puntos de venta en locales donde se ejerce la prostitución, aunque sí pequeñas dosis. Tráfico de drogas y prostitución, insiste, son fenómenos distintos que deben abordarse por separado: "El menudeo en el espacio público, el tráfico en algunas viviendas e investigar la trata y perseguir la prolifelación de la publicidad de este tipo de locales a través de los flyers que cosifican a las mujeres, especialmente cerca de colegios".
Iñaki, de 42 años, integrante del colectivo Vallekas se Defiende, sostiene: "El fenómeno de los narcopisos y los prostíbulos está vinculado al abandono urbano y la desigualdad. Tras la crisis de 2008 quedaron cientos de viviendas vacías —propiedad de bancos y fondos— que se convirtieron en caldo de cultivo. La falta de inversión pública consolidó la vulnerabilidad".
Y denuncia: "Tras cada desalojo que sale en prensa, la actividad reaparece en otra vivienda vacía. La acción policial por sí sola no basta. Hay que penalizar las viviendas vacías, reforzar los recursos de atención a adicciones y sostener la mediación comunitaria. Sin eso, el problema se desplaza de puerta en puerta".
El café de la plaza sigue abierto. Afuera, tres mesas ocupadas. Se escucha el murmullo de los monopatines. Nadie mira. Todos saben lo que pasa, pero nadie se atreve a mirar.
—Han quitado casi todos los bancos —dice 'La Vecina'—. Los usaban los sin techo. Los vecinos ya no.
Cerca vive un hombre al que los vecinos podrían llamarle 'El Buscador'. No se mete en líos, pero conoce los escondites. La droga no siempre va en los bolsillos: la guardan en cajas de gas, bajo macetas o en ruedas de coches. Llevan encima lo justo para consumo personal. Así, cuando los para la policía, no hay delito. También esconden machetes y navajas: cada cosa en su lugar.
Los Trinitarios dominicanos controlan el territorio. Grafitis con códigos, números, banderas. 'La Vecina' recuerda un episodio del verano pasado: "A las ocho de la tarde, un montón de chavales corrian con palos y machetes por el bulevar".
Un bar que daba comidas se convirtió en punto de operaciones. Le quemaron la terraza. Dejaron una carta de amenazas. El herbolario de la esquina cerró: extorsión.
En San Diego hay casi noventa solares vacíos. Algunos del Ayuntamiento, otros privados. Todos abandonados. En varios, viven drogodependientes. Uno se incendió hace un mes. Hay ratas. Y cada vez más gente durmiendo en la calle.
Un hombre durmiendo en un colchón en medio de la calle a plena luz del día
Desde la Federación apuntan al Ayuntamiento de Madrid y, sobre todo, a la Junta Municipal de Puente de Vallecas por el "abandono cotidiano y generalizado". Reclaman más inversión y coordinación para abordar la suciedad, el deterioro, las viviendas turísticas y el menudeo. También acusan al Gobierno regional de desatender la sanidad, la educación y la vivienda en el distrito. "Son las dos administraciones las principales responsables de este abandono", subrayan.
Aunque los precios impiden que los vecinos de toda la vida se vayan, crece una sensación de hastío y ausencia de liderazgo.
En la Plaza Vieja, la luz se apaga. Los monopatines siguen cruzando. En el café, la máquina exprés ruge. Alguien deja un euro sobre la barra. Luis, 'La Vecina', 'El Buscador', los policías, los borrachos, las prostitutas: todos son parte de una coreografía que se repite cada día.
Un barrio que no se resigna. Que exige respeto e inversión. Como dice Marta, una vecina anónima: "Vallecas está harta".
La noche en Vallecas no es una noticia. Es una constante.
Mientras la ciudad mira hacia otro lado, aquí la vida sigue: la heroína vuelve, los flyers se pegan, los caballos de la policía dejan estiércol, y los vecinos piden algo tan simple como imposible: que no los abandonen.
Porque, como dice Iñaki, "La convivencia cotidiana es, en general, positiva. Las tensiones existen, pero la estigmatización mediática no refleja el día a día del distrito". Y finaliza: "Lo que sí pesa es la sensación de abandono institucional y el ruido interesado de quienes venden seguridad como producto. El camino pasa por más servicios públicos, vivienda asequible y mediación, no por amplificar el miedo para convertirlo en negocio".
En Vallecas, a los periodistas nos llaman "plumitas". Es una forma cariñosa —o no tanto— de recordarte que venís de fuera, que los medios solo bajan cuando hay un muerto o un desalojo.
Marta completa: "El ambiente sigue siendo el de siempre: un barrio vivo, con una vecindad que no se calla, que defiende la sanidad y la educación pública, y que no duda en señalar los problemas que nos afectan".