A lo largo de 2025 hemos escuchado, con una perseverancia digna de las grandes causas, hablar de Draghi, de Letta, de simplificación y de competitividad. Los informes se han acumulado en las mesas —y en las bandejas de entrada— con diagnósticos certeros sobre por qué Europa sigue sin jugar en la primera división económica mundial.
Sabemos qué falla, sabemos qué habría que hacer y sabemos, incluso, quién debería hacerlo. Lo que no siempre ha estado tan claro es qué se ha hecho realmente y qué debería ser inaplazable en 2026.
El Banco Europeo de Inversiones ya lo advirtió en 2024, y en 2025 lo hemos confirmado con datos: las empresas europeas, especialmente las más innovadoras, siguen haciendo las maletas. Las barreras a la financiación dentro de la UE empujan a start-ups y scale-ups a buscar capital fuera, con Estados Unidos como destino preferente.
El resultado es conocido: adquisiciones extranjeras, salidas a Bolsa en otros mercados y una Europa que financia talento… para exportarlo después. De ahí que uno de los grandes consensos del año haya sido la necesidad de una auténtica “repatriación” empresarial: crear las condiciones para que crecer en Europa vuelva a ser una opción realista, y no un acto de fe.
En este contexto, la simplificación regulatoria ha pasado de ser un eslogan a convertirse en una prioridad política explícita. El mercado único no necesita más normas brillantes sobre el papel, sino menos fricción en la práctica. El reto, subrayado hasta la saciedad en 2025, es concentrarse en un número limitado de iniciativas realmente viables —técnica y políticamente— y aplicarlas de forma homogénea en todos los Estados miembros. Y aquí España tiene deberes claros: transponer bien, implementar rápido y evitar el deporte nacional de “añadir una capa más” por si acaso.
La soberanía fiscal de los Estados miembros hace que una armonización plena a nivel europeo siga siendo poco más que un elegante ejercicio retórico
La fiscalidad también ha vuelto a ocupar un lugar central en el debate. No se puede aspirar a mercados de capitales profundos y líquidos si el marco fiscal actúa como desincentivo. El ejemplo de la Cuenta de Ahorro e Inversión es paradigmático: una herramienta con potencial para movilizar el ahorro de los ciudadanos que corre el riesgo de ser irrelevante si no se le dota de un tratamiento fiscal verdaderamente ambicioso.
Para empresas que buscan financiación alternativa y para inversores minoristas que dudan entre consumir o invertir, la fiscalidad sigue siendo decisiva. Ahora bien, conviene no engañarse: la soberanía fiscal de los Estados miembros hace que una armonización plena a nivel europeo siga siendo poco más que un elegante ejercicio retórico.
No todo, sin embargo, han sido lamentos. España puede cerrar el año con algunos avances tangibles. La puesta en marcha de BME Easy Access, un procedimiento más flexible para salir a Bolsa, ha situado a nuestro país como pionero en la aplicación práctica de esta modalidad, en línea con el Listing Act europeo y las recomendaciones de la OCDE. El mensaje es claro: cotizar no tiene por qué ser una opción reservada solo para unos pocos elegidos.
Los mercados han respondido con entusiasmo. El Ibex 35 no solo ha alcanzado máximos históricos en 2025, sino que los ha mantenido, pasando de los 11.676 puntos a superar holgadamente los 16.000. No es solo una cuestión de índices: el desarrollo de los mercados de crecimiento de BME (BME Growth y BME Scaleup) confirma el compromiso de la Bolsa española con las pymes y con el fortalecimiento del tejido empresarial. A ello se suman las 14 incorporaciones a los mercados de crecimiento de BME durante 2025, que refuerza su papel como antesala natural del mercado principal.
Todo este conjunto de avances —simplificación regulatoria, incentivos fiscales, facilidades para salir a Bolsa y retención de talento e innovación— apunta en la dirección correcta: fortalecer el mercado de capitales europeo. Pero hay una condición previa que en 2025 ha ganado, por fin, el protagonismo que merece: la educación financiera.
La inclusión de la educación financiera como eje transversal en varias estrategias nacionales y europeas durante 2025 es uno de los avances menos ruidosos, pero potencialmente más transformadores del año
Sin ciudadanos capaces de entender los riesgos y oportunidades de la inversión, sin empresas que conozcan las alternativas a la financiación bancaria y sin inversores informados, cualquier reforma corre el riesgo de quedarse tan solo en el papel.
La inclusión de la educación financiera como eje transversal en varias estrategias nacionales y europeas durante 2025 —desde planes de ahorro a largo plazo hasta iniciativas en el ámbito educativo— es uno de los avances menos ruidosos, pero potencialmente más transformadores del año.
Mirando a 2026, Europa —y España con ella— ya no puede refugiarse en el diagnóstico permanente. Las prioridades están identificadas, las herramientas empiezan a existir y el capital, aunque impaciente, sigue ahí. Toca ejecutar con disciplina, coordinar sin complejos y asumir que competir no es un eslogan, sino una decisión política diaria.
Si somos capaces de simplificar de verdad, incentivar con inteligencia, educar financieramente y dejar de penalizar el crecimiento, el mercado de capitales puede convertirse en una ventaja estructural y no en una promesa recurrente. El potencial europeo no está en duda; lo que está en juego es si 2026 será por fin el año en que decidamos utilizarlo. Esta vez, además, no hay excusas: sabemos qué hacer. Ahora solo falta hacerlo.
*** Pilar Martínez es directora de Asuntos Públicos de Europa y América Latina en BME –
Grupo SIX.