Luces de navidad en Madrid.

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Opinión La máquina invisible

Por qué tus Navidades infantiles te parecen más bonitas cada año

María Millán
Publicada

Se acerca la Navidad, y con ella, ese viaje involuntario al pasado.

Tú debías tener seis o siete años. Todavía recuerdas sus olores, la música de la radio, la ilusión con Papá Noel y los Reyes, las cenas con los primos, acostarte más tarde que nunca. En esas noches que recuerdas con sorprendente detalle, todo parecía posible.

No falla. Cuando comentas con cualquier amigo que "las Navidades de antes eran diferentes, ¿sabes?", la respuesta suele ser cómplice. Se le enciende en los ojos esa luz donde sobreviven la ilusión y la magia. Para quienes tuvimos la suerte de vivir Navidades infantiles felices, los relatos personales comparten bastantes trazos comunes.

Y nos provocan esa punzada agridulce en el pecho que duele un poco, pero nos gusta: la nostalgia. Una inclinación a revivir en espiral, una y otra vez, esos recuerdos que son un poco herida y un poco miel.

Lo que parece tan personal, tan íntimo, resulta ser un mecanismo neurológico común a todos. Una herramienta de supervivencia.

La nostalgia es eso: tu refugio contra el mal día

Para soportar los embates de la vida necesitamos anclas emocionales positivas. Lugares seguros en la memoria a los que volver cuando el presente se pone difícil.

La nostalgia es eso: tu refugio contra el mal día. Tu reserva estratégica de buenos momentos. Y tiene la impertinencia de presentarse sin avisar, de arrollarte cuando menos te lo esperas.

La mecánica neurológica está diseñada con genialidad. Cuando la vida se complica, tu cerebro busca recuerdos parecidos donde todo salió bien. Te está susurrando: "Ya pasaste por esto antes. Sobreviviste. Esto también pasará."

Y aquí viene lo extraordinario: cuanto más sacas un recuerdo del hipocampo, cuanto más tiras de él, más lo endulza la memoria. Se vuelve más rosado, más luminoso. Tu cerebro lo retoca para reforzar su valor como combustible de optimismo.

Por eso, con cada año que pasa, los recuerdos de tus primeros años te parecen más bonitos. Y las Navidades, más mágicas. No estás inventando nada. Tu cerebro te está haciendo un favor.

El pragmatismo de la nostalgia es tan sofisticado que en el diseño de nuestros recuerdos más significativos, los olores y la música adquieren un protagonismo desproporcionado. Mucho mayor del que les damos en el día a día.

Los recuerdos nostálgicos tienen olores más marcados, más intensos. El turrón huele como si lo acabasen de producir para ti. La casa de tu abuela tiene su propio aroma distintivo, inconfundible. Sucede porque nuestra capacidad olfativa está conectada directamente al sistema límbico, la parte del cerebro que gestiona emociones y memoria. Los olores no pasan por el filtro racional. Van directos al centro de mando. Por eso un simple olor a canela puede arrastrarte veinte años atrás en un segundo.

Y la música funciona con una sofisticación aún mayor. Crea bandas sonoras para los recuerdos más valiosos de tu vida. Como esas películas con grandes paisajes y puestas de sol que te dejan cargado de nostalgia sin saber muy bien por qué.

O esas canciones que evocan la nostalgia en carne viva, como My Way: oyes un par de notas y la melodía suena en tu cabeza de un tirón, con una carga emocional densa. Lo que permanece no es la letra, sino esa línea melódica que arrastra algo profundo. Algo tuyo.

Así que, la próxima vez que al oír apenas dos notas no puedas dejar de escuchar una canción en bucle, o que al oler el cordero guisado viajes décadas atrás, sonríe pensando que la nostalgia tiene sus trucos, sus entresijos. Que aunque a veces moleste sentirla de sopetón, vale la pena tenerla como compañera. Porque se encargará de que tu infancia y juventud, en vez de marchitarse, ganen en belleza y en magia con cada año que pase.