Hucha digital de ahorros
Los hogares europeos nunca habían acumulado tanto ahorro como ahora. Solo en el segundo trimestre de 2023 reservaron casi un 15% de su renta disponible, una cifra inédita en décadas. Y, sin embargo, ese ahorro sigue mayoritariamente inmóvil, aparcado en depósitos o cuentas que apenas generan retorno.
No es casual que los grandes informes publicados en 2024 —Letta, Draghi y Noyer— coincidan en un mensaje: si Europa quiere financiar su futuro, necesita activar ese ahorro y dirigirlo hacia los mercados de capitales.
La Comisión Europea ha puesto en marcha una nueva estrategia —la Unión de Ahorro e Inversión (SIU)— con un instrumento central: las Cuentas Europeas de Ahorro e Inversión. Hace algunas semanas publicó una recomendación para que los Estados miembros impulsen esta figura con un tratamiento fiscal atractivo y reglas sencillas, siguiendo los ejemplos de éxito en Suecia, Noruega, Reino Unido o Japón.
El objetivo es doble y urgente: movilizar el ahorro de los ciudadanos para que genere retorno, y evitar que hasta 300.000 millones de euros sigan fluyendo hacia mercados extranjeros, en su mayoría estadounidenses.
Europa tiene delante una oportunidad histórica: convertir el ahorro de sus ciudadanos en capital para sus propias empresas en productividad real y en competitividad.
Los Estados deben garantizar que los activos invertidos a través de estas cuentas cotizan en mercados transparentes y regulados
La idea es simple, pero exige tomar decisiones contundentes. El funcionamiento de estas cuentas no tiene misterio: permitir que cualquier ciudadano invierta, de forma segura y accesible, en instrumentos financieros negociados en mercados transparentes y regulados —acciones, bonos o fondos— dentro de la UE. Pero para que funcionen no basta con la intención. Hace falta blindar tres pilares: seguridad, simplicidad e incentivos fiscales.
El primero es esencial. Los Estados deben garantizar que los activos invertidos a través de estas cuentas cotizan en mercados transparentes y regulados, donde se cumplen los estándares más altos de protección al inversor y de integridad de mercado.
Quedarían fuera, por tanto, productos complejos o de riesgo elevado, incluidos ciertos derivados y criptoactivos (con la excepción de sus versiones tokenizadas cuando correspondan al instrumento financiero subyacente).
El segundo pilar es la simplicidad. Para que estas cuentas lleguen al pequeño ahorrador, las barreras de entrada deben ser mínimas, incluida la contribución inicial. Solo así puede cumplirse el principio de no discriminación y, sobre todo, crear un círculo virtuoso: más inversión minorista, más financiación para empresas, más crecimiento para Europa y mayor independencia financiera para los inversores a largo plazo.
También será clave que bancos y entidades financieras encuentren incentivos reales para promover este producto y explicarlo de forma clara.
Si queremos que el ahorro se quede en Europa, será indispensable reforzar la competitividad de nuestras empresas
El tercer pilar —y el decisivo— es el fiscal. La Comisión pide a los Estados que otorguen a estas cuentas el mejor tratamiento fiscal disponible en cada país. Aquí surge la dificultad: la fiscalidad en la UE es competencia de los Estados miembros, es decir: nacional y heterogénea.
Sin un régimen fiscal sólido, coherente y atractivo, el instrumento perdería buena parte de su capacidad para atraer y retener a los pequeños inversores. Además, si queremos que el ahorro se quede en Europa, será indispensable reforzar la competitividad de nuestras empresas para que puedan ofrecer retornos atractivos que generen rentabilidad para los inversores.
Sin embargo, ningún producto, por bien diseñado que esté, puede prosperar si los ciudadanos no lo comprenden. Europa arrastra un déficit estructural en educación financiera, que contribuye a aumentar la brecha con otros mercados como el estadounidense. Crear una cultura de inversión no es un lujo: es un pilar imprescindible para que esta herramienta tenga impacto y perdure.
Las posibilidades de esta iniciativa solo se materializarán si se acompaña de campañas de información claras, accesibles y ambiciosas y una visión largoplacista que permita que la educación financiera se penetre en la sociedad.
Así, los ahorros de los europeos podrían convertirse en el combustible que necesitan miles de empresas —incluidas pymes y start-ups— para expandirse, digitalizarse y afrontar la transición verde. En países como España, donde las pymes representan una parte enorme del tejido productivo, permitirles acceder a financiación en condiciones más favorables tendría un impacto económico y social directo.
Un régimen de incentivos específico para empresas financiadas bajo esta etiqueta sería un paso ambicioso y razonable. Y sigue pendiente otra cuestión: el sesgo fiscal entre la renta variable y la renta fija, que desincentiva la inversión en acciones en gran parte de la UE.
El potencial está ahí: los datos lo demuestran; el Barómetro del Ahorrador del Observatorio Inverco confirma que el perfil del ahorrador español evoluciona. Aunque la mayoría sigue siendo conservador, el porcentaje de inversores con perfil “dinámico” —los que buscan rentabilidad a largo plazo y entienden el riesgo— se ha duplicado en poco más de una década, del 5% en 2011 al 11% en 2025. Entre millennials y la Generación Z, la cifra sube al 17% y al 19%, respectivamente. La demanda existe. Solo falta canalizarla.
Como suele ocurrir en Europa, el éxito dependerá de la letra pequeña: de cómo cada Estado miembro implemente esta herramienta y de si se atreve a dotarla de la ambición necesaria. Pero estamos ante una ocasión que no podemos permitirnos desaprovechar.
Convertir los ahorros europeos en inversión europea es, probablemente, la palanca más poderosa para reforzar la competitividad de nuestro continente en la próxima década.
*** Pilar Martínez es directora de Asuntos Públicos de Europa y América Latina en BME – Grupo SIX.