Trabajadoras
España es una de las economías avanzadas de mayor crecimiento por segundo año consecutivo. En los últimos años, su crecimiento anual triplica la media de la zona euro, principalmente porque nos hemos beneficiado de los bajos precios de la energía, del aumento de la demanda interna y del auge del turismo. Estos resultados, sin embargo, encubren luces y sombras.
La parte positiva es que el dinamismo y la capacidad de adaptación de las empresas han puesto en marcha una cierta transformación del modelo productivo, impulsado también por los fondos europeos Next Generation.
El modelo económico que va emergiendo poco a poco se caracteriza, en primer lugar, por un crecimiento vigoroso de los servicios avanzados no turísticos, que engloban una amalgama de actividades profesionales, de consultoría, tecnología, investigación, logística y finanzas, entre otros.
El crecimiento de estos servicios alcanza un apabullante 21% en el último lustro, más del doble que el conjunto de sectores productivos, y explican más de la mitad del avance del PIB registrado en el periodo desde 2019.
Es en estos servicios donde España puede competir mejor en una economía globalizada. De hecho, el segundo aspecto a destacar es el mayor protagonismo de estos servicios no turísticos en el sector exterior: el saldo entre las exportaciones y las importaciones, irrisorio dos décadas atrás, ronda el 2,5% del PIB en la actualidad, acercándose al superávit del turismo.
La economía se ha diversificado, pero ahora tiene que elevar su eficiencia productiva, para así mejorar los salarios y las condiciones laborales
Por último, el tercer elemento a destacar es la reforma laboral de 2021, que ha facilitado que, pese a las incertidumbres, la economía española haya mostrado una evolución positiva del empleo, con casi 22 millones de ocupados en la actualidad.
El talón de Aquiles radica en el débil comportamiento de la productividad: esa es la clave para avanzar hacia una economía más robusta y sostenible, condición “sine qua non” para mantener nuestro Estado del Bienestar y el nivel de vida de los ciudadanos en las próximas décadas.
Es decir, la economía se ha diversificado, pero ahora tiene que elevar su eficiencia productiva, para así mejorar los salarios y las condiciones laborales: este es el próximo reto de nuestro desarrollo.
Hoy por hoy la productividad en España apenas crece y sigue alejada de la media europea. Desde finales de 2019, la productividad por hora trabajada se ha incrementado apenas un 2,1%. Es más, cuando se mide en términos de PIB por persona ocupada, la productividad sigue por debajo de los niveles prepandemia. Por lo que el avance del PIB se apoya casi exclusivamente en la incorporación de nueva fuerza laboral, y no en mejoras de productividad.
La productividad aumenta cuando mejora la eficiencia con la que las empresas utilizan los distintos factores de producción: capital físico, tecnológico y humano. La inversión en capital fijo ha alcanzado los niveles prepandemia. Los fondos europeos Next Generation han permitido asimismo que desde 2019, la inversión pública y privada en investigación aumente un 54%.
La política económica debe profundizar en el mercado interno, para garantizar que las inversiones en infraestructuras, especialmente digitales y energéticas, ejerzan como multiplicador de la inversión privada
Sin embargo, aún representa sólo el 1,4% del PIB, frente al 2,1% de la media de la UE y más del 3% en países del norte de Europa o en EEUU. También falta que estas inversiones, en primer lugar, dinamicen el tejido de pequeñas y medianas empresas (evitando su concentración en grandes corporaciones) y, en segundo término, que con ellas se generen innovaciones que permitan aumentos de la productividad.
Asimismo, la política económica debe profundizar en el mercado interno, para garantizar que las inversiones en infraestructuras, especialmente digitales y energéticas, ejerzan como multiplicador de la inversión privada. La creación del Régimen 20 (que busca simplificar la burocracia y facilitar la actividad empresarial en cualquier CC.AA.) puede ser un paso en esta dirección.
Mayor integración también en el mercado europeo, para aprovechar las fortalezas del mercado único, como lo recuerdan los informes Draghi y Letta. Así como poder canalizar todo el ahorro de empresas y familias europeas hacia inversiones productivas dentro de la UE. Fundamental para superar el modelo anterior de crecimiento de baja productividad y poco intensivo en capital tecnológico y humano.
Respecto al capital humano, se puede aumentar su aportación con un mejor ajuste de la formación a las necesidades del mercado laboral, apostando por la formación continua y el reciclaje profesional, y por mejoras de las políticas activas de empleo.
Actualmente, contamos con jóvenes con una formación extraordinaria a los que nuestro tejido productivo no les da oportunidades de empleo, y han de emigrar para encontrar un futuro laboral. O los salarios son tan poco competitivos, que se ven tentados por trabajar en otros países.
Las ganancias en productividad facilitarán aumentar los salarios y poder reducir las jornadas de trabajo, y así retener el talento en nuestro país. Estos son los grandes retos que tenemos por delante, ante una clase media y trabajadora que ha sufrido pérdidas de su poder adquisitivo tras la crisis inflacionaria, y no termina de percibir la bonanza económica en su día a día.
*** Mónica Melle Hernández es consejera de la Cámara de Cuentas de la Comunidad de Madrid y Profesora de Economía de la UCM.