Paneles del Ibex en el Palacio de la Bolsa de Madrid
José Saramago escribió que, «somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos». Esta frase, tan sencilla como grandilocuente, describe con precisión el momento que vive el inversor minorista en España; un accionista que empieza a asumir su responsabilidad dentro de las compañías de las que es, literalmente, propietario.
Y que, lejos de diluirse en el anonimato del mercado, comienza, aunque sea de forma paulatina, a reclamar su espacio.
Durante años, el pequeño accionista ha sido visto como un actor periférico. Numeroso, sí, pero disperso. Relevante y fiel, pero accesorio.
Sin embargo, la realidad está cambiando y el minorista despertando. La educación financiera se ha democratizado, las redes sociales han roto asimetrías informativas y la nueva generación de inversores ha entendido que la titularidad de una acción no es solo un derecho económico, sino también un mecanismo de influencia. Ese cambio de mentalidad está activando un fenómeno que antes parecía reservado a otros países; un minorista más exigente, más vocal y, sobre todo, más activo.
La reciente opa de BBVA a Sabadell, ha sido un buen recordatorio de hasta qué punto la comunicación puede influir en el rumbo de una operación corporativa o de una cotizada. A lo largo del proceso, el relato construido por cada entidad y la forma de dirigirse al accionariado —especialmente al minorista— acabaron convirtiéndose en un factor clave. Lo que hace unos años habría quedado reservado a la industria financiera, hoy crea clima de opinión en toda la sociedad, condicionando narrativas y desenlaces.
La comunicación financiera ya no puede ser un ejercicio reactivo ni ceremonial
No es un fenómeno exclusivamente español. Basta mirar a lo ocurrido en Reino Unido donde los minoristas sí cuentan con asociaciones sólidas de representación; a Estados Unidos, donde accionistas, a través de plataformas como Reddit, han influenciado votaciones sobre políticas climáticas, remuneración o gobernanza; o a Francia, donde iniciativas como los loyalty shares promueven estabilidad de capital y participación del pequeño inversor.
Si bien, el matiz es que este comportamiento, tradicionalmente atribuido a mercados más maduros, empieza a replicarse en nuestro país y con creciente convicción.
El activismo accionarial ha dejado de ser patrimonio de grandes fondos o inversores institucionales. También se materializa en el minorista que formula preguntas incómodas en la Junta General, en el que exige información clara antes de votar, en el que comparte análisis en redes sociales o en el que interviene y crea opinión en foros.
Es un activismo más horizontal, más diluido que el institucional, pero no por ello menos influyente. Y las cotizadas que antes incorporen al minorista, en el centro de su estrategia, serán las que estén mejor posicionadas para gestionar este nuevo escenario.
La consecuencia directa es evidente; la comunicación financiera ya no puede ser un ejercicio reactivo ni ceremonial. Reconocer al inversor minorista al mismo nivel que al institucional, no es solo una cuestión de coherencia estratégica, sino de respeto al principio de no discriminación del inversor. Todos, independientemente de su tamaño, merecen el mismo acceso a la información y la misma consideración en las decisiones que afectan al futuro de la compañía.
No se trata de multiplicar notas de prensa, ni de abrir más canales de difusión. Sino de construir una relación basada en la claridad, regularidad y cercanía. Esto implica explicar los fundamentos de la estrategia con un lenguaje accesible, no simplista. Implica anticiparse ante momentos sensibles —una operación, un profit warning, un cambio en la política de dividendos—. Implica darle protagonismo y reconocimiento.
La participación e inclusión en la base accionarial del inversor retail debiera, por tanto, percibirse como un mandato. Fortalece el mercado, eleva la exigencia y el control hacia las compañías y contribuye a un ecosistema corporativo más transparente.
Como propietarios de las empresas, los accionistas tienen derecho a participar y exigir información, mientras que las cotizadas tienen la obligación de proporcionarla. Solo cuando ambos asumamos esta responsabilidad de manera conjunta, aseguraremos un parqué saludable, democrático y maduro.
*** Sonia Álvarez Ferro, directora División Comunicación Financiera Evercom.