IA

IA EP

Opinión

España y el “club de privilegiados” de la IA

Publicada

Cuando la tecnología incrementa lo que la sociedad sabe hacer, la productividad se dispara. Ha ocurrido con anterioridad y, previsiblemente volverá a pasar. Está pasando, ahora mismo, con la inteligencia artificial y, sin embargo, tal como ocurrió antes, genera temores y rechazo.

La historia del progreso técnico -desde la máquina de vapor a la electricidad, de la línea de montaje a los ordenadores personales- está llena de presagios: “los inventos destruirán puestos de trabajo; millones de personas quedarán desempleadas...”.

Sin embargo, si observamos con perspectiva, la evidencia sugiere que, aunque cada salto tecnológico ha destruido empleos antiguos, nunca ha condenado a una parte sustancial de la población al desempleo permanente.

Y eso se debe a que las oleadas de innovación han elevado la productividad, generado riqueza, reducido costes y ampliado el “capital de conocimiento” de la sociedad, impulsando un nuevo ciclo de crecimiento económico. Vivimos mucho mejor que en 1780, aunque muchas hilanderas perdieran su trabajo.

El núcleo de esa tesis descansa en la economía del conocimiento. Y vuelvo a la frase del inicio de este artículo. Cuando la tecnología -y hoy, la inteligencia artificial- incrementa lo que la sociedad sabe hacer, la productividad se dispara.

En el modelo clásico del crecimiento de Robert Solow, ese aumento de productividad amplía la producción total sin necesidad de incrementar proporcionalmente los factores de producción.

Cuando la tecnología incrementa lo que la sociedad sabe hacer, la productividad se dispara

Pero la historia no termina ahí. Como argumentaba Paul Romer en su teoría del cambio tecnológico endógeno, cuando el conocimiento está incentivado por un sistema de mercado no se agota: genera nuevas ideas, productos, servicios, especialización y división del trabajo.

Visto desde esta perspectiva, la IA adquiere una dimensión distinta. No sólo automatiza tareas, sino que democratiza y acelera el conocimiento. Permite recordar ideas olvidadas, procesar información vastísima en cuestión de segundos, aplicar soluciones de forma inmediata, optimizar procesos y diseñar productos como nunca antes hemos visto.

Esto convierte a la IA en una palanca capaz de desencadenar una fase sostenida de crecimiento -no un pico puntual- a través de acumulación de capital, innovación y nuevas oportunidades.

No obstante, la tecnología no es un bálsamo automático. Los procesos de “destrucción creativa” a menudo producen desajustes: algunos trabajadores pierden empleos, mientras que otros deben adaptarse, cambiar de sector o reciclarse.

Si los pesimistas piensan que la IA destruirá puestos de trabajo y los optimistas piensan que aumentará la productividad, ambos tienen razón. La pérdida de puestos de trabajo -o la rotación laboral- y el crecimiento de la productividad son dos caras de la misma moneda.

¿Merece la pena este escenario? La economía del conocimiento ofrece motivos para la preocupación, pero también muchas razones para el optimismo en todo el espectro educativo y de ingresos. El conocimiento es un factor de producción, la IA lo genera en mayor medida y esa marea ascendente puede ayudar a mejorar la vida del conjunto de la sociedad.

¿Qué significa todo esto para España en la era de la IA?

Mientras tanto, algunos analistas sostienen que la IA no será sólo una herramienta de eficiencia, sino un factor de polarización entre países. Citando datos de Microsoft y de BEI, la consultora Capital Economics afirma que la IA está “abriendo un abismo económico Norte-Sur” en Europa, y que países como España podrían convertirse, a pesar de su geografía, en parte e un “club de privilegiados”.

Los datos son llamativos. España es el quinto país de la UE en mayor uso de IA generativa por parte de empresas, superando a Alemania y a EEUU, y solo por detrás de Finlandia, Dinamarca, Países Bajos y Bélgica, países mucho más pequeños.

Y si hablamos fuera del entorno empresarial, los datos son aún más contundentes. Somos el tercer país de la UE que más utiliza la inteligencia artificial.

Sostiene el informe que la IA podría impulsar el crecimiento anual hasta en 1,5 puntos porcentuales durante una o dos décadas en los países que la implementen con éxito y en su totalidad. Y no parece que, a pesar de los recelos, la sociedad española esté optando por dejar de lado esta tecnología.

España es el quinto país de la UE en mayor uso de IA generativa por parte de empresas, superando a Alemania y a EEUU

Ese diagnóstico invita a una reflexión sobre el papel futuro de España, no como líder en desarrollo de IA, donde ya llegamos tarde, sino como usuario estratégico y eficaz de la IA disponible.

España puede beneficiarse si integra la IA ya existente en sectores como salud, educación, administración pública, logística, turismo o servicios. No hace falta desarrollar un nuevo modelo de IA desde cero: basta con adaptar, implementar y aprovechar las herramientas punteras a medida. Así se democratiza el acceso al conocimiento y se mejora la productividad nacional.

Al adoptar IA y mejorar productividad y calidad en sectores clave, España puede reducir la brecha con economías del “norte” europeo, contribuyendo a su modernización productiva. Esa adopción puede traducirse en mayor inversión, mejores salarios, empleos de alta cualificación, un tejido empresarial más sofisticado y una economía más resiliente.

Y aunque la IA global esté diseñada en otros países, la aplicación local puede generar valor real. Usar la IA para optimizar procesos administrativos, para modernizar servicios públicos, para digitalizar el sector agrícola o turístico o para diseñar nuevos modelos de negocio adaptados al mercado ibérico puede ser muy relevante para nuestra economía.

Optimismo informado y estrategia

La historia económica nos enseña que el cambio tecnológico, incluso cuando elimina empleos, no ha condenado a la población al desempleo absoluto. Al contrario: elevó la productividad, generó nuevas ocupaciones, oportunidades y elevó el nivel de vida. Esa lección vale hoy con la IA si sabemos interpretarla correctamente.

Para un país como España, el desafío no es crear IA desde cero a toda costa, sino integrarla con inteligencia, adaptarla a nuestras necesidades, modernizar la administración pública, invertir en capital humano y usarla como palanca de convergencia económica.

La revolución digital no se detiene. Lo que decide el futuro, por nosotros o sin nosotros, es cómo respondemos.

*** Alicia Richart es directora general de Afiniti para España y Portugal.