Imagen de las inundaciones en el municipio onubense de Nerva a causa de la borrasca 'Claudia'
El elevado coste de la inacción climática
Cuando se cumplen treinta años de la Cumbre Mundial del Clima y una década del Acuerdo de París, la lucha contra el calentamiento global pierde fuelle y orbita entre el negacionismo y la desinformación climática, con un notable impacto económico y social.
Incendios forestales sin precedentes, inundaciones mortales, tifones hiperdestructivos, sequías prolongadas, pérdida acelerada de biodiversidad… son los fenómenos meteorológicos, cada vez más extremos y frecuentes, derivados del cambio climático.
Para los escépticos, quizá los datos resulten algo más reveladores: sólo en 2025 se han quemado ya más de 105 millones de hectáreas en todo el mundo por episodios de calor extremo, según Naciones Unidas.
Y se estima que, en los últimos treinta años, el planeta ha registrado al menos 9.700 desastres naturales de gran magnitud que habrían derivado en la pérdida de más de 800.000 vidas y un impacto económico de más de 4,5 billones de dólares, según el informe 'Climate Risk Index' de la plataforma Germanwatch.
Y la situación, lejos de mejorar, se agrava por momentos: los años 2023, 2024 y 2025 ya han pasado a la historia como los más calurosos desde que hay registros y no es de extrañar, pues las concentraciones de gases de efecto invernadero son las más altas en 800.000 años, lo que agravará las muertes por calor en las próximas décadas, según el noveno informe de The Lancet Countdown, una red científica y académica que, desde hace casi una década, analiza la relación entre el calentamiento global y la salud.
Paradójicamente, pese a lo alarmante de los pronósticos, el compromiso en la lucha contra la emergencia climática ha perdido fuerza en la esfera internacional, justo cuando se cumplen 30 ediciones de la Cumbre Mundial del Clima, que se celebra estos días en Belém (Brasil), y una década del histórico Acuerdo de París, que estableció como meta que el incremento de la temperatura del planeta no superara los 2 grados Celsius respecto a los niveles preindustriales. Y, en la medida de lo posible, que no se superasen los 1,5.
La realidad es que esos 1,5 grados Celsius ya se superaron puntualmente en 2024 y se prevé que acontezca de forma estable y recurrente a lo largo de la década de 2030. Un fracaso sin paliativos que traerá consigo escasez alimentaria e incremento de precios, mayores flujos migratorios y un aumento creciente de las amenazas a la seguridad nacional, “agravando las desigualdades e infligiendo daños sociales y sanitarios irreversibles”, según palabras del secretario general de la ONU António Guterres.
La lucha contra el cambio climático también se ha visto diluida por el auge creciente del ultraconservadurismo político
¿Qué explica la pérdida de protagonismo en la lucha contra el cambio climático? Por un lado, un contexto geopolítico cada vez más convulso, inmerso en una suerte de policrisis constante.
Gobiernos y empresas afrontan las incertidumbres crecientes de un mundo cada vez más polarizado e inseguro, con el rearme de las principales potencias mundiales en el centro de la dinámica. Asimismo, el impacto de la guerra comercial derivado de la metralla arancelaria de Trump o la carrera global por el desarrollo y dominación de los modelos de inteligencia artificial centran multitud de esfuerzos.
En palabras de Lula da Silva, presidente de Brasil y anfitrión durante esta Cumbre del Clima, “las mil urgencias de la coyuntura internacional desvían atención y recursos de la vital batalla para hacer el planeta más habitable”. Un análisis muy acertado, aunque marcadamente cínico por parte del presidente brasileño, pues mientras Brasil ha reducido la deforestación en más de un 50% en los últimos tres años, el mandatario también ha reforzado la apuesta por los combustibles fósiles al autorizar la búsqueda de crudo en el delta amazónico.
Por otra parte, la lucha contra el cambio climático también se ha visto diluida por el auge creciente del ultraconservadurismo político, especialmente en Estados Unidos y en la UE, hasta ahora referente y líder indiscutible en la transición energética y medioambiental.
No es un secreto para nadie la cruzada del presidente norteamericano contra las energías limpias y su predilección por los combustibles fósiles (recordarán el famoso “Drill, baby, drill”, enarbolado durante su campaña electoral, en referencia a su afán por las prospecciones petrolíferas).
La factura de la inacción climática, azuzada por un híbrido entre desinformación y creciente negacionismo mundial, impacta la salud pública y económica a velocidad de crucero
De hecho, Trump llegó a afirmar ante la última Asamblea General de la ONU que el “cambio climático es el mayor engaño jamás perpetrado contra el mundo”. “Si no te alejas de esta estafa verde, tu país va a fracasar”, sentenció. Es importante recordar que Estados Unidos emite el 11% de los gases de efecto invernadero del mundo, lo que lo convierte en el segundo mayor emisor, sólo por detrás de China (30%), con lo que eso implica.
De hecho, desde su llegada a la Casa Blanca, Trump ha revertido las restricciones al petróleo, el gas y el carbón, ha aprobado millones de dólares en exenciones fiscales para las compañías de combustibles fósiles (Shell, BP o Chevron, entre otras) y ha habilitado nuevos terrenos del gobierno federal para la explotación de hidrocarburos. Por su parte, se han recortado drásticamente los subsidios para la energía eólica y solar, muchos proyectos y permisos se han cancelado y los fondos para la investigación también han disminuido considerablemente.
Trump, además, no acota su apisonadora climática al marco de sus propias fronteras, sino que pretende extender su “filosofía” por el conjunto del planeta, amenazando a países como Japón, Vietnam o Corea del Sur con ingentes aranceles si no invierten masivamente en el petróleo y gas de EEUU.
En el caso de la UE, el presidente norteamericano también ha puesto en el punto de mira icónicas normativas medioambientales comunitarias, exigiendo excepciones y flexibilidad; desde la Directiva de Diligencia Debida sobre Sostenibilidad Corporativa, que obliga a las grandes empresas a velar mejor por el respeto de los derechos humanos y el medio ambiente a lo largo de sus cadenas de suministro, hasta el Mecanismo de Ajuste en Frontera por Carbono (arancel a las importaciones de los productos más intensivos en CO2), o la normativa europea sobre deforestación.
Trump ha encontrado en los negacionistas climáticos y en la ultraderecha política europea el mejor aliado en su afrenta climática, desde el primer ministro húngaro Viktor Orbán o el eslovaco Robert Fico hasta el partido Ley y Justicia polaco, Alternativa para Alemania o Vox en España. De hecho, aunque la UE aprobó, en los márgenes de la Cumbre del Clima, un acuerdo con los compromisos de reducción de emisiones para 2035 y 2040, se hizo con multitud de flexibilidad y con cláusulas de revisión cada dos años.
En la misma línea, es histórica la aprobación hace tan solo unos días en el Parlamento Europea de la Directiva Ómnibus, que sitúa a la agenda verde como la principal víctima de la fiebre “simplificadora” bajo el pretexto de relanzar la competitividad y la reindustrialización europeas.
En el caso de España, resulta aberrante que en el territorio que ha experimentado uno de los episodios climáticos más trágicos del siglo, con 229 muertos y un impacto de 17.000 millones de euros, Vox, con el beneplácito del PP, exija el rechazo al Pacto Verde Europeo como condición indispensable para investir al nuevo presidente valenciano tras la dimisión de Mazón.
Una hoja de ruta totalmente errónea, no sólo en el plano social y medioambiental, sino también económico. Un informe elaborado por Ecovadis y Boston Consulting Group advierte de que, para 2030, las compañías podrían enfrentarse a más de medio billón de dólares anuales en riesgos financieros si no abordan las emisiones de su cadena de suministro.
En este contexto, no todo son malas noticias. China, alentada por el vacío dejado por Estados Unidos y las dificultades europeas, se ha comprometido por primera vez ante Naciones Unidas a reducciones concretas en sus emisiones de efecto invernadero, entre un 7% y un 10% para 2035, y a dar un nuevo impulso a las energías renovables.
De hecho, las energías limpias constituyen ya un 10% de toda la economía china y hay un marcado interés económico por parte del gigante asiático en profundizar en ellas, dado su dominio en la exportación de paneles solares, turbinas eólicas y baterías en todo el mundo. La India, por su parte, tercer mayor emisor de emisiones, ha alcanzado este mismo año el 50% de la capacidad de electricidad generada con fuentes de combustibles no fósiles, un lustro antes de la fecha prevista.
Con todo, no es suficiente. Aunque con visión pragmática, urge imprimir mayor ambición y velocidad a la reducción de emisiones y financiar la descarbonización de los países emergentes y en vías de desarrollo, que son las áreas más densamente pobladas y con menos recursos.
La factura de la inacción climática, azuzada por un híbrido entre desinformación y creciente negacionismo mundial, impacta la salud pública y económica a velocidad de crucero. La apuesta por la sostenibilidad no es ni debe ser ideológica, sino un compromiso férreo por la defensa del bien colectivo.
Desde Estados Unidos a Sudáfrica, Rusia, el Ártico, Jamaica, Valencia o Filipinas. No hay escapatoria para el embate del clima en ninguna parte del mundo. Vamos tarde.
*** Alberto Cuena es periodista especializado en asuntos económicos y Unión Europea.