El lunes asistí al estreno del documental Sacar pecho en el Congreso de los Diputados. Ocho mujeres, ocho cicatrices, una montaña: la Sierra de Tramontana, en Mallorca. Ocho supervivientes de cáncer de mama que deciden subirla juntas, caminando.

Una de ellas, Paula, se quedó por el camino y no llegó a ver el resultado de esa maravillosa experiencia. Porque la supervivencia es muy alta, por fortuna, pero no es total.

El documental, producido por Vivir del Cuento Comunicació, costó alrededor de 150.000 euros y se levantó gracias a una colaboración entre ayuntamientos, fundaciones y particulares. Un ejemplo perfecto de cómo la colaboración público-privada puede transformar un tema médico en una historia de esperanza colectiva.

El cáncer de mama afecta a una de cada ocho mujeres en algún momento de su vida. No hay cifra que resuma mejor su magnitud. Pero más allá del impacto humano, el cáncer también es un desafío económico de primer orden.

Los estudios más recientes sitúan el coste medio del tratamiento entre 10.000 y 25.000 euros por paciente, dependiendo del estadio del tumor. Si se incluyen hospitalizaciones, radioterapia y quimioterapia, el gasto medio en el sistema público ronda los 18.000 euros, y puede superar los 57.000 en casos avanzados.

En España, la colaboración público-privada en salud no siempre tiene buena prensa

A eso hay que sumar los costes invisibles: la reconstrucción mamaria, o las resonancias, revisiones y terapias complementarias que muchas pacientes pagan de su bolsillo. Según la Asociación Española Contra el Cáncer, el 96% de las mujeres diagnosticadas asume gastos adicionales por una media de 3.600 euros, lo que en muchos hogares se traduce en decisiones difíciles. No hablamos solo de un problema sanitario, sino de toxicidad financiera, un término que ya empieza a aparecer en los estudios médicos.

Frente a esa realidad, Sacar pecho recuerda algo esencial: que la lucha contra el cáncer no es solo una cuestión de hospitales y tratamientos, sino de red, de apoyo mutuo, de coordinación. La película no habría sido posible sin la suma de pequeñas ayudas: fondos municipales, patrocinios privados, donaciones anónimas.

La cifra, 150.000 euros, puede parecer modesta en términos de producción audiovisual, pero enorme si se piensa en su impacto simbólico. Es la demostración práctica de lo que ocurre cuando instituciones públicas, empresas y ciudadanos se alinean en una causa común.

En España, la colaboración público-privada en salud no siempre tiene buena prensa. Se la asocia a privatizaciones o conflictos de interés, cuando en realidad muchas veces salva vacíos que el sistema público no puede cubrir solo. Fundaciones como el Centro de Patología de la Mama (Fundación Tejerina), el centro MasVita, la AECC o la FECMA, junto con decenas de asociaciones locales, sostienen programas de diagnóstico precoz, apoyo psicológico, asesoría laboral y financiación de investigación oncológica.

No sustituyen al Estado: lo completan. Son el tejido social que evita que la enfermedad se convierta en abandono. La colaboración público-privada debería entenderse como una forma de coproducir bienestar, no de competir.

El coste total del cáncer en España supera los 4.800 millones de euros anuales, cerca del 5 % del gasto sanitario

El cáncer de mama es además un ejemplo claro de la importancia de invertir no solo en fármacos, sino en detección y acompañamiento. Una mamografía cuesta alrededor de 50 euros; una resonancia, unos 250. Detectar un tumor a tiempo puede ahorrar decenas de miles de euros en tratamientos y, sobre todo, vidas.

Pero el diagnóstico precoz exige campañas, coordinación y cercanía. Ahí es donde las alianzas público-privadas marcan la diferencia: permiten llegar antes, con más medios y con un lenguaje que la administración sola no maneja. Y por eso sigo esperando dimisiones de todos los responsables en la junta de Andalucía.

El coste total del cáncer en España supera los 4.800 millones de euros anuales, cerca del 5 % del gasto sanitario. Pero detrás de esas cifras hay algo que no se mide en euros: el valor social de la esperanza. Sacar pecho es precisamente eso: un ejercicio de esperanza convertida en economía moral. Cada euro invertido en esa historia produce un retorno en confianza, en autoestima y en ejemplo colectivo.

La montaña que suben esas ocho mujeres también simboliza otra cosa: la desigualdad en la vivencia de la enfermedad y en la recuperación. Cada una tiene sus circunstancias, sus necesidades, su manera de afrontar cada piedra en el camino.

Ninguna juzga. Sólo hay presencia y escucha. Y no es un tema menor, porque a veces, uno de los desafíos sociales es la mirada del otro. Una mirada que no siempre es empática y que muchísimas veces daña porque, en nuestra sociedad, no se sabe qué hacer con una mujer con un pañuelo o una cicatriz. No estamos preparados para acompañar en el dolor.

Por eso es tan importante este documental. Porque puede ayudar a todo el mundo a entendernos un poquito mejor. Lo que las protagonistas de Sacando pecho hicieron con su cuerpo, retar el cansancio, desafiar el miedo, volver a confiar, es lo que deberíamos hacer colectivamente con nuestras instituciones: coordinarlas mejor, permitir que se apoyen en lugar de estorbarse.

Quizá esa sea la verdadera enseñanza económica de Sacar pecho: que la eficiencia no siempre se mide en PIB, sino en propósito compartido. Cuando una farmacéutica, un ayuntamiento y un grupo de mujeres deciden remar en la misma dirección, el retorno no se cuenta en beneficios, sino en vidas mejoradas.

El cáncer de mama nos afecta a todos, directa o indirectamente. A las mujeres que lo padecen, a quienes acompañan, a quienes hemos pasado por él o tememos pasarlo.

Y nos recuerda algo que la economía suele olvidar: que la salud no es un gasto, sino una inversión. Una inversión que solo funciona cuando el Estado, la empresa y la sociedad se reconocen mutuamente como aliados.

Al salir del Congreso, hablé con Mar Comín, una de las protagonistas del documental, periodista, y socia de la productora Vivir del Cuento Comunicació. Me explicó los entresijos de la preparación; la buena disposición de los médicos involucrados; el esfuerzo de todos los que se involucraron de una u otra manera. Y me di cuenta de que, como en la vida, lo más difícil no fue subir la montaña. Fue decidir hacerlo.