Emmanuel Macron

Emmanuel Macron

Opinión La máquina invisible

No confundas acción con movimiento

María Millán
Publicada

Cuando lees las noticias, las ideas fuertes parecen siempre las mismas: la declaración enfática de que hay que hacer algo versus hacerlo realmente y comentarlo después.

Lo curioso es que el relato de la intención suele ser más emocionante que el del resultado. La promesa vende más que el logro. Y propicia la continuidad en puestos de liderazgo.

¿Cómo es posible que personajes políticos de cuestionable moralidad ocupen altos cargos —y se mantengan en ellos— a pesar de actuaciones inadmisibles, sucesivas y visibles? 

La respuesta más corta a esta pregunta es asumir que son los elegidos por el pueblo ante alternativas aún peores, o aceptar que el fallo es del sistema. Pero observar con atención nos lleva a reflexionar sobre algo más contra-intuitivo: con un buen relato, es fácil confundir acción con movimiento.

La acción está orientada a resultados tangibles, a materializar progresos verificables que rompen inercias. El movimiento, en cambio, es la ilusión de progreso: actividad frenética, cambios de tono, promesas de futuro y amenazas de pasado, pero sin transformación real medible.

La acción sin valores compartidos puede resultar tan destructiva como el movimiento sin resultados resulta estéril

Los inclinados a la acción pueden ser viscerales y contundentes —Trump promete, construye (o no) y capitaliza el relato del intento— o reflexivos y pausados.

Amancio Ortega, por ejemplo, construyó el mayor imperio textil del mundo partiendo de cero, sin aspavientos públicos. Sus resultados son verificables: balance, cuota de mercado, empleos reales creados. Eso es acción.

No toda acción es positiva. Putin ejecuta con determinación: invadió Crimea, invadió Ucrania. Son acciones, sí, pero con costes humanos brutales y resultados geopolíticos cuestionables a largo plazo. La acción sin valores compartidos puede resultar tan destructiva como el movimiento sin resultados resulta estéril.

En estos perfiles orientados a ejecutar, el dilema ético suele girar en torno a: ¿El fin justifica los medios? ¿Cómo combinar el ser con el parecer en un mundo donde el relato equivale a la marca personal?

Si comparamos líderes nacionales en términos de acción versus movimiento, los contrastes resultan reveladores. Pedro Sánchez ha aprobado 90 decretos ley en seis años —Rajoy aprobó 63 en cuatro años, un ratio similar — evitando así buena parte del debate parlamentario ordinario.

Porque la diferencia entre acción y movimiento no está en las palabras pronunciadas ni en los titulares generados

Ante esta actividad legislativa intensa. ¿Cuáles son los resultados medibles? Cabe preguntarse si España ha mejorado en productividad desde 2018 (los datos del INE sugieren estancamiento).

También el Banco de España lanza sombras sobre si el déficit estructural se ha corregido, o si el crecimiento del gasto público ha venido acompañado de mejora proporcional en servicios 

Existe un tercer perfil, quizás el más frustrante: aquellos que genuinamente intentan ejecutar acciones, pero sistemáticamente se quedan en movimiento. Emmanuel Macron es el caso perfecto. En ocho años ha nombrado cinco primeros ministros buscando el "perfil adecuado" para sus reformas.

Ha intentado posicionarse como mediador en Ucrania sin lograr avances en negociaciones. Ha prometido convertir a Francia en el eje europeo de la IA mientras la inversión real fluye hacia Reino Unido, Países Bajos y Alemania según datos de la OCDE. Ha anunciado múltiples "grandes transformaciones" del sistema de pensiones, educativo y laboral, sin concretarlas.

¿El resultado? Francia cierra 2024 con 7,4% de desempleo frente al 3,4% de Alemania —una brecha que se mantiene desde 2005—, déficit público del 5,5% del PIB (frente al 2,4% de la media europea), y pérdida progresiva de protagonismo industrial.

¿Qué lleva a intentos sucesivos sin tracción real? Es fácil pensar que el esfuerzo es genuino —no es cinismo puro— pero cabe preguntarse si la incapacidad de ejecutar no convierte el intento de acción en movimiento estéril.

Friedrich Merz, líder de la oposición alemana, ofrece otro matiz: tras meses prometiendo un giro radical en política económica y migratoria si llegaba a la cancillería, ahora que tiene opciones reales de gobernar tras las elecciones de febrero 2025, ha suavizado drásticamente su discurso y sus propuestas concretas siguen siendo difusas.

¿Dónde y por qué prosperan estos formatos que no dan frutos positivos? Es fácil pensar en cargos donde la institucionalidad propicia la abstracción, en la administración pública donde responsabilizar a terceros es rutina, y en organizaciones públicas y privadas que no evalúan objetivos y resultados individuales de manera ortodoxa.

Sea cual sea el contexto, a los receptores de estos mensajes nos corresponde discernir quiénes marcan diferencias reales y quiénes gestionan percepciones. Porque la diferencia entre acción y movimiento no está en las palabras pronunciadas ni en los titulares generados. Está en los números, en los hechos contrastables, en las vidas materialmente mejoradas.

Exigir métricas claras, comparativas internacionales verificables y evaluaciones independientes, solventes y ágiles no es opcional. Es la única forma de convertir el movimiento en acción real. Porque mientras sigamos aplaudiendo la promesa más que el logro, seguiremos confundiendo el ruido con el progreso.