IA
El lenguaje configura ideas, emociones y perspectivas. Desde que lo tenemos asumido, cualquier palabra potencialmente hiriente o polarizante ha sido cancelada.
Este poder se vuelve especialmente visible con la IA: metes un prompt redactado con neutralidad absoluta y te devuelve un texto o imagen donde el género, color de piel y nivel de educación están preasignados, y nos resultan molestos. Los sesgos provienen de nuestra historia y no se borran fácilmente.
De hecho, los Implicit Association Tests —que miden asociaciones implícitas entre palabras clave y arquetipos— llevan cuarenta años evaluando nuestros sesgos inconscientes en Europa y Estados Unidos. Cuarenta años. Los resultados apenas se han movido.
Todo el esfuerzo invertido en cambiar cómo hablamos no ha servido de nada porque solo hemos corregido la superficie: piensas en lo que quieres decir, lo verbalizas en tu mente, lo corriges y lo expresas en formato editado.
El resultado es un texto forzado que se limita a tachar y sustituir términos inapropiados. No está pensado desde la neutralidad: solo has eliminado lo molesto y conseguido un discurso cargado de palabras tibias y anodinas. En lugar de decir algo real, no dices nada.
Está el liderazgo femenino y está el liderazgo sin más (asociado a masculino, por defecto)
Estos mecanismos de autocensura lingüística alcanzan su paroxismo en las fusiones empresariales. Cuando se producen compras corporativas, los forcejeos del lenguaje se vuelven evidentes. Suele haber un comprador y un comprado, una empresa mayor que la otra, y está claro que el encaje es forzado, coreografiado, acompañado de un discurso prefabricado.
En la situación actual de corrección política aguda, estos discursos rozan lo ridículo. En el caso del BBVA y del Sabadell, los CEOs se lanzan indirectas y puñales bajo un manto de cordialidad. Desde el BBVA hablan de "crear el mejor banco digital" y de una "oportunidad única" para construir juntos, insistiendo en que es "una operación amistosa".
Desde el Sabadell responden que están "muy satisfechos con la estrategia autónoma" mientras prometen mantenerse "al lado de las empresas".
Pero todos conocen la jerarquía real: compradores frente a comprados, responsables frente a víctimas del cambio inevitable, roles indispensables frente a descartables. Algunos serán proyectados a escala global, otros invisibilizados o eliminados.
Está el liderazgo femenino y está el liderazgo sin más (asociado a masculino, por defecto). Es un cambio brutal del que todos hablan de manera impostada, alejada de su naturaleza.
El discurso sobre impacto y futuro bucólico que no convence a nadie
El manto compartido es el relato de una promesa trillada: mayor fuerza y riqueza que antes. Y detrás del telón, más allá de esta seducción empaquetada para el cliente interno y externo, todos los implicados son conscientes de que cuando el banco alcance mayor escala, primero ofrecerá excelencia para atrapar usuarios, luego degradará la experiencia para servir a clientes empresariales y finalmente, para optimizar la rentabilidad, extraerá valor de todos para entregárselo a los accionistas, y seguir ganando escala. Éstas son las reglas del juego real.
Tanto cuidado impide hablar de lo esencial: la necesidad urgente de las empresas españolas de ganar escala para competir en el escenario global impuesto por la IA; porque sin escala, el escenario es mucho peor para todos.
Y es que hoy, y aquí, hay una oportunidad histórica que un buen orador sabría convertir en llamada colectiva: España construyendo campeones capaces de plantar cara en los mercados internacionales, generando riqueza y empleo de calidad, posicionándose como referente tecnológico y financiero europeo. Un discurso así, honesto y ambicioso, emocionaría. Movería voluntades.
En su lugar, los eufemismos. La espumita verbal edulcorada. El discurso sobre impacto y futuro bucólico que no convence a nadie. La mayoría, para invertir nuestro dinero o apoyar un proyecto de país, buscamos que nos traten como adultos y nos cuenten la realidad fundada en datos.
La corrección política obsesiva no solo aplana el mensaje: lo vacía de significado y lo despoja de cualquier capacidad de inspirar.
Tanta moderación lingüística no construye consenso: solo genera cinismo
Con la explosión de la IA, ha llegado el momento de recuperar un lenguaje de acción y consecuencias: vienen tiempos difíciles para quienes evitan confrontarse al cambio drástico y a los conflictos que conlleva. No podemos seguir atrapados en este clima donde hay que embellecer cada arista, aplacar toda tensión, sostener el relato con una sonrisa corporativa vacía.
Tanta moderación lingüística no construye consenso: solo genera cinismo. Hasta los más críticos en redes sociales apenas reaccionan ante tanta blandura calculada.
Hoy, más que nunca, lo que importa es poner las cartas sobre la mesa sin mirar el género, ni evitar las palabras que puedan incomodar. El discurso de un CEO debería trasladar perspectiva real y tangible, y habilidad para aprovechar las oportunidades.
Las palabras moldean la realidad. Empecemos a expresarnos de manera significativa, sin tanto rodeo. Es tiempo de valientes, no de prudentes burócratas o escribanos.