Yolanda Díaz e Irene Montero
Cuando los hombres bromean sobre la amistad entre mujeres, sus chistes revelan una creencia arraigada: las mujeres son frenemies por naturaleza. El territorio de la verdadera amistad parece pertenecer al género masculino, considerado "más simple y noble."
Además, la exacerbada – y a menudo hiperbólica - defensa de la sororidad en cualquier aforo de liderazgo femenino, quizás contenga, implícitamente, el reconocimiento de que las mujeres —históricamente excluidas del poder— tienden a ser más defensivas y celosas.
Sin embargo, no nos engañemos: estas tensiones surgen donde hay "mucho en juego", independientemente del género.
El término frenemy (fusión de friend y enemy, aparecida ya en el siglo XIX) describe relaciones donde alguien - con quien compartes apasionantes afinidades - mantiene una fachada amistosa mientras sabotea, manipula o traiciona. Hoy, en un mundo digitalizado que nos deja emocionalmente anestesiados, estas conexiones intensas ofrecen una experiencia que enriquece y válida, aunque sea tóxica.
Las fronteras entre amistad y enemistad se difuminan cuando conviven el afecto y la confianza con emociones antagónicas. Gates y Jobs, McCartney y Lennon, Trump y Musk, Coco Chanel y Schiaparelli, Pablo Motos y Broncano, Yolanda Díaz e Irene Montero... la historia está plagada de estos vínculos ambivalentes donde la admiración y la envidia fluctúan sin parar.
El frenemy, en cambio, nos hace sentir incómodos, incluso en momentos aparentemente cordiales
Entre la comparación y la competencia viven quienes tienen algo que ganar y perder si permiten que el otro brille más. Convive el sentimiento de vinculación profunda —complicidad, intimidad, talento compartido— con el encogimiento al percibir la grandeza ajena.
Los frenemies se alían contra terceros, comparten códigos, se nutren mutuamente. Pero luego, en el cara a cara, saltan del amor al odio, y se enfrentan entre sí.
La amistad auténtica incluye compañerismo genuino, ayuda desinteresada, confianza para compartir secretos y deleite en el tiempo común. El frenemy, en cambio, nos hace sentir incómodos, incluso en momentos aparentemente cordiales. Sus consejos nos abren el corazón y a la vez despiertan desconfianza. No compartirías secretos íntimos con quien dice apoyarte, pero cuya lealtad pende de un hilo.
La creatividad se alimenta de esta tensión de alta frecuencia. El frenemy no es solo rival, sino un espejo deformante que obliga a superarse.
Sin esa presión invisible, muchas obras maestras no habrían nacido. La subjetividad del talentoso siempre pregunta: "¿qué pensaría el otro de esto?".
Las relaciones de “frenemistad” son ubicuas en ambos géneros, cuando hay algo que ganar y mucho que perder en términos de territorio, relevancia o riqueza
Y bajo esa sombra acechante es donde los frenemies entretejen sus mejores obras: este "qué pensaría" alimenta el propio quehacer obsesivo, que observa, analiza y se supera en cada detalle, impulsado por la admiración y la envidia. De hecho, los autores que saben que los frenemies explican sus resultados grandiosos se consumen sin reconocérselo.
Las anécdotas históricas confirman esta lucha interna: Chanel conspiró para incendiar el vestido surrealista de Schiaparelli durante un baile. La actualidad nos ofrece ejemplos constantes: Trump redefiniendo públicamente sus "amistades" según conveniencia estratégica, las tramas Ábalos-Sánchez donde la lealtad se tambalea ante la supervivencia política, o el silencio elocuente entre Díaz y Montero tras años de confluencia feminista. El lenguaje de la amistad se convierte en código cifrado del poder.
Las relaciones de “frenemistad” son ubicuas en ambos géneros, cuando hay algo que ganar y mucho que perder en términos de territorio, relevancia o riqueza. Por eso, la próxima vez que oigas un chiste sobre la falta de amistad entre mujeres, puedes elevar el debate y exponer que los frenemies son inevitables, y positivos, al generar esa productividad mayúscula, que paradójicamente, genera las obras que más perduran.
Lo que es importante en todos los casos es no confundir las afectuosas palabras de la “frenemistad” con la amistad verdadera.
La diferencia entre ambas, es evidente: como escribió Borges, "la amistad no necesita frecuencia." La frenemistad, en cambio, necesita mucha frecuencia, y de alto voltaje.