Hay días en los que una se sienta a escribir un artículo serio sobre economía o gestión pública y se topa con algo que supera el análisis técnico: la realidad ha decidido convertirse en parodia. O tal vez es la parodia la que se ha hecho realidad.

Desde hace semanas vengo dándole vueltas a la sensación de estar viviendo dentro de un sketch cómico. Y no cualquiera. Uno que, si no lo conociera de memoria, juraría que ha sido escrito este mismo verano.

La proliferación de comisiones gubernamentales en España, algunas convocadas con pompa para nunca volver a reunirse y otras anunciadas con urgencia para disiparse como humo tras la rueda de prensa, no es nueva. Tampoco lo es el nombramiento de figuras absurdamente incompetentes en puestos clave, el clientelismo que reparte cargos como si fueran favores, ni la manipulación de símbolos públicos para fines partidistas.

Lo nuevo es el grado de desvergüenza con el que todo esto se hace, sin disimulo alguno, como si el guion lo hubiera escrito un grupo de humoristas argentinos que mezclan música culta con cumbia infantil y juegos de palabras. Efectivamente, hablo de los genios del humor, Les Luthiers.

En su sketch “La Comisión” vemos a un compositor que acepta una oferta por “adicción” al partido y un “veinte por ciento” de comisión. Se trata de componer una canción patria de la mano de una comisión oficial con un nombre imposible.

Este verano el fuego ha vuelto a asolar nuestro país y el presidente del Gobierno ha convocado una comisión para investigar la respuesta al cambio climático

¿Les suena? Mi propuesta es que la realidad que presentan Les Luthiers es una premonición involuntaria de la realidad política española.

Este verano el fuego ha vuelto a asolar nuestro país y el presidente del Gobierno ha convocado una comisión para investigar la respuesta al cambio climático. No es una idea nueva. Convocó otra para la reconstrucción posvolcánica en La Palma, otra más para modernizar la financiación autonómica, para la Memoria Histórica...

Y, a pesar de tanta iniciativa vacía, no presenta los presupuestos generales del Estado, ni convoca debates sobre el estado de la nación, ni aclara quién redactó el Real Decreto que separa la Hacienda catalana. Esos son los temas que debería estar solucionando. 

El problema no es que existan comisiones que, en principio, podrían ser mecanismos útiles de coordinación. Sino que muchas veces no se convocan nunca, no tienen presupuesto real o se solapan con otras estructuras ya existentes.

Su única función, como en el sketch de Les Luthiers, parece ser anunciar que algo se está haciendo, sin hacer nada. Y si en la sátira se ofrecía un “veinte por ciento” como incentivo al compositor patriótico, aquí el incentivo a veces es menos explícito, pero igual de eficaz: un cargo, una visibilidad, una partida presupuestaria. Otras, desata casos de corrupción.

Los símbolos han perdido su significado porque los ciudadanos no actuamos por miedo a ser tachados de “fachas”

El problema es el exceso de burocracia y uso deliberado de esa burocracia como niebla para esquivar responsabilidades. Eso hace que dejen de ser una herramienta de gestión y se transformen en un ejercicio de cinismo institucional.

En el sketch original, el compositor del nuevo himno, Mangiacaprini, célebre por sus cumbias infantiles, no es elegido por méritos musicales, sino por una razón reveladora: “es adicto a la causa”.

La broma era evidente, pero hoy es casi una crónica parlamentaria. ¿Cuántos “Mangiacaprini” tenemos colocados en cargos de confianza, direcciones generales, observatorios, fundaciones públicas, agencias supuestamente independientes?

Así, se fabrican gestiones mediocres con apariencia técnica y se perpetúa un ecosistema de cooptación que favorece la obediencia frente a la excelencia. Como Mangiacaprini, en los medios hay quienes aceptan componer la “canción oficial” del régimen, aunque sea en compás de reguetón institucional. Si criticas, te quedas sin subvención.

En España se propone suspender la sesión parlamentaria por la Diada, o se homenajean etarras, o se exhibe un cartel invertido del rey y no pasa nada. Los símbolos han perdido su significado porque los ciudadanos no actuamos por miedo a ser tachados de “fachas” y el régimen tiene sus palmeros aleccionados. 

Que nos hayamos adaptado al esperpento con una mezcla de ironía resignada y fatiga democrática

Una de las joyas del sketch es la confusión retórica de los políticos: hablan de “poencia elocuética” como si fuese una virtud oratoria, cuando afirman que “los que hoy son niños, mañana serán hombres” como si acabaran de descubrir la evolución humana. Recuerda mucho algunos de los discursos reales en sede parlamentaria o entrevistas.

Efectivamente, vivimos rodeados de una verborrea hueca con la esperanza de que el ciudadano medio no entienda nada, se canse y mire para otro lado. Pero el mayor de los problemas es la hipocresía: se proclama la lucha contra la corrupción mientras se sostiene a un fiscal general procesado; se presume de compromiso con la igualdad mientras se perpetúa el nepotismo más burdo; se legisla en nombre del bien común mientras se negocia con quienes lo niegan. 

El sistema ha interiorizado el absurdo con tanta naturalidad que lo que Les Luthiers exageraban para hacernos reír, hoy no desentonaría en el BOE. 

Lo peor no es que haya comisiones sin resultados. Ni siquiera que haya responsables políticos que falsean títulos, niegan responsabilidades o premian la ineptitud. Lo verdaderamente alarmante es que ya no nos sorprenda.

Que nos hayamos adaptado al esperpento con una mezcla de ironía resignada y fatiga democrática. Como si la sátira hubiera dejado de ser un espejo para convertirse en manual de instrucciones.

Y si la sátira es realismo ¿cuál es la salida? ¿La indiferencia? ¿El cinismo de “todos son iguales”? Tal vez nos quede una opción: volver a exigir. Exigir rendición de cuentas, competencia, respeto por las instituciones, por los símbolos, por la cultura. 

Porque si todo da igual, ¿qué país estamos dejando a nuestros hijos? ¿Les vamos a pedir que defiendan la democracia? ¿Qué no se radicalicen? ¿Qué confíen en el Estado de derecho? Se ha perdido confianza y credibilidad. Y, todo esto, gracias al desgobierno de Sánchez ¡Enhorabuena, doctor!