Índices bursátiles
En una sola jornada bursátil esta semana, Novo Nordisk se desplomó un 25% tras recortar sus previsiones de beneficios y advertir de una desaceleración en el crecimiento de su línea de productos estrella contra la obesidad.
La pérdida de más de 90.000 millones de dólares de capitalización en apenas unas horas no solo borra gran parte del rally de los últimos dos años, sino que desinfla con estrépito la narrativa que la había elevado al estatus de mayor empresa cotizada de Europa.
En año y medio ha perdido dos tercios de su valor de mercado. Este episodio no es una anomalía aislada, sino el símbolo de un fenómeno más profundo como es la fragilidad del liderazgo bursátil europeo en un entorno de expectativas hipersensibles, flujos financieros inestables y escasa protección narrativa frente a los ciclos.
Para subrayar el contraste, Meta Platforms añadió cerca de 200.000 millones a su capitalización bursátil tras publicar resultados mejor de lo esperado. Dos movimientos opuestos, de magnitudes similares, que ilustran con claridad la divergencia en la respuesta del mercado a la sorpresa.
En apenas dieciocho meses, tres compañías que dominaron el podio de la capitalización bursátil en Europa —Novo Nordisk, LVMH y ASML— han visto desaparecer hasta un 60 % de su valor.
La presión competitiva de marcas más ágiles como Hermès, y un entorno macro que dejó de ver el lujo como activo defensivo
Todas compartían una condición: eran consideradas vehículos de crecimiento secular, con posiciones dominantes en sus respectivos sectores y respaldadas por flujos constantes de fondos institucionales y gestión pasiva.
La reversión de esa percepción ha sido tan veloz como brutal. En el caso de LVMH, el ajuste vino por el debilitamiento de la demanda en China y Estados Unidos, la presión competitiva de marcas más ágiles como Hermès, y un entorno macro que dejó de ver el lujo como activo defensivo y pasó a interpretarlo como consumo cíclico de alto riesgo.
ASML, por su parte, ha sufrido una corrección de más de 90.000 millones de dólares en el último año, arrastrada por los controles de exportación a China, la saturación de pedidos en los años pospandemia y el renovado sesgo proteccionista que amenaza su modelo de negocio global.
En el caso de ASML, la comparación inevitable con Nvidia —también en el núcleo del ecosistema de semiconductores— ilustra bien la asimetría. Mientras Nvidia es tratada como un vector estructural de crecimiento, beneficiaria neta del auge de la IA, ASML es percibida como proveedor expuesto, cíclico y vulnerable al veto regulatorio. Dos compañías esenciales para la industria global, pero con tratamientos radicalmente distintos por parte del mercado.
No se trata solo de diferencias de narrativa, sino de arquitectura de flujos. En Estados Unidos, los llamados “Magnificent Seven” no solo concentran una porción cada vez mayor del S&P500, sino que su peso genera un efecto autorreforzado. Al crecer, capturan más flujos pasivos, y esos flujos retroalimentan sus valoraciones.
Apple, Microsoft o Nvidia pueden atravesar trimestres débiles, enfrentarse a investigaciones regulatorias o presiones competitivas, pero el mercado mantiene hacia ellas una presunción de relevancia estructural.
En Europa ocurre lo contrario: las caídas bursátiles implican pérdida de peso en los índices, lo que desencadena desinversiones automáticas por parte de ETFs y fondos indexados, acelerando aún más la caída. La gestión pasiva, lejos de proteger, penaliza en cascada.
Otros ejemplos recientes como Diageo, Volkswgen o Nestlé refuerzan esta tesis. Sin grandes titulares ni anuncios espectaculares, ambas han sufrido pérdidas relevantes de capitalización desde sus máximos.
En parte, por debilidad en mercados clave; en parte, por la erosión continua de sus ventajas competitivas; pero sobre todo, por la incapacidad del mercado para sostener un relato construido en décadas que hoy pierde validez.
La consecuencia de este proceso es que el liderazgo bursátil europeo se ha demostrado efímero, condicionado por factores externos más que por fundamentos estructurales. La volatilidad de las narrativas y la ausencia de una masa crítica de flujos nacionales hacen que las grandes compañías del continente vivan en un equilibrio precario.
Las valoraciones pueden escalar rápido cuando el viento sopla a favor, pero también se desmoronan con una rapidez implacable cuando la narrativa se agota.
La lección para el inversor es que no basta con tener calidad, ventaja competitiva o generación de caja. En el mercado actual, esas características deben ir acompañadas de una narrativa global sostenida. Y en ese terreno, Europa compite en clara desventaja.
Resulta irónico, en ese sentido, contemplar cómo, en un año en el que la renta variable europea —inesperadamente, todo hay que decirlo— ha ofrecido un comportamiento notable, la falta de confianza persistente en muchos de sus grandes nombres, particularmente en sectores como el automóvil o la farma, ha acabado relegando su efímero liderazgo en rentabilidad frente a los índices americanos, que una vez más, y como no puede ser de otra manera, retoman la delantera.