Ingenieros
Durante siglos, el poder de un Estado se evaluaba por la extensión de sus fronteras o el tamaño de su flota. Hoy, vivimos en un mundo interconectado y expuesto a amenazas invisibles, en el que la verdadera fuerza también se mide por su capacidad para proteger aquello que no se ve: nuestros datos, las infraestructuras críticas y la seguridad de los ciudadanos.
Ante este nuevo desafío, la defensa, la ciberseguridad y la inteligencia marcan la diferencia entre vulnerabilidad y resiliencia.
Los componentes del poder geopolítico no son fijos: evolucionan constantemente en respuesta a los cambios históricos, tecnológicos y sociales. Es evidente que, durante la Segunda Guerra Mundial, el número de tanques era mucho más relevante que cualquier autoridad.
En el siglo XVIII, el prestigio de un Estado dependía en gran medida de su demografía, ya que el tamaño de su población determinaba tanto los ingresos fiscales como el potencial de reclutamiento militar.
¿Y hoy? Si escuchamos a comentaristas y periodistas, hay dos indicadores clave que se mencionan con mayor frecuencia: el PIB y el gasto en defensa. Sin restarles importancia, creo que, a la luz de las transformaciones recientes, debería añadirse ahora un tercer indicador: el número de titulados en disciplinas STEM.
Es un momento único porque estamos al borde de varios avances tecnológicos de gran envergadura
Desde mi punto de vista, lo que realmente determinará la capacidad de un país para controlar su destino e influir en el rumbo de los acontecimientos del siglo XXI será su capacidad —y la de sus ciudadanos— para dominar el poder de las nuevas tecnologías y fomentar su desarrollo.
No solo será necesario estar entre los primeros a la hora de inventarlas, sino incluso es más importante estar entre los primeros en adoptarlas y convertirlas en ventajas competitivas.
Nos encontramos en un momento único en la historia de la tecnología. En primer lugar, porque se ha convertido en un elemento transversal que impregna todos los sectores de nuestras sociedades. Sanidad, transporte, educación, energía, defensa o seguridad: todas las infraestructuras de las que dependen nuestras economías y nuestras vidas han sido transformadas, especialmente por la irrupción de las tecnologías digitales.
Esto ofrece un enorme margen de actuación, ya que la adopción de una nueva tecnología puede generar impacto sobre múltiples ámbitos a la vez. Basta con observar el efecto dominó provocado por los últimos avances en inteligencia artificial para comprobarlo.
También es un momento único porque estamos al borde de varios avances tecnológicos de gran envergadura. Algunos como la informática cuántica, la biotecnología, los sistemas autónomos o la robótica tendrán sin duda un impacto sistémico, cualquiera de ellos es capaz de desencadenar transformaciones transversales de una magnitud difícil de imaginar.
Es necesario elevar el nivel de conocimientos científicos y técnicos del conjunto de la sociedad.
Debemos reconocer que la escala, la velocidad y el impacto amplificado de la innovación nos han introducido, sin apenas darnos cuenta, en una nueva era. La competencia global enfrenta ahora a quienes son capaces de comprender —y por tanto explotar mejor— esta extraordinaria abundancia tecnológica.
Pero no basta con tener excelentes investigadores. También necesitamos emprendedores, directivos de empresas y del sector público, técnicos y responsables políticos que estén preparados para entender estos cambios, integrarlos en sus profesiones y definir una estrategia coherente.
En otras palabras, es necesario elevar el nivel de conocimientos científicos y técnicos del conjunto de la sociedad.
Y, desde esta perspectiva, Europa aún no alcanza el nivel necesario.
Las comparaciones internacionales son delicadas, ya que las clasificaciones varían de un país a otro, pero se estima que el 26% de los titulados universitarios en Europa provienen de disciplinas STEM, frente al 34% en la India —¡aunque la población de Europa es tres veces menor! Solo Alemania presenta un desempeño destacado con un 36%, casi el doble que España con un 19%.
Europa va quedándose preocupantemente rezagada, y no siempre puede competir con el magnetismo de atracción de Estados Unidos
Es cierto que el Viejo Continente cuenta con una élite científica de primer nivel, así como con una herencia tecnológica e industrial de gran calidad, pero adolece de falta de escala. En cuestiones militares, se suele decir que “la masa importa”.
Pues bien, en el ámbito tecnológico también. Lamentablemente, Europa va quedándose preocupantemente rezagada, y no siempre puede competir con el magnetismo de atracción de Estados Unidos.
Si Europa quiere seguir teniendo voz en los asuntos mundiales —si quiere evitar un riesgo serio de declive geopolítico—, debe actuar no solo para reforzar sus capacidades militares y diplomáticas, sino también para incrementar rápidamente tanto el número de ciudadanos con conocimientos científicos y técnicos como la calidad de esa formación.
Este objetivo cuenta con un amplio consenso (figura en numerosos programas de partidos políticos de toda Europa), y sabemos cuáles son las palancas necesarias para alcanzarlo. La pregunta ahora es si estamos dispuestos a actuar con rapidez y determinación para asegurarnos de participar en la construcción del futuro del mundo.
*** Patrice Caine, CEO global de Thales.