El presidente de Argentina, Javier Milei

El presidente de Argentina, Javier Milei EP

La tribuna

¿La justicia social es aberrante?

24 mayo, 2024 02:31

Verano de 1989, hipódromo de la ciudad de Rosario, República Argentina. En el transcurso de una carrera, uno de los caballos participantes sufre un paro cardiaco súbito y se desmorona en el suelo de la pista. Pocos instantes después, muere. Los responsables de la instalación se ponen entonces en contacto con una empresa de camiones con grúa para que saquen el cadáver del recinto. El hipódromo linda con lo que allí llaman una “villa”, agrupaciones de chabolas sitas en descampados próximos a las periferias urbanas en los que malviven en la penuria extrema familias integrantes de los estratos más excluidos y marginales de la población indigente del país. 

Antes de que llegue el vehículo con la grúa, decenas de habitantes de la villa saltan la verja que los separa del hipódromo y, armados con cuchillos de cocina y otros objetos cortantes, incluidos simples trozos de vidrio, despiezan íntegro al animal para llevarse los trozos de su carne. Cuando, por fin, arriba el camión apenas queda un montón de huesos dispersos por el piso. La noticia se publicó con consternación en toda la prensa nacional. Por lo demás, desde aquel año, 1989, la situación no ha hecho más que empeorar día tras día en Argentina. Al punto de que la última medición oficial de la pobreza, realizada hace un par de meses por el propio Gobierno, ya sitúa al 60% de la población dentro de esa categoría estadística. 

Así las cosas, la semana pasada, y en el transcurso de su agitada visita a España, Javier Milei sentenció ante una audiencia de fans entregados que “la justicia social es un concepto aberrante”. Afirmación que le ha valido, como era de esperar, un alud de críticas, si bien cabe alegar en descargo del locuaz porteño que la paternidad de esa idea, como la de tantas otras que suele divulgar en su recién estrenada condición de estrella político-mediática global, no es suya sino que corresponde a alguien de mucho mayor fuste intelectual, el economista e ideólogo austriaco Friedrich Hayek.

Para Hayek, al igual que para sus discípulos libertarios contemporáneos, la institución social del mercado posee atributos que se aproximan a los que la teología cristiana atribuye a la divinidad. En coherencia con ello, del mismo modo que lo padres de la Iglesia consideraban un afán estéril y condenado de antemano a la melancolía los esfuerzos humanos por descifrar la voluntad del Creador, Hayek sostiene la absoluta imposibilidad de que los miembros de una sociedad puedan determinar un conjunto de finalidades colectivas cuya realización práctica conduzca al bien común. 

A ojos del patriarca doctrinal de la corriente liberal-libertaria, tal cosa, el bien común, no remite más que a las últimas rémoras morales asociadas a arcaicos instintos atávicos, impulsos irracionales propios de las antiguas colectividades primitivas. De ahí que eso que él llama “socialismo”, concepto que en la extravagante interpretación hayekiana incluye cualquier pensamiento económico que se aleje más de medio milímetro de los principios teóricos del libre mercado radical y absoluto, constituya algo de trogloditas o poco menos. 

Así, convertidos en socialistas de un plumazo desde los conservadores partidarios de la doctrina social de la Iglesia y los reaccionarios proclives a las distintas variantes del organicismo más o menos corporativista, pasando por los propios marxistas y posmarxistas, los socialdemócratas, los keynesianos, los liberales clásicos europeos, los liberales en el sentido norteamericano de la palabra o los simples centristas eclécticos del más surtido pelaje, amén de cualquier otro que no condene como sacrílega y demoníaca la más modesta e inocua intervención del Estado en el funcionamiento cotidiano de la economía, el principal maestro de Milei catalogó de modo definitivo como colectivistas, liberticidas y anticapitalistas a aproximadamente el 99% de los actuales dirigentes políticos y gestores económicos del planeta. 

La última medición oficial de la pobreza, realizada hace un par de meses por el propio Gobierno, ya sitúa al 60% de la población dentro de esa categoría estadística

Incluso el propio Milei, como bien sabrá cualquiera que conozca un poco la letra pequeña del plan de ajuste que está aplicando en Argentina, ha acreditado encarnar también a un funesto socialista en la intimidad. Toda vez que insiste, por ejemplo, en reprimir desde el Estado la libre flotación del peso, además de insistir en cargar con onerosos impuestos tanto las exportaciones como las importaciones. Nadie se extrañe de que, dentro del marco de ese paradigma fundamentalista, la idea de la justicia social suponga un absurdo lógico carente de sentido. 

Pues, al ser el mercado una institución jerárquicamente superior a la sociedad, le corresponde a ella, a la sociedad, someterse de grado a las leyes del mercado, no viceversa. He ahí la razón última a juicio de los libertarios de que el concepto de justicia social, tal como acaba de repetir en Madrid el presidente de los argentinos, constituya una necia aberración. ¿Acaso el reparto colectivo de premios y castigos que efectúa al final el mercado no supone -sostienen ellos- el resultado anónimo e impersonal, o sea no establecido por nadie en concreto, de miles y miles de conductas individuales tampoco planificadas previamente ni coordinadas entre sí durante su desarrollo? 

Bien, pues en ese caso -insisten- nadie, ninguna persona singular o grupo de personas, puede ser designado como responsable moral de sus designios inapelables. Los habitantes de la villa que saltaron la verja del hipódromo de Rosario para despedazar el cadáver del caballo no pueden acusar a nadie -salvo a sí mismos y exclusivamente a sí mismos- de su suerte en la vida, pues fueron únicamente sus propias decisiones personales erróneas, en tanto que actores económicos individuales que actuaban libremente en el mercado, las que determinaron su triste destino. 

A ojos de Hayek, y es de suponer que también del propio Milei, incluso la igualdad de oportunidades constituye una idea asimismo absurda y aberrante, puesto que, en la cosmovisión del maestro, anular las diferencias entre los “jugadores” antes de que comience la partida falsearía los resultados de la competición. Pero, hablando de resultados, nadie puede negar que a Milei le acaban de apoyar de modo entusiasta el 56% de los ciudadanos que acudieron a las urnas. Es el retorno de Darwin.

*** José García Domínguez es economista.

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