Con las primeras Apple Vision Pro ya en manos de sus compradores, empiezan a proliferar en la red vídeos de todo tipo con personas que presuntamente las utilizan ya no para el uso para el que están diseñadas como pantalla virtual sin límites, sino para otras cosas que resultan entre pintorescas y directamente temerarias.

De pintoresco podríamos calificar el ponerse a utilizar las gafas en cuestión en un vagón de metro, un autobús o un bar. Dado que las gafas en sí ya no son especialmente discretas, y que además, su uso exige que el usuario haga gestos con las manos como el seleccionar botones imaginarios, teclear en un teclado inexistente o ampliar y reducir con el gesto que ya todos conocemos de la pantalla de los smartphones, una persona que se pone a utilizarlas en público genera un aspecto ya de por sí bastante peregrino, además de bastante asocial.

La cuestión no es especialmente preocupante: hace no mucho tiempo, alguien que pasease por la calle hablando y gesticulando solo provocaría que muchos lo tomasen por loco, mientras que hoy, prácticamente todos asumen que lleva unos auriculares inalámbricos y está hablando por teléfono. Si efectivamente, a los propietarios de las Vision Pro les da por utilizarlas en lugares públicos, habrá que acostumbrarse, simplemente, a ver a gente con gafas de bucear puestas y haciendo gestos absurdos que les hacen parecer idiotas, pero eso es todo.

En una interacción anterior de un dispositivo similar pero infinitamente más primitivo, las Google Glass, a los que las llevaban en público se les llamaba glassholes, que combina la palabra glasses, gafas; con el insulto asshole, que suele traducirse como gilipollas. Allá cada uno y la impresión que quiera dar en público.

O mejor, allá cada uno y el balance que establezca entre la supuestamente imperiosa necesidad de hacer la tarea que quiere hacer con las gafas en un lugar público o, como me temo que está ocurriendo ahora, las ganas que tenga de mostrar ostentosamente a la concurrencia que ya las tiene.

El balance que establezca entre la supuestamente imperiosa necesidad de hacer la tarea que quiere hacer con las gafas en un lugar público 

¿Cuál es el uso de esas gafas y qué sentido tiene utilizarlas en público? Básicamente, dado que lo que haces con esas gafas es acceder a una pantalla virtual enorme que se proyecta ante ti y en la que sitúas lo que quieras, podríamos plantear utilizarla para prácticamente cualquier cosa que hagamos en una pantalla: desde consumir contenidos de cualquier tipo (películas, vídeos, redes sociales, noticias, etc.) hasta otros usos como videoconferencias, documentos, y prácticamente cualquier cosa que habitualmente hacemos frente a la pantalla de un ordenador.

Dado que la forma de introducir información en las gafas es mediante nuestras manos, mediante un teclado virtual o mediante botones que aparecen “en el aire” —aunque pueden utilizarse también teclados o trackpads reales— cabe esperar que, al menos al principio, la mayoría de los usos, o al menos los más inmediatos, sean básicamente unidireccionales —fundamentalmente consumo de contenidos. Pero en función de lo que van comentando los primeros usuarios, y de la filosofía de usabilidad de la propia compañía, todo indica que la transición a usos más avanzados —introducción de información— que dan acceso a un uso más general se produzca de forma razonablemente rápida.

Pero la galería de usuarios presumiendo de que ya tienen las Apple Vision Pro no se queda en los que las utilizan en público en un autobús, el metro o en un bar. He visto vídeos que van desde un tipo que pasea con ellas por la calle, a otro que ya, puestos a dar la nota, va con ellas mientras pasea a un perro robótico —no, no voy a perder el tiempo en calificarlo— o, peor aún, conduciendo.

Y digo peor aún porque a nadie se le escapa que si ya utilizar un smartphone durante la conducción provoca distracciones que generan innumerables accidentes, hacerlo con una pantalla ante ti que ocupa todo tu campo visual, por mucho que sea transparente, es evidente que resultará infinitamente peor. Tenemos la atención que tenemos, y nuestro cerebro no es especialmente brillante ni eficiente procesándola en capas.

Si estás haciendo cualquier cosa en una pantalla, virtual o no, que requiera un mínimo de atención, que por detrás de ella aparezca un peatón, otro coche o el mismísimo Godzilla no va a desencadenar una reacción tan rápida como si lo viéramos sin más impedimento que el parabrisas de nuestro coche. Para usar las Vision Pro en un coche hay que ser muy pero que muy imbécil.

Para usar las Vision Pro en un coche hay que ser muy pero que muy imbécil

Estamos ante un dispositivo muy innovador, cuyos comparables, simplemente, no le hacen justicia. Las gafas de realidad virtual que conocíamos hasta ahora eran algo que nos poníamos en los ojos y cuyo uso era exclusivo: podíamos jugar a cosas, ver vídeos inmersivos, ver a otras personas o movernos por ese sitio del que ya nadie habla llamado metaverso, pero no osábamos ir mucho más allá de un pequeño espacio bien delimitado. Y aún así, las aseguradoras revelan que los propietarios de ese tipo de dispositivos generan más reclamaciones por accidentes al golpearse con muebles o tirar objetos que tienen alrededor.

Con las Vision Pro de Apple, que se integran más en el entorno y nos permiten verlo, ese tipo de precaución, aparentemente, se hace menos necesaria, lo que hace que algunos de sus usuarios se dediquen a usarlas en situaciones que, seguramente, no son las que la compañía tenía en la cabeza como casos razonables de uso (el de la conducción, sino duda, no lo es). Veremos ese tipo de comportamientos durante algún tiempo.

La pregunta, claro, es cuántas personas van a plantearse adquirirlas y usarlas. Que los compradores iniciales reporten una satisfacción elevada no indica nada: cualquiera se auto-convence de que un dispositivo es la novena maravilla del mundo cuando acaba de pagar casi cuatro mil dólares por él sin saber exactamente lo que era.

Seguramente, tengan un ciclo más largo, de muchos meses o años, hasta convertirse en lo que Apple quiere que se conviertan: un nuevo generador de facturación al nivel del iPhone, del iPad o de los Airpods. Y veremos si cuando se extienda su uso, no está ya el mercado lleno de clones a un tercio de su precio.

Y a pesar de todo ello, sigo pensando lo mismo: en cuanto estén disponibles en España, las compraré. Es lo que tiene ser profesor de innovación.

***Enrique Dans es Profesor de Innovación en IE University.