Un reciente estudio de SocioMétrica encargado por El Español revela que la prohibición de los móviles en los colegios es el único tema que genera un acuerdo entre los españoles de nada menos que un 85%.

Resulta curioso que para un tema en el que los españoles parecen ponerse tan de acuerdo, sea precisamente uno en el que están… profunda y radicalmente equivocados. Y antes de que alguien proponga lapidarme en alguna plaza pública por llevar la contraria a semejante mayoría, me explicaré.

En primer lugar, es evidente que el hecho de que algo genere un gran acuerdo no es equivalente a que ese algo sea, como tal, correcto. Ejemplos como la elección democrática de Adolf Hitler como presidente de Alemania en 1933 o como la conocida frase que nos invita a comer mierda porque millones de moscas no pueden equivocarse lo demuestran fehacientemente.

Pero más allá de negar que un gran consenso equivalga a una gran verdad, estudiemos un poco el tema. Los teléfonos móviles son, como tales, una cuestión muy compleja. Primero, porque aunque una mayoría de la sociedad los siga llamando “teléfonos móviles”, prueba de su ignorancia al respecto, son en realidad potentes ordenadores de bolsillo, enormemente versátiles y brutalmente útiles. Sus usos, como todos sabemos, van desde ser un dispositivo de comunicación, a servir como cámara fotográfica o de vídeo, como mapa, como bloc de notas, como interfaz con nuestro banco, como cartera en la que guardar dinero, billetes de tren o avión o tarjetas de crédito, y como muchas cosas más. Alguien que, hoy en día, no sabe sacar partido a este dispositivo, se expone debido a ello a numerosas desventajas.

En segundo lugar, porque las compañías que están detrás de muchas de las aplicaciones que utilizamos en el teléfono móvil son no solo perversas, malvadas e irresponsables, sino mucho más. Son lo peor. Si todos sus directivos viajasen en un avión y este sufriese un accidente sin supervivientes, sería una fantástica noticia. Hablamos de compañías que no solo buscan generar adicción a sus productos, sino que sistemáticamente han rechazado proteger a sus usuarios, incluidos los menores de edad, de todos los efectos perniciosos que podía generar el uso de sus productos. Son, auténticamente, la piel de Satanás, lo peor. Que nadie espere de mí la más mínima defensa de semejante gentuza.

Hablamos de compañías que no solo buscan generar adicción a sus productos, sino que sistemáticamente han rechazado proteger a sus usuarios

Por supuesto que el uso de los teléfonos móviles genera todo tipo de efectos perniciosos, desde adicción hasta desinformación, pasando por exposición a contenidos inadecuados, acoso, bullying, y muchas cosas más. Está perfectamente demostrado que el uso que nuestros niños y jóvenes hacen de sus teléfonos móviles es pernicioso: de nuevo, nadie encontrará en mí a un negacionista de esa circunstancia.

Pero precisamente por eso, dado que hay muchísimas y muy documentadas malas intenciones en el contenido de los teléfonos móviles pero sabemos fehacientemente que estamos condenados a utilizarlos para todo durante toda nuestra vida, lo que tenemos que hacer no es prohibirlos, sino educar en su uso para evitar que la ignorancia alimente y favorezca esos efectos perniciosos.

Si alguien a estas alturas, cree que sus hijos son unos maestros en el uso del teléfono móvil y que no es necesario enseñarles nada, que deje de beber. Los jóvenes no son maestros de nada: son una perfecta panda de ignorantes que solo saben utilizar un par de aplicaciones mal contadas, que además han sido diseñadas precisamente para que pueda utilizarlas hasta un caracol con el electroencefalograma plano.

No, la genética de la especie humana no ha cambiado: el teléfono móvil es una herramienta compleja, y muy pocos, y menos aún los jóvenes, los mal llamados “nativos digitales”, saben utilizarla bien. De hecho, el que aprendan como aprenden, por su cuenta y sin formalizar nada, hace que sean precisamente mucho más vulnerables. En lugar de supuestos “nativos digitales”, tenemos auténticos “huérfanos digitales” que tienen que aprender por su cuenta y con lo que les cuenta un compañero de clase.

En realidad, lo que habría que hacer (y lo que acabaremos haciendo cuando se demuestre la barbaridad que suponen las prohibiciones) es lo contrario: en lugar de prohibir los teléfonos móviles, instalar cargadores en todos los pupitres, y pedir a los profesores que pidan a los alumnos que utilicen el móvil como herramienta educativa, en lugar de libro de texto. Que no puedan usar el maldito WhatsApp pero no porque se lo hayamos prohibido, sino porque tengan el móvil ocupado buscando un ejercicio de Matemáticas, un artículo de Historia o una lección de Conocimiento del Medio.

En lugar de supuestos “nativos digitales”, tenemos auténticos “huérfanos digitales” que tienen que aprender por su cuenta

Si enseñamos a nuestros jóvenes que la información está en un solo sitio, en un libro de texto, en lugar de enseñarles que es preciso buscar en varias fuentes y contrastar, estaremos contribuyendo al que, según el World Economic Forum, es el mayor problema actual de la Humanidad: la desinformación. Solo educando en sentido crítico conseguiremos, en un mundo en el que la información está siempre a un clic de distancia, que sepan escoger la fuente adecuada. Si nos damos a la prohibición, solo generaremos ignorantes.

Por supuesto, soy consciente de que este artículo no va a servir de nada. Basta que un político vea un consenso del 85%, para que automáticamente aspire a ponerse la medalla de ser quien tomó esa medida, pase lo que pase y caiga quien caiga. Pero que sepamos que si prohibimos, estaremos dando lugar a una generación de personas que serán fácilmente timadas, engañadas y desinformadas, simplemente porque nadie les enseñó de manera formal las precauciones que debían tomar y cómo debían utilizar la potente tecnología que tienen entre manos.

Prohibid, prohibid… que ya veréis.

***Enrique Dans es Profesor de Innovación en IE University.