Según un estudio, European Tech Insights, llevado a cabo por el Center for the Governance of Change (CGC) de IE University, que intenta revelar las actitudes de los ciudadanos europeos hacia la tecnología y las cuestiones relacionadas con la inteligencia artificial (IA), un 68% de los europeos quiere que los gobiernos planteen limitaciones a la IA para proteger sus puestos de trabajo. 

La conclusión es enormemente interesante: para un 68% de los europeos, la solución para sus miedos a verse desplazados de sus trabajos por un algoritmo no es ni más ni menos que el que llegue el Gobierno de turno y limite dicha posibilidad. Es decir, que un gobierno diga algo así como “se prohibe que las empresas sustituyan a trabajadores por algoritmos”. 

¿De verdad? ¿Eso es todo lo que hemos aprendido de años y años de disrupción tecnológica? ¿De verdad creemos que, con algún tipo de regulación que supuestamente “limitase” esa posibilidad, estaríamos mejor protegidos? A ver, pensemos: ¿qué ocurriría si en el territorio de la Unión Europea se impidiese a las compañías, así, por ley, sustituir a trabajadores por algoritmos? Simplemente, que las compañías, obligadas a mantener en sus puestos de trabajo a personas cuyo trabajo podría ser perfectamente llevado a cabo por algoritmos que, lógicamente, harían ese trabajo mejor, más rápido y con menos errores, se volverían rápidamente menos competitivas que las de otros territorios —Estados Unidos, China, etc.— en los que esas limitaciones no existiesen. Y, en consecuencia, esas compañías menos competitivas terminarían por desaparecer del mercado, desplazadas por otras mucho más eficientes gracias al uso de la tecnología. 

Que las personas sean cortoplacistas es algo natural. Para un trabajador, lo fundamental suele ser proteger su puesto de trabajo, y más aún si vive en un país en el que el mercado de trabajo es prácticamente disfuncional y suele ser complicado moverse en él. Si añadimos un país sensiblemente envejecido y en el que se practica ampliamente, para terminar de fastidiar, la discriminación por edad o edadismo, las cosas empeoran aún más: para el trabajador medio español, la posibilidad de ser desplazado de su puesto de trabajo por un algoritmo es la peor de las pesadillas. 

Ante eso, lo que pretenden, aplicando el cortoplacismo, es que se impida a las compañías en las que trabajan hacer algo así. Que eso provoque que esas compañías sean menos competitivas y que, eventualmente, sean expulsadas de sus mercados por tener costes más elevados, peor productividad o peor calidad ya no es su problema: a saber cuánto falta para que eso ocurra y dónde estarán ellos cuando tenga lugar… vete a saber, con suerte, estarán ya jubilados. 

Para el trabajador medio español, la posibilidad de ser desplazado de su puesto de trabajo por un algoritmo es la peor de las pesadillas

¿Cuál es el problema? Simplemente, que la tecnología se desarrolla y difunde de una manera cada vez más rápida, y que trabajar con la vista puesta en llegar a la jubilación antes de que tu compañía cierre no parece el mejor de los horizontes para nadie. Y decididamente, no lo es para el agregado de las compañías, es decir, para el futuro de la Unión Europea en su conjunto. Llevados a un extremo, acabaríamos teniendo un territorio plagado de empresas obsoletas que van cerrando una tras otra, mientras sus trabajadores se dedican a… ¿mirar obras y dar de comer a las palomas en el parque? 

Con la regulación hay que tener mucho cuidado, porque es un arma muy potente. Si los políticos detectan que hay algún tipo de alarma social sobre un tema y que tenerlo en sus oraciones les puede atraer votos, lo utilizarán. Y si se les pide —no, no son ellos en su infinita perversidad… son nuestros representantes, no lo olvidemos— que regulen de una manera determinada, lo harán aunque sepan que eso es cortoplacista. ¿Por qué? Porque ellos son más cortoplacistas aún: su horizonte suele ser de tan solo cuatro años. ¡Vete tú a saber dónde estarán tras las siguientes elecciones! 

Por tanto, ojo: que venga el Gobierno y “regule” que a ti no te vaya a quitar el trabajo una IA no solo no es garantía de nada, sino que tiene, además, consecuencias potencialmente muy negativas. Para ti, que las sufrirás muy posiblemente antes de que te llegue la hora de jubilarte, pero también para tus hijos y nietos, que se encontrarán viviendo en un asilo empobrecido y sin compañías interesantes en las que trabajar. 

Con la regulación hay que tener mucho cuidado, porque es un arma muy potente

La única forma de protegerse para que tu trabajo no se lo quede una IA es, en primer lugar, intentar que tu trabajo no sea fácilmente mecanizable o automatizable por un algoritmo que está ya muy lejos de los que conocimos hace tiempo. Los algoritmos, hoy, pueden aprender de los datos incluso mejor que nosotros mismos. es más, lo hacen de manera muy parecida. Por tanto, lo que deberíamos plantearnos no es si el algoritmo hace esto o aquello mejor que yo, sino cómo de mejor podría yo hacer lo que hago si me apoyase en un algoritmo. 

Lo más seguro es que el trabajo no te lo vaya a quitar un algoritmo, sino alguien como tú que, además, sepa usar algoritmos. La hoja de cálculo no quitó el puesto a los contables ni a los financieros, pero los contables y financieros que sabían utilizar una hoja de cálculo dejaron sin trabajo a los que no sabían. Hoy, seguramente, ya no quede ninguno. Con la IA pasará lo mismo, pero seguramente más rápido. O aprendes lo que hacen —y lo que no hacen— los algoritmos, o si te dedicas a hacer la del avestruz e ignorar cordialmente el tema, solo estarás incrementando tu probabilidad de ser sustituido por uno de ellos. 

Y eso, además, diga lo que diga la legislación y el regulador. Y si no, al tiempo. 

***Enrique Dans es Profesor de Innovación en IE University.