Dos noticias en una sola semana dejan claro hasta qué punto la industria de la automoción tradicional está compuesta por irresponsables medioambientales e insensatos climáticos a los que la salud del planeta les trae completamente sin cuidado, con tal de poder seguir vendiendo su chatarra alimentada por combustibles fósiles.

Por un lado, las presiones de esa industria sobre el primer ministro británico, Rishi Sunak, han conseguido retrasar la prohibición de venta de vehículos con motor de combustión interna, que estaba establecida en el año 2030, al año 2035. Una prohibición que resultaba crucial para conseguir la reducción de las emisiones necesaria para cumplir con los objetivos del Acuerdo de París.

La automoción, con su brutal efecto multiplicador, es claramente el principal responsable de una gran parte de las emisiones tóxicas que no solo generan la emergencia climática, sino que además, lo hacen sobre todo en las ciudades, convertidas en trampas que envenenan a sus habitantes. Investigaciones recientes publicadas por el Energy Policy Institute de la Universidad de Chicago demuestran que simplemente respirar el aire contaminado de las ciudades tiene un efecto sobre la esperanza de vida más pernicioso que el consumo de tabaco.

Por otro lado, esa misma industria y sus lobbistas han conseguido que la Unión Europea rebaje también las exigencias de reducción de emisiones de los vehículos, retrasando en dos años la entrada en vigor de nuevas condiciones (la denominada normativa Euro 7) para la emisión de gases contaminantes. Ahora, esa normativa no entrará en vigor hasta el año 2027 en el caso de los vehículos ligeros y hasta 2029 en el caso de los pesados, lo que posibilitará que vehículos contaminantes sigan siendo comercializados y que, considerando la vida media útil de esos vehículos, sigamos sufriendo el impacto de sus emisiones, tanto a nivel particular en nuestros pulmones como a nivel general sobre el planeta, durante muchos años más.

Miremos alrededor: el número de desastres naturales como ciclones, huracanes, inundaciones, olas de calor y todo tipo de fenómenos extremos se está multiplicando de manera acelerada, generando en algunos países decenas de miles de víctimas. Solo los más ciegos pretenden, en contra de todo criterio científico, atribuir este incremento en la frecuencia de las catástrofes climáticas a factores que van desde la casualidad, en el caso de los más ingenuos, hasta a cuestiones supuestamente inevitables como la deriva geológica o solar, en el caso de los más ignorantes y conspiranoicos.

La automoción, con su brutal efecto multiplicador, es claramente el principal responsable de una gran parte de las emisiones tóxicas

La única realidad, que cuenta con el consenso de todos los científicos relevantes del mundo, es que hemos desestabilizado el clima del planeta y que lo hemos hecho nosotros con nuestras emisiones de gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono y otros. Y que en eso, la automoción juega un papel fundamental, porque el número de coches en el mundo es enorme. No hay más que pararse a ver un atasco cualquiera para darse cuenta de la brutal aberración que suponen todos esos vehículos liberando el producto de quemar su combustible en sus pistones.

El motor de explosión es una tecnología brutalmente ineficiente —únicamente alrededor del 20% de la energía generada por la combustión llega a convertirse en movimiento, mientras el resto se pierde en forma de calor— y anticuada: por más que los fabricantes tratan de exprimir más rendimiento de sus obsoletos motores, hablamos de una tecnología antigua y optimizada hasta los límites de la ingeniería conocida. Simplemente, no da más de sí. Su uso, y peor aún, su abuso, nos condena al apocalipsis climático muchísimo más que ninguna otra industria, porque esa ineficiencia se multiplica por un número de automóviles enorme en todos los países del mundo.

Tenemos tecnologías suficientes y maduras como para poner fin a esa barbaridad. Pero en lugar de iniciar ese camino de transición a soluciones menos contaminantes, una industria egoísta y brutalmente irresponsable prefiere presionar mediante sus lobbies para conseguir que los políticos retrasen sus exigencias, unas exigencias que solo salen del consenso científico y del sentido común, y que ya de por sí eran demasiado laxas. Dado que las fechas límites a la comercialización son, en realidad, muy anteriores a la fecha en la que esos vehículos comercializados seguirán circulando por nuestras calles y carreteras, hablamos en realidad de un efecto brutal, de un auténtico crimen colectivo.

Su uso, y peor aún, su abuso, nos condena al apocalipsis climático muchísimo más que ninguna otra industria

En la práctica, deberíamos tener un juicio similar al de Nuremberg para juzgar en él y demostrar la culpabilidad de los directivos responsables de la automoción tradicional junto con los de las compañías petroleras que negaron los efectos de sus productos desde los años ’70, para que uno por uno fuesen conscientes de la barbaridad que han hecho y siguen haciendo. Todo por no cambiar, por seguir exprimiendo hasta el límite una tecnología obsoleta, por ganar un poco de dinero unos cuantos años más, mientras nos empujan por el precipicio de la insostenibilidad. Pocas cosas podrían ser más deprimentes. A partir de ahora, cada vez que veas publicidad de marcas tradicionales de automoción, recuerda quiénes son y lo que están haciendo con el mundo.

Qué. Asco.

***Enrique Dans es Profesor de Innovación en IE University.