Llevamos toda la semana enganchados en dos temas de máxima actualidad: la boda de Tamara Falcó e Íñigo Onieva y el debate entre el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el candidato del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo.

Pero, hay vida más allá de los vestidos y las tensiones entre suegras en la boda, y las interrupciones del presidente y las mentiras o equivocaciones del debate electoral. Pasan cosas. Por ejemplo, el miércoles se vota el proyecto de ley conocido como Pacto Verde Europeo, en Bruselas. En España nos hemos quedado con la patética imagen de la ministra llegando en bicicleta para apoyar la reducción de emisiones, escoltada por tres coches con cristales tintados y un maromo encaramado en la ventanilla de atrás, circulando en dirección contraria. Una pantomima. Otra.

Pero lo que se está debatiendo en Bruselas es una propuesta de mucho calado para nuestra economía. Para cuando estas letras vean la luz, la suerte ya estará echada. Como suele suceder, el breve enunciado de esta propuesta es imposible de rebatir. Restaurar la naturaleza. ¿Qué desalmado va a negarse a tan noble objetivo?

El problema es el cómo. Porque, a mí, “reparar el 80% de los hábitats europeos que se encuentran en mal estado y restaurar la naturaleza en todos los ecosistemas, desde los bosques y las tierras de cultivo hasta los ecosistemas marinos, de agua dulce y urbanos”, me parece excelente. Pero, cuando leo que “se aplicarán a cada Estado miembro objetivos jurídicamente vinculantes de restauración de la naturaleza en distintos ecosistemas, que complementarán la legislación vigente”, me tiemblan las piernas.

Y este temblor revela un problema profundo, que explica la precaria situación de nuestra democracia: desconfío de la capacidad de nuestro sistema legislativo. Después de ver de lo que es capaz el Gobierno promulgando una ley que mejore las anteriores, con el objetivo de proteger a las mujeres de la violencia, el acoso y el abuso sexual, y el empeño en no enmendar los errores, no voy a ser tan ingenua como para pensar que se van a lograr los objetivos que se planteen de la mejor manera posible. No estoy sola en esta desconfianza.

En España nos hemos quedado con la patética imagen de la ministra llegando en bicicleta para apoyar la reducción de emisiones

Y, por desgracia, indica algo que necesita restauración, tanto o más que nuestro entorno: la seguridad jurídica, la confianza en las leyes.

De acuerdo con los defensores del proyecto, todo son beneficios económicos: “invertir en la restauración de la naturaleza añade un valor económico de entre 8 y 38 euros por cada euro gastado, a través de servicios ecosistémicos que apoyan la seguridad alimentaria, la resiliencia de los ecosistemas y la mitigación del cambio climático, así como la salud humana”.

Como carta a los Reyes Magos, no está mal. Pero ¿y el cómo? Pues la UE, como siempre, fija unos macro objetivos y exige a cada país miembro que redacte un Plan Nacional, en colaboración de científicos, las partes interesadas y el público. ¡El público! ¡En un país en donde se gobierna por decreto ley, sin consultar siquiera al Parlamento! Me resulta poco creíble.

En Bruselas, las Comisiones de Pesca y Agricultura se niegan, con razón, por el perjuicio a agricultores y pescadores. Hay manifestaciones, campañas de información y desinformación. Mientras, la ministra Ribera llega en bicicleta, seguida de sus coches oficiales, para salir en la foto.

Pero, ¿quién está detrás (y delante) de todo esto? Los defensores del decrecimiento económico como medio para restablecer el equilibrio ecológico perdido. Son una escisión de los ecologistas que no aceptan la opción conocida como “transición ecológica” porque, según ellos, ya no da tiempo. Este giro de guion, no lo vi venir. Pensé que los economistas cenizos éramos los que señalábamos que no estamos para algarabías del gasto, y nos han adelantado por la derecha quienes creen que está todo tan mal, que no da tiempo ni a transitar, que lo suyo es frenar la producción y el consumo y decrecer para replantearnos todo.

Los defensores del decrecimiento económico como medio para restablecer el equilibrio ecológico perdido

El doctor en ciencias químicas y miembro de Ecologistas en Acción, Luis González Rey, en su libro “Decrecimiento: del qué al cómo. Propuestas para el Estado Español”, lo explica muy bien. Hay que frenar el crecimiento en aquellos sectores con más impacto: en España, el turismo, alimentación y la automoción. En su entrevista en una publicación online afirma: “Necesitamos reducir nuestro consumo material y energético, necesitamos economías basadas en lo local, necesitamos economías integradas en los ecosistemas”.

Pero, ¿qué implica eso? Por ejemplo, en el sector de la vivienda, González Rey considera que no hacen falta nuevas casas. Hay que acondicionar muchas de las existentes. Computar cuántas viviendas vacías hay en España, “la mayoría en lugares donde tenemos que fijar población, en el mundo rural. La transformación del sector incluye la reducción, pero también la adaptación”. ¿Y cómo convences a la población urbana de que se tiene que ir a vivir, no donde quiera, sino donde haya casas vacías?

¿Qué hacemos con el empleo, teniendo en cuenta que va a haber sectores que, literalmente, van a desaparecer? Nada: reducción de la jornada laboral acompañada de autoconsumo. En sus palabras: “Si una parte de la energía no la tengo que comprar porque la produzco, si algunos alimentos tampoco porque también puedo producirlos, si por la economía de cercanía me alcanza con la bicicleta, avanzaríamos en una autonomía económica, fundamental en políticas de corte decrecentistas".

Los agricultores y ganaderos de España, los trabajadores de los sectores de alimentación, turismo y automoción, deben estar muy pendientes de lo que pase con este proyecto, porque lo que hay detrás es esto.

Es la propuesta más elitista y más de espaldas a la realidad de los trabajadores que he leído en mucho tiempo. Como siempre me dice mi amiga Berta González de Vega, la agricultura en bicicleta es de pijos. Los demás vamos a Carrefour el domingo. No sé si estas personas han doblado el lomo recogiendo aceituna o sabe lo complicado que es mantener una ganadería, hoy en día.

Yo les deseo lo mejor. Que se vayan a una comuna a algún pueblo abandonado de la España vaciada y pongan en marcha sus propuestas. Pero, por favor, no me las impongan.