Imagen sobre el sector turístico.

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La tribuna

¿Ahora el turismo genera pobreza?

El autor reflexiona sobre el papel que juega el turismo para las regiones más dependientes del sector. 

27 diciembre, 2022 01:28

Por primera vez desde que existen registros estadísticos oficiales, que viene siendo lo mismo que decir por primera vez en la historia, Baleares, la región más turística de España con notable diferencia sobre el resto, ha obtenido un PIB per cápita inferior a la media nacional.

Ya casi nadie se acuerda a estas alturas, pero ese mismo territorio volcado en el monocultivo turístico desde principios de la década de los sesenta del siglo pasado fue en su día el que ocupó el primer puesto en tal indicador, el PIB per cápita. Un liderazgo absoluto en términos de renta por habitante que Baleares mantendría durante lustros a lo largo de la segunda mitad de la centuria.

Dedicándose exactamente a la misma actividad de siempre, pues, esas islas han pasado de ocupar una posición preeminente entre los lugares más ricos de la España rica a ir descendiendo peldaños, poco a poco y sin solución de continuidad, hasta el ostracismo actual.

Baleares, la región más turística de España ha obtenido un PIB per cápita inferior a la media nacional

Un instante, el presente, en el que se constata la desconcertante paradoja de que la provincia de Lleida, aquel rincón postergado de la Cataluña pobre y de secano cuyos pobladores parecían condenados de modo fatal a la emigración interna con rumbo a la industrial Barcelona, figura hoy en los rankings como un lugar más rico que Mallorca.

Lleida, la modesta Lleida, una zona predominantemente agrícola y especializada en la producción de pera limonera para la exportación, resulta que ya es, contra todo pronóstico y también contra toda intuición, un sitio que presenta niveles de renta personal superiores a los de la cosmopolita y glamourosa Mallorca.

Baleares ha descendido, y en picado, del primer al séptimo puesto en la clasificación regional, al haber sido superada por Madrid, Cataluña, el País Vasco, Navarra, Aragón y La Rioja (Castilla y León, que obtiene en la última medición publicada un volumen de PIB por habitante muy parejo, 24.428 euros frente a los 24.866 de Baleares, también amenaza con pasar por delante en breve).

Pero es que lo que está ocurriendo de un tiempo a esta parte con el otro archipiélago turístico, Canarias, todavía resulta más desolador. Así, Canarias está a punto a de convertirse en la región más pobre de España en términos de generación de riqueza por habitante. De hecho, técnicamente empatada con Andalucía, sobre la que aún mantiene una mínima e irrelevante diferencia testimonial en la clasificación de las dieciséis autonomías y dos ciudades autónomas, ya lo es.

Canarias está a punto a de convertirse en la región más pobre de España

Aquí y allá, en todas partes, la novísima e inquietante correlación directa entre turismo y pobreza comienza a resultar insoslayable. Pero de esos últimos datos regionalizados a propósito de la economía española que acaba de publicar el INE se desprende otra correlación evidente, si bien inversa en esta ocasión, entre la demografía y el mayor o menor peso del turismo en las respectivas estructuras sectoriales de cada demarcación.

Dejando al margen a Madrid, el nodo peninsular de las grandes redes globales integradas que desde hace tiempo juega en otra liga, solo el País Vasco, la antítesis perfecta de una economía orientada a los servicios turísticos por la persistencia en el tiempo de su tradicional vocación industrial, consigue obtener un nivel de producción por habitante superior a la media de la Unión Europea. Un logro al que, como es lógico, no resultan ajenas las cifras censales que reflejan la tendencia de su población a lo largo del tiempo.

A ese respecto, ocurre que sus valores absolutos apenas se han movido desde el cambio de siglo. El País Vasco solo ha aumentado en un 4,5% el número de pobladores en los últimos 22 años. Ahora, hay casi los mismos vascos que en el año 2000, pero, siendo casi los mismos, producen mucho más que en el año 2000. En idéntico periodo, Baleares ha incrementado su población permanente en un espectacular 51%, mientras que Canarias ha sumado, por su parte, un 37% adicional a la suya.

En Baleares y Canarias son muchos, muchísimos más hoy que hace veinte años, pero, siendo muchísimos más, producen menos en términos comparativos que hace veinte años. Algo, obviamente, está fallando. Y cada vez más a medida que pasa el tiempo.

 El País Vasco solo ha aumentado en un 4,5% el número de pobladores en los últimos 22 años

No cabe atribuir esa contraintuitiva decadencia que reflejan las estadísticas ni a los estragos de la Gran Recesión de 2008 ni tampoco al posterior colapso de los viajes de ocio ocasionado por la pandemia. No procede por la muy contrastada razón de que el común sesgo negativo de sus indicadores económicos se había consolidado desde mucho antes de 2008.

Por lo demás, ¿cómo entenderlo? ¿Cómo entender que la misma actividad económica que sirvió en su momento, un momento no tan lejano, para transformar en punteros a lugares que habían permanecido en posiciones relegadas de modo crónico, de repente, se haya transmutado en un factor de aparente lastre para su capacidad de desarrollo? ¿Cómo entender que el turismo haya pasado de crear riqueza a generar pobreza en apenas un abrir y cerrar de ojos?

Quizá porque el turismo, e igual antes que ahora, constituye un ramo de actividad que, por sus propias características intrínsecas, alumbra no sólo muchos puestos de trabajo, muchos más que la industria, sino también muchos puestos de trabajo que requieren para su eficaz desempeño poca, muy poca o casi nula cualificación profesional y académica. Un rasgo específico, ese, que en el siglo XXI lo convierte en un poderoso imán que atrae a la inmigración masiva procedente de los países en desarrollo. He ahí el factor crítico que marca la diferencia y explica lo inexplicable.

En los años sesenta, toda la mano de obra del sector era nacional, algo que propició la subida progresiva de los salarios reales, y en consecuencia de la renta personal en la zona, toda vez que su número estaba limitado por la demografía española. Pero aquel mundo, el de ayer, ya no existe.

Hoy, la realidad, una realidad que se empeña año tras año en demoler todos nuestros viejos esquemas mentales, es justo la opuesta. En lugares como las Baleares, cuanto más crece su industria turística, más crece su nivel de pobreza. ¿A más turismo, más y más oferta de mano de obra dispuesta a aceptar cualquier salario por bajo que resulte y, en consecuencia, más pobreza agregada? La respuesta es sí.

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