Ucrania, poner las luces largas en ciberseguridad

Ucrania, poner las luces largas en ciberseguridad

La tribuna

Ucrania, poner las luces largas en ciberseguridad

5 abril, 2022 03:38

El pasado 24 de febrero, apenas unas horas antes de que Vladímir Putin compareciera ante las cámaras de televisión para informar sobre el inicio de una operación que desmilitarizara y desnazificara Ucrania [sic], desde Redmond, un suburbio de Seattle en el estado de Washington, Microsoft informaba al Gobierno ucraniano de una fuerte ofensiva dirigida a destruir componentes de su infraestructura digital.

En las últimas semanas leemos sin cesar sobre la lentitud del avance ruso sobre territorio ucraniano: la cantidad de pérdidas materiales sufridas, el desorden estratégico, la falta de planificación, las carencias logísticas o incluso la falta de adiestramiento de un ejército joven.

Y sí, las ofensivas rusas que comenzaron como el paradigma de una guerra híbrida sin tanques y misiles con los que desestabilizar un país -volvamos a Georgia en 2008 o a Maidan y Crimea en 2014- ahora parecen haberse convertido en una guerra convencional: bombardeos masivos, avances en el frente y miles de refugiados abandonando sus hogares.

Pero la realidad es que esa guerra cibernética, no convencional, no se ha detenido y desempeña un papel fundamental tanto en el transcurso de la guerra como en el equilibrio de fuerzas previo y posterior a un conflicto.

Esa guerra cibernética, no convencional, no se ha detenido y desempeña un papel fundamental

Los ciberataques tienen un primer efecto cuyo éxito para Rusia, al menos de puertas hacia afuera, está siendo limitado: la batalla por la propaganda. El contexto en el que transcurre la guerra, sus legitimidades y su razón moral, se persigue a través del boicot a sitios web de importantes medios de comunicación, redes sociales, empresas o incluso sedes electrónicas ministeriales.

Aquí desempeñan un papel determinante grupos como Anonymous, en una dirección, o Conti, que en sentido contrario ha anunciado su intención de atacar a personalidades influyentes occidentales.

Los otros dos efectos a destacar tienen influencia directa en el desarrollo de la guerra sobre el terreno. Por una parte sobre las infraestructuras críticas: hasta ahora, Rusia ha optado por bombardear de forma más convencional instalaciones tecnológicas, pero tiene la capacidad de lanzar ciberataques que permitan incomunicar ciudades o dejar a sus habitantes sin agua o energía. Esta estrategia minimiza, en caso de posterior ocupación, la destrucción física y facilita la reconstrucción posterior.

El último efecto tiene que ver con la propia innovación tecnológica y desarrollo del armamento utilizado: a mayor digitalización armamentística de un ejército, más vulnerable puede resultar el software de las aplicaciones utilizadas para el control de la artillería o los datos relativos a la geolocalización.

Pero acerquémonos ahora al antes y al después del conflicto. Al igual que podía haber indicios de este movimiento bélico en años precedentes –y huyamos del sesgo de confirmación-, numerosos expertos llevan años subrayando la utilización de Ucrania por parte de Rusia como un laboratorio de ciberataques -2015, 2016 o 2017 al sistema eléctrico ucraniano, entre otros.

Y es que, como en la guerra convencional y aunque haya determinación para actuar o contraatacar, quien vacila o adopta una actitud pasiva ante una crisis potencial y no destina los recursos necesarios para su defensa llegará tarde a la protección de sus infraestructuras.

El ejemplo más paradigmático en la actualidad es el control de las redes y la infraestructura 5G, pero, de nuevo y como veremos, el debate se volverá pronto caduco. En el desarrollo de esta y otras tecnologías podemos distinguir dos tipos de amenazas. Por una parte, los grupos más o menos organizados: hackers individuales o hacktivistas; grupos que no se identifican con organismos nacionales o supranacionales y cuya trazabilidad resulta compleja.

Junto a ellos, compañías multinacionales referentes en su sector que, por su liderazgo tecnológico, se convierten en ocasiones en sospechosos habituales por su nacionalidad y su relación con los gobiernos de sus países de origen.

Y aquí entra en valor la necesidad, como indicaban recientemente el comisario europeo, Thierry Breton, o el Alto Representante de Política Exterior, Josep Borrell, a través de la Brújula Estratégica sobre seguridad y defensa europea, de una industria europea fuerte también en el sector tecnológico. Porque ya no se trata solo de proteger a tu organización sino también de controlar a tus proveedores y ahí entra en valor, en definitiva, la geopolítica digital, compleja porque cada actor estatal tiene una dependencia en el desarrollo de sus redes y unos intereses económicos y de seguridad diferentes.

El debate estos días gira en torno al gas, a la congelación del Nord Stream 2, a la interconexión gasística de la Península con nuestros vecinos del norte e incluso a la capacidad de autodeterminación del pueblo saharaui, y se celebra con cierto alivio una postura común de los Estados miembro frente a la invasión Rusia, de forma casi independiente a su dependencia energética.

Quizá sea el momento de poner las luces largas también en materia de ciberseguridad y protección de las infraestructuras digitales, de poner en un segundo plano esa Europa de playa, monumento y balneario y prepararse para competir en las mejores condiciones posibles por un mundo 6G a través de una autonomía tecnológica que nos permita, no solo estar listos para las ensoñaciones imperiales basadas en ciertos mitos culturales de algunos, sino para generar industria y empleo y liderar el futuro tecnológico en una región que tiene los medios económicos y humanos para hacerlo.

*** Ramón González, responsable de la oficina de ATREVIA en Bruselas.

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