Las bolsas continúan la trayectoria esperada y propia de un año, como el 2015 que nos orienta, en el que se juntaron como ahora la retirada de los estímulos monetarios y la subida de tipos de interés. Y para “animarlas”, la semana pasada fue tan pródiga en números importantes, que es difícil seleccionar uno que la caracterice.

Los números, esa herencia india que todo el mundo sabe que llegó a Occidente a través de los árabes, aunque muy pocos se hayan hecho la pregunta de cómo habían llegado hasta los árabes previamente, en un recorrido tan insólito como incrustado en la tradición de los cismas del cristianismo.

Y es que muchos de los antiguos centros del saber han quedado casi sepultados en el olvido, como el que construyeron los cristianos diofisitas (los que rechazaron la doctrina el Concilio de Calcedonia porque veían en Cristo dos naturalezas, la humana y la divina, y se vieron arrojados extramuros del Imperio bizantino) en la ciudad de Nisibis (hoy Nusaybin en el Sudeste de Turquía). Unos cristianos que no solo dieron origen a la Iglesia y a los estremecedores cantos litúrgicos siríacos, sino que supieron mantener la educación superior hasta que los califas de Bagdad asumieron el saber como propio y les arrebataron el  cetro de la sabiduría.

En aquella ciudad de Nisibis, el fraile y obispo Severo Sebokht supo ya lo que eran esos guarismos que hoy los gobiernos usan con tanta desenvoltura y falta de respeto porque solo ven en ellos el vehículo para sus operaciones de propaganda.

Aunque poca propaganda pueden hacer ahora, con esas tasas de inflación que nos llevan 40 años atrás en el tiempo en lugares como EEUU, donde el IPC ha alcanzado el 7,5% en tasa anual, algo no visto desde 1982. O donde la confianza de los consumidores (medido por la Universidad de Michigan) ha caído hasta 61,7, donde solo ha bajado en las dos peores recesiones (1974 y 1980-82) de los últimos 70 años. Ni siquiera durante la breve recesión de la pandemia en 2020 llegó a bajar tanto, gracias a las inyecciones de morfina monetaria de la Reserva Federal.

Con esos números el presidente Biden poca propaganda puede hacer y la mayor preocupación de los congresistas demócratas es llegar a las elecciones para la renovación parcial de las cámaras legislativas en noviembre con semejante estado de cosas.

Para remediarlo, la Reserva Federal va a subir los tipos de interés, y para hoy mismo a las 11:30 de la mañana de allí ha convocado una reunión en la que debatirá si subir o no la tasa de descuento, que no es precisamente la más importante para los mercados monetarios (porque solo la usan los bancos más menesterosos y necesitados de fondos) pero que ha puesto la mosca detrás de la oreja de todo el sistema financiero internacional. Si la Reserva Federal se arrancara hoy con una subida precipitada de su tipo de descuento y, sobre todo de la cifra mágica y básica que es el tipo de interés de lo que se llaman “fondos federales” (fed funds), es de suponer que cundiría el pánico en los mercados financieros.

Con esas tasas de inflación que nos llevan 40 años atrás en el tiempo en lugares como EEUU, donde el IPC ha alcanzado el 7,5% en tasa anual, algo no visto desde 1982.

Curiosamente sería una repetición casi idéntica de lo sucedido en 1994, también en el mes de febrero, y también en un día cuyo número del mes tiene un 4: entonces el 4 de febrero y esta vez el 14.

Entretanto, tal y como sucedía en los años 1970s e inicio de los 1980s, la falta de respeto por los números y quienes los elaboran sigue creciendo de día en día. No es solo en España donde da igual que el Instituto oficial (el INE) publique cifras que no cuadran con las que el gobierno ha utilizado para elaborar los presupuestos, sin que en el Ministerio de Economía se les mueva un músculo, sino que menudean los ataques de ese tipo por doquier.

¡Para que después haya quien diga que no todos los políticos son iguales! Al menos en esto parece que sí que lo son. Las recopilaciones recientes incluyen desde el presidente Erdogan de Turquía, que no ha podido soportar el shock que la ha producido ver que la inflación allí ya es del 50% y ha cesado al jefe de las estadísticas oficiales, hasta el de las islas Fiji, a cuyo estadístico en jefe sacaron de su despacho los guardias de seguridad hace unos meses, tras dar a conocer los datos de pobreza.

Parece que el oficio de estadístico se ha vuelto peligroso estos días. Si no lo es por lo mencionado, lo es porque los gobiernos muestran una impaciencia acusada que les lleva a querer decretar el fin de la pandemia cuanto antes. ¿Para qué esperar? Los daneses ya lo han hecho y no son más que unos rezagados imitadores del malogrado presidente Magufuli de Tanzania, que fue el que anduvo más listo para decretar que la pandemia se había terminado, ganándole la mano a todos: lo decretó en mayo de 2020.

Aquí, en España, hemos vivido amagos de lo que hizo el pobre presidente Magufuli, aunque algo más inocuas, cursis y chuscas, desde haber derrotado al virus un mes más tarde que él, hasta anunciar la vuelta de las sonrisas, o insinuar más recientemente la voluntad hispano-danesa de decretar también el fin de la pandemia.

Pero este “ataque de pensamiento mágico” de los gobernantes no solo se manifiesta en las facetas mencionadas, también se está viendo algo parecido en el baile de números de los fondos del Plan de Recuperación y Resiliencia.

Hasta el Instituto Bruegel, tan respetado, manifiesta ya sus dudas sobre la capacidad (pensando bien…) de los gobiernos europeos para usar de manera productiva los fondos de la llamada Next Generation. Según dicen ellos, el que la Comisión Europea haya estampillado 19 de los planes presentados con un OK, transmite la impresión de que los están aprobando en serie, como mero trámite, desbordados por lo ingente de la documentación recibida y temerosos a la vez de poner pegas y levantar una liebre difícil de controlar después.

Literalmente, esta es la duda del Instituto Bruegel: “diversos factores crean el riesgo de que no se obtenga un buen valor del dinero de la Unión Europea destinado a la recuperación”   

Entre los casos que citan, en lo que se puede interpretar algo maliciosamente como una enormidad, están los 416 hitos y objetivos presentados por el gobierno de España, en una cacofonía horrenda de movilidad sostenible, conectividad, restauración ecológica, infraestructura verde, misiones de país, ¡compleción! de inteligencia artificial, etc., materializadas en nada menos que 231.000 acciones sobre 160.000 edificios.

Por números que no falte. Si el obispo-fraile Severo Sebokht levantara la cabeza… Él, que enseñó a sus discípulos el uso ordenado de los números, cómo iba a imaginar que llegaríamos a vivir tamaña inundación… Y que los números también tendrían dos naturalezas, la de enseñar y la de engañar.

¡Atentos hoy al resultado de la reunión algo precipitada del Consejo de Gobierno de la Reserva Federal! O la montaña pare un ratón, o veremos cómo aparece un número más, que será el  talismán del año.

Demos gracias a la escuela diofisita de Nisibis. Y escuchen su liturgia cantada: es la única conservada casi desde tiempo de los apóstoles. Aunque la Reserva Federal va a competir hoy con ella: ¡a ver quién provoca mayores escalofríos!.