Vergüenza ajena es lo que sentimos la mayoría de los españoles al ver el lamentable episodio de violencia que tuvo lugar el lunes en Lorca (Murcia) por parte de algunos ganaderos. Por mucho que uno haya admitido su error y afirmado que actuó así por culpa de la desinformación, el daño está hecho y su vergüenza debe ser propia.

Dejando de lado los pormenores lingüísticos, resulta fascinante todo lo que está ocurriendo en el sector agrícola y ganadero español. Por resumir, al mismo tiempo que la industria abraza la innovación tecnológica capaz de maximizar sus beneficios y reducir costes, rechaza cualquier cambio de paradigma que amenace su statu quo. ¡Qué cosas! Las recomendaciones para minimizar el consumo de carne roja y limitar las macrogranjas, o incluso prohibirlas, responden a criterios ambientales y de salud sobradamente avalados por la ciencia y mundialmente aceptados.

Sé que a nadie le gusta que le toquen su pan, pero si ese pan contamina y aumenta el riesgo de enfermedades cardiovasculares, está obligado a desaparecer o, como mínimo, a transformarse. Ya le pasó al sector del tabaco y a la minería y quema de carbón. Ahora lo estamos viendo con el azúcar y, como no podía ser de otra forma, con el campo.

La industria abraza la innovación tecnológica y rechaza cualquier cambio de paradigma que amenace su statu quo

Lo siento mucho, pero cuando la mecanización aumentó los beneficios de los grandes terratenientes, nadie se quejó (salvo la mano de obra que fue despedida en masa, pero así era el progreso y había que aceptarlo). En los últimos años, empresarios de todos los sectores han demostrado que les encanta la innovación. Eso sí, siempre que se traduzca en beneficios para ellos. Y, aunque parezca que la agricultura y la ganadería son de las industrias que más se aferran a las tradiciones, su progresiva apuesta por la digitalización y la automatización deja claro que sí están abiertas al cambio.

Los sensores que monitorizan cultivos y ganado para detectar y predecir condiciones de estrés hídrico, enfermedades o cualquier parámetro relacionado con la salud de plantas y animales se están volviendo tan comunes como el pienso y el abono. Y los robots que ordeñan vacas y recolectan fruta y verdura, y los drones que supervisan las fincas desde el cielo también han dejado de ser un sueño propio de la ciencia ficción.

Sin embargo, parece que cuando la revolución que se les pide aumenta sus costes a cambio de unos beneficios que se reparten de forma intangible entre la salud del planeta y las personas, su voluntad de transformarse salta por los aires, o por los plenos del Ayuntamiento de Lorca. Por supuesto, ni todos los agricultores y ganaderos son así, ni su sector es el único al que le cuesta invertir en transformaciones que solo ayudan al planeta y a las personas. De hecho, la industria bancaria está inmersa en su propia crisis de reputación por haber ignorado a sus clientes de la tercera edad a costa de una digitalización feroz.

Por eso es importante recordar que el progreso es responsabilidad de todos y para todos. Los ganaderos que se niegan a hacer más sostenibles sus negocios pueden ser los mismos que no entienden la nueva aplicación digital de su banco. Y los banqueros que ahorran en atención al cliente acabarán viendo cómo sus chalés y sus casas en la playa sufren el asedio del cambio climático.

Los ganaderos que se niegan a hacer más sostenibles sus negocios pueden ser los que no entienden la nueva aplicación de su banco 

Tampoco se puede dar un golpe sobre la mesa y forzar transformaciones inmediatas. Si las medidas del Ayuntamiento de Lorca para fomentar la sostenibilidad de su ganadería y mejorar la salud de su población suponen una amenaza para estas empresas, la solución consiste en aplicar medidas que les ayuden adaptarse poco a poco, no en limitarse a dejar las cosas como están.

En un mundo cada vez más interconectado, los verdugos de un sector pueden acabar siendo víctimas de otro. Del mismo modo que animamos a los empresarios a digitalizarse para seguir siendo competitivos, ellos deben entender que la pérdida de rentabilidad nunca puede servir de excusa para mantener negocios que lastran el avance social y medioambiental. Porque eso sí que da vergüenza ajena.