Una de las consecuencias negativas de las catástrofes, crisis globales y emergencias nacionales es el crecimiento del nacionalismo económico. Esta perversión de la natural preferencia y amor de cada uno por su tierra y su gente, tiene como base y fundamento el miedo de la población ante ese hecho extraordinario y peligroso y, en consecuencia, la entrega ciega del bastón de mando al gobierno por parte de la sociedad civil.

Tras la crisis del 2008, pudimos apreciar un incremento de la desconfianza de nuestra sociedad occidental hacia los mercados, especialmente el financiero y bancario, a pesar de quienes, como Daniel Lacalle, osaban escribir en su defensa, con títulos como Nosotros, los mercados, que tanto bien hizo.

No obstante, por encima de los economistas y periodistas que hemos intentado señalar la complicidad de gobernantes, el mal hacer de los responsables de la política monetaria, el equivocado rol de salvadores que los banqueros centrales se auto adjudicaron, hay que reconocer que la batalla por el relato, la perdimos.

Los ricos, los inversores, la libertad de mercado, el afán de lucro, la especulación como base de la lógica del mercado, son ideas denostadas, acusadas y condenadas por gran parte de la población, a nivel mundial. La aparición en la agenda internacional del cambio climático ha terminado de presentar al progreso económico como la causa de la destrucción de la vida sobre la tierra.

Los ricos, los inversores, la libertad de mercado, el afán de lucro, la especulación como base de la lógica del mercado, son ideas denostadas

La pandemia y la crisis subsiguiente están generando una profundización de esta deriva de la opinión pública. Como paso previo, las tensiones entre Estados Unidos y el gigante chino, la extraña posición de Europa en esta situación comenzaron a exacerbar las actitudes de una derecha menos moderada y que reclamaba soberanía económica. Mirar por "lo nuestro". Pero lo que estamos presenciando en redes sociales en este 2021 es mucho peor.

Simpatizantes del otrora partido más liberal en lo económico, según lo que ellos mismos alardeaban en redes, hoy recriminan a una persona como Juan Ramón Rallo, que, por lo visto, se ha convertido en un peligroso "apátrida" ante sus ojos. Imagino que yo debo parecerles la Pasionaria. "La única forma de defender a los trabajadores de vuestras sucias manos y de las de los empresarios explotadores es mediante el control estatal. Vosotros, liberales, venderíais a vuestro padre por un jornal"”.

Esas palabras no provienen de un perfil podemita, sino de una persona claramente simpatizante de Vox, que respondía a una crítica de Juan Ramón Rallo al sindicato asociado al partido de Abascal, Solidaridad. No es lo peor que le han dicho a Rallo, desde luego. No tiene más trascendencia, en ese sentido.

Me preocupa más la reflexión del empresario y amigo, Miguel García Tormo: “El falangismo ha vuelto, y sigue siendo igual que el socialismo”. Una frase muy cierta que es corroborada por escritos de reconocidos falangistas como José Garrido San Román, presidente del sindicato nacionalsocialista UNT y vicesecretario general de Falange Española y de las JONS.

En este sentido, Garrido establece como principios económicos actuales de su movimiento, entre otros, la nacionalización de los servicios públicos, la prohibición de la especulación y la usura, la nacionalización de la banca, la intervención del mercado en base a una planificación indicativa (al más puro estilo franquista), o el proteccionismo comercial.

La segunda parte del comentario de Miguel García Tormo, es aún más reveladora. Ante un tuit insidioso que afirmaba "Os gusta más el liberalismo chino", Miguel respondía: "El socialismo chino es tremendamente nacionalista, probablemente les encantara a los falangistas". Efectivamente. Lo que viene de China es la manipulación arancelaria para mantener el papel protagonista en el equilibrio económico internacional, el control económico por el bien de la nación, y sobre todo, ese miedo al otro, esa necesidad de defenderse, de protegerse económicamente.

Volvemos al mercantilismo del siglo XVII, a la mirada al exterior desconfiada de la dictadura, al control de precios, de beneficios, de inversión, porque la libertad económica implica abrirse, exponerse, competir, mejorar, buscar la excelencia. Un horror. Mucho mejor protegerse, aunque sea a costa del consumidor, que es el pagador de impuestos, los que financiamos las ideas mesiánicas.

Tampoco es que las políticas del gobierno ayuden: los precios de la energía, el control de fronteras Covid, la manipulación de la información que confunden y atemorizan a la población, el señalamiento de quienes no opinan igual, la deconstrucción del sistema judicial.

Dicen que los tiranos prefieren pueblos ignorantes. Hay algo mejor: ciudadanos ignorantes y con miedo. El sistema educativo extraordinariamente politizado, que sigue una agenda espuria y vacía de contenido penaliza a las nuevas generaciones y lastra la economía, pero asegura votantes adoctrinados. La degradación de las instituciones derivada de estas situaciones captura nuestra atención que no mira lo que pasa en la economía real.

Mientras los académicos nos preguntamos si estamos ante un aumento de los precios coyuntural, que pasará en menos de un año, o ante un proceso inflacionista más serio, mientras seguimos esperando que el gobierno asigne “bien” los fondos europeos, los empresarios se ahogan ante el imparable aumento de la tarifa eléctrica, la amenaza del estrangulamiento de la cadena de valor por diferentes razones (la complicada relación con China, la escasez de los contenedores, los últimos flecos del desajuste producido por la Covid).

Y, más en concreto, los empresarios españoles se plantean si la demanda española va a ser capaz de sostener la crisis de oferta que definitivamente golpea la economía mundial.

La subida de impuestos de nuestro país, excepcional en nuestro entorno, el rechazo a tirar de la energía nuclear, a pesar de que es la solución más barata y limpia, y la irresponsable y mezquina lucha partidista tanto en el gobierno como en la oposición, nos deja a los que pagamos la fiesta completamente impotentes y expuestos.

¿Cómo combatir esta deriva nacionalista tan peligrosa? Tal vez hay que acudir los países vecinos que, como Irlanda, por ejemplo, han logrado superar crisis severas acomodando a su caso concreto los principios de la libertad económica.

Malos tiempos para apostar por la competencia, que es, paradójicamente, la tabla de salvación sostenible de nuestra economía a largo plazo.