La experiencia de la pandemia ha acelerado el proceso de transformación de los principales sectores económicos del país y de la mayoría de las organizaciones del tejido productivo (incluidas las pymes), con una visión integradora: enfoque multidisciplinar, diversificación, rediseño de los espacios físicos, nuevos estilos de trabajo, liderazgo renovado y un claro acento en los procesos digitales.

El mundo de la salud no es ajeno a esta evolución y, aunque aún en una fase embrionaria, ha ido integrando a paso ligero soluciones de telemedicina, inteligencia artificial y big data para ofrecer respuestas ágiles y seguras a una sociedad cada vez más conectada con su propio bienestar y cuidado.  La asimilación de estas novedades, que facilitan el tratamiento personalizado y seguro a todos, no está siendo sencilla.

De un lado, la tecnología nos permite alcanzar lo impensable hace unos años: un sistema de salud trabajando por primera vez en Red y compartiendo datos -desde las oficinas de farmacia hasta los hospitales pasando por los centros de salud o las urgencias-, tratamientos y recetas que viajan con sus usuarios superando las paredes autonómicas, detección de incompatibilidades entre fármacos que de otra forma podrían originar daños irreparables, predicción de la demanda para evitar desabastecimientos en los suministros, y pautas y consejos sanitarios, ungidos de instantaneidad,  capaces de salvar vidas a tiempo y contribuir a la descongestión de ambulatorios.

Y del otro: el miedo, la parálisis ante lo desconocido. Mientras el sector aún calibra las bondades de esta nueva actitud digital en el ejercicio diario de la profesión, lo cierto es que palpita de fondo un dilema incómodo, aún sin resolver: la brecha en el acceso a los productos y cuidados de salud entre una población hiperconectada y ávida de frenesí tecnológico frente a otra que transita -a veces voluntariamente, las más irremediablemente- fuera de los focos digitales.

Según diferentes estudios, ocho millones de personas en España viven en zonas rurales donde la plena conectividad es una asignatura pendiente y se estima más de un 20% está fuera del círculo virtuoso de la digitalización. La pandemia ha desnudado nuestras carencias y ojalá pudiéramos reducir todo a una mera cuestión de equipamientos o conexiones Wifi.

El nivel de este reto no tiene parangón en este sector. Y exige una actitud flexible, capaz de gestionar el cambio asentado en un buen proceso de toma de decisiones que garantice el equilibrio y el sentido práctico. La actitud digital exige que seamos eficientes y, sobre todo, que enfoquemos nuestras acciones a un resultado bien delineado en un entorno cada vez más competitivo donde la tentación de mercadear con la salud ajena no se puede perder de vista.  

Los que creen que saben algo, deben considerarlo de un modo distinto. La apelación del profesor Keating va directa a la línea de flotación de nuestra zona de confort y nos convoca a todos, por eso la distribución farmacéutica que lidero al frente de Cofares se ha subido ya encima de la mesa. Nuestra actitud digital nos da el poder de volver a imaginar nuestros procesos, nuestros logros y nuestras carencias para convertirlas en una fortaleza.

*** Eduardo Pastor es presidente de Cofares.