Hace tres semanas, en estas mismas páginas, califiqué a octubre como “el mes en que perdimos la esperanza”, dada la evolución de la pandemia en todo el mundo y, en particular, en nuestro país. En noviembre, las cosas no han ido mejor. Sin embargo, hemos recuperado la esperanza por el anuncio de la próxima disponibilidad de varias vacunas que han demostrado una gran efectividad en las diferentes fases de desarrollo de las mismas.

En efecto, esos anuncios de vacunas han contrarrestado el bajo estado de ánimo por la evolución de la pandemia en buena parte del mundo en los dos tercios transcurridos del mes de noviembre, y cuyos datos se resumen a continuación. En rojo, los países que han empeorado, en número de nuevos casos, los datos de un ya de por sí horrible mes de octubre. En verde, los que han mejorado y en negro los que han mantenido la misma tónica del anterior mes.

En el conjunto del mundo ha habido, hasta el día 20, más de 11 millones y medio de nuevos caos, una cifra parecida a la alcanzada en todo el mes anterior. EEUU lleva ya 3 millones en este mes y no llegó a los dos millones en octubre. El país entra en el período de transición política tras las elecciones del 3 de noviembre en una tercera ola desatada. India y Brasil, por el contrario, están mejorando, algo que también ocurre en Argentina y otros países latinoamericanos.

(*) sin Rusia ni Turquía. Fuente: worldometers y elaboración propia @migsebastiang

(*) sin Rusia ni Turquía. Fuente: worldometers y elaboración propia @migsebastiang

En Oriente, las cosas siguen igual de bien en China y Vietnam. Han mejorado, y no es fácil, en Australia y Nueva Zelanda. Y han empeorado, aunque dentro de una escala envidiable, en Japón y Corea del Sur. Europa, excluyendo Turquía y Rusia, ha registrado 5,2 millones de nuevos casos. Esa cifra ya supera la del conjunto de octubre, y todavía quedan 10 días del mes de noviembre.

Dentro de Europa, casi todos los estados acumulan más casos nuevos este mes. Destacan Francia e Italia, que han sido los protagonistas en estas tres semanas de noviembre. Algunos países, como España y Reino Unido, ya han alcanzado el pico de la segunda ola y están en desescalada. No es el caso de Italia, ni de Francia o Alemania.

Da la impresión de que hemos aprendido a doblegar la curva, pero somos incapaces de evitar su escalada

Es de destacar la evolución de la pandemia en este último país. Puesto como el ejemplo en el que España debería mirarse, por parte de un alto cargo del BCE, lo cierto es que Alemania ha adelantado a España en el número de nuevos casos, algo que no había ocurrido en toda la pandemia. Este hecho, el no ser “los peores de la clase”, unido a la propia evolución de la pandemia en España, ha hecho mejorar el ambiente de pesimismo que reinaba aquí hace apenas un mes.

Evolución de la incidencia

El dato de la incidencia acumulada en 14 días (IA-14), número de nuevos casos en dicho período por cada 100.00 habitantes, se ha convertido en la referencia más popular para analizar la evolución de la pandemia en cualquier nación o región. En España, también sirve de umbral para activar o desactivar determinadas medidas de contención. Y, más recientemente, se ha convertido en el objetivo oficial nacional para alcanzar el final del estado alarma: una IA-14 de 25 sobre 100.000 habitantes.

En el gráfico presento, en azul, la evolución de esta variable desde que empezó a publicarse el 25 de mayo. Desde esa fecha hasta el 15 de julio la IA-14 se movió por debajo de un nivel de 15, con el mínimo de 7,7 conseguido el 25 de junio. Es decir, que ya hemos vivido esos registros que ahora nos parecen inalcanzables. Y todos sabemos lo que ocurrió después.

En la segunda quincena de julio comienza una escalada, en forma de brotes en múltiples lugares de nuestra geografía, todos ellos “presuntamente controlados”. A primeros de agosto superamos la barrera de los 50, y algunos, los “cansinos del Covid”, empezamos a alertar sobre la evolución de la pandemia mientras que en España, salvo los focos mencionados, se disfrutaba del verano, con algunas restricciones como el uso de la mascarilla, que no fue obligatorio en todo el territorio hasta finales de julio.

A primeros de septiembre la IA-14 llegaba a los 200 y empezaba a ser un clamor que se deberían tomar medidas, para evitar una repetición de la dramática primera ola de marzo. Pero lo cierto es que se puso el énfasis en los ingresos hospitalarios, la saturación de las UCI y el número de fallecidos, todas ellas variables que se mueven con retraso y que entonces no iban tan mal. Y se permitió la vuelta al colegio y a la actividad laboral, tratando de controlar los brotes, que seguían multiplicándose. La incidencia siguió subiendo, aunque a un ritmo algo menor y alcanzó un valor de 290 el 23 de septiembre.

Estuvo unos días en ese rango y, después, ¡oh milagro!, empezó a bajar, aunque a un ritmo suave, hasta alcanzar los 256 el 8 de octubre. Fueron momentos de vino y rosas, e incluso de jolgorio en algunas ruedas de prensa. De nuevo, la sensación de que “todo estaba controlado” volvió a ser la dominante. Y en esto, llegó el puente del 12 de octubre.

Fuente: Ministerio de Sanidad y elaboración propia @migsebastiang

Fuente: Ministerio de Sanidad y elaboración propia @migsebastiang

Es cierto que Madrid, que iba por delante en la curva, tomó algunas medidas de contención. Pero en el resto de España, las consecuencias del puente se hicieron notar con fuerza. En el gráfico se ve el brutal repunte, desde los 260 del 12 de octubre hasta los 530 el 3 de noviembre, más del doble. Una escalada de más de 270 puntos en apenas 3 semanas con sus dramáticas consecuencias en términos de tensión hospitalaria y fallecimientos.

Lo cierto es que, desde entonces, las medidas de contención parecen haber funcionado, aunque no somos capaces de precisar la efectividad de cada medida tomada individualmente, lo que causa muchas tensiones en los sectores sobre los que recae el peso del ajuste. Da la impresión de que hemos aprendido a doblegar la curva, pero somos incapaces de evitar su escalada. Es como el socorrista playero que es muy bueno reanimando a los bañistas cuando ya casi se han ahogado, pero que no es capaz de evitar que se metan en el mar imprudentemente. O mira para otro lado.

La tercera ola se evitará si se sigue un estricto programa de rastreo y testeo de los casos que se vayan detectando

La cuestión ahora es doble: ¿cuándo podríamos llegar al objetivo anunciado de 25? y ¿que podríamos hacer para evitar la tercera ola? En general, la tercera ola se evitará si se sigue un estricto programa de rastreo y testeo de los casos que se vayan detectando. Es decir, lo que no se hizo en verano. Para ello, habría que utilizar todas las herramientas a nuestro alcance, como son el análisis de las aguas residuales y el Radar Covid, que sigue sin funcionar en nuestro territorio y que, en diferentes versiones, ha sido clave en muchos países exitosos con la pandemia, hasta el punto de no tener una “segunda ola”.

El problema añadido es que, en esta ocasión, es probable que la consecución del objetivo se alcance cerca de las Navidades. Y ello obliga a tener un plan. No tanto por el manido tema de “salvar las Navidades”, un concepto cuyo significado debo confesar que no entiendo, sino por evitar una tercera ola como la que nos ocurrió tras el puente del 12 de octubre al que antes me he referido.

Plan Navidad

En efecto, en el mismo gráfico presento dos escenarios de caída de la curva IA-14 para las próximas semanas. En el primero, simplemente siguiendo la evolución de los últimos diez días, en los que la incidencia ha caído unos 100 puntos, a un ritmo de 10 puntos al día, alcanzaríamos el objetivo en plenas Navidades. En el segundo escenario, siguiendo una pauta semejante a una campana de Gauss, la mejora de la incidencia se va haciendo más difícil a medida que se alcanza un nivel cada vez más bajo. El objetivo, en este caso, no se alcanzaría hasta bien entrado febrero. Pero eso no es lo relevante.

Lo importante es que, en ambos escenarios, los niveles de la curva en vísperas de las navidades estarían en torno a los 200 puntos. Es bien sabido que es distinto tener un valor de 400 en plena escalada o cuando estás descendiendo por la curva. Por ejemplo, los actuales niveles de incidencia, de 400, son los mismos que se tenían a finales de octubre. En esas fechas suponían un nivel de alerta máxima y una petición de medidas drásticas, por parte de muchos, entre los que me encuentro. Pero un nivel de 400 ahora es casi motivo de celebración. ¡Pues imagínense un nivel de 200!

Si ni siquiera en la escalada fue suficiente para activar las alertas, ¿qué va a pasar con toda la presión ambiental, empresarial y social, para que se levante el máximo número de restricciones cuando lleguemos a los 200. ¿Alguien considera realista un toque de queda a las 12 en Nochebuena o Nochevieja con una incidencia de 100 o por debajo? ¿Y un confinamiento perimetral en municipios o comunidades que impida las reuniones familiares o el traslado a la segunda residencia?

Por tanto, siendo realistas, hay que hacer un plan para evitar que todos esos contactos y movilidad navideña se conviertan en el germen de una tercera ola. Además de controlar los eventos masivos, como las cabalgatas, que deberán ser “televisivas”, o las campanadas multitudinarias, la estrategia para que las Navidades sean lo menos arriesgadas posibles debe girar en torno a los test masivos. Los PCR son caros, incómodos y lentos en revelar el resultado. Pero los test de antígenos son rápidos, pueden ser baratos y serán accesibles si se permite que se hagan en las farmacias, con todas las garantías que sean necesarias.

Un test de antígenos no te valdría para todas las fiestas, pero sí para tener tranquilidad en cada una de las reuniones de Nochebuena-Navidad, de Nochevieja-Año Nuevo, o en la de Reyes por separado. El que quiera tranquilidad en las tres celebraciones se deberá hacer 3 test de antígenos. Por eso, su disponibilidad debe ser máxima y no se me ocurre otra fórmula que las farmacias.

El problema del coste puede ser relevante para muchas familias. Por eso, debería haber un test de antígenos gratuito por persona, pero sólo uno. Los que quieran hacerse más, deberán pagárselo de su bolsillo, aunque probablemente muchas familias opten por una sola celebración, dadas las circunstancias.

La estrategia para que las Navidades sean lo menos arriesgadas posibles debe girar en torno a los test masivos.

Las fiestas de Nochevieja para jóvenes y no tan jóvenes, podrían permitirse siempre que fueran al aire libre, con aforo limitado y previa presentación de un resultado negativo en un test reciente, de no más de 24 horas. Igualmente se podrían exigir en las reuniones familiares, bajo amenaza de sanción, aunque habría que apelar a la responsabilidad individual. Y exigible para circular por las calles en horario nocturno.

También serían necesarios para los desplazamientos a otras localidades. A la ida y a la vuelta. Además de unas Navidades más tranquilas, la realización de estos test ayudaría a localizar posibles bolsas de infectados no sintomáticos, que son los difíciles de localizar. Muchas grandes empresas ya lo están haciendo como prerrequisito para sus reuniones presenciales. Y con mucho éxito. Por eso se debería generalizar a toda la población, y que no sean no el privilegio de unos cuantos. Pero ello requiere, probablemente de modificaciones legales, preparar al sector farmacéutico y permitir a empresas y familias una planificación racional de sus Navidades. Es decir, un plan.

Nos jugamos mucho en las próximas semanas. Nos jugamos una tercera ola que puede ser demoledora, pese a la proximidad de la vacuna. Necesitamos aprobar el “test de las Navidades”. Para ello, hay que aprobar que sean las “Navidades del test”.

Miguel Sebastián - Universidad Complutense e ICAE