Desde comienzos de febrero he venido diciendo que China nos ha hecho en 2020 dos regalos: un virus maligno y una bola de cristal que viene indicando con toda claridad qué es lo que nos va a pasar durante el siguiente mes y medio. Y para aquello en lo que China no pueda darnos una orientación clara, tenemos aún cercana la recesión global de 2008-2009 (y la europea de 2012-2013) para inspirarnos.

Con mucho retraso, pereza y sentido exagerado de la invulnerabilidad (en definitiva, de manera muy irresponsable) los gobiernos de todo el mundo han ido asumiendo que había llegado una catástrofe y que no tenían más remedio que hacerle frente. Si se exceptúan unos pocos casos como Taiwán, Singapur y, quizá, Corea del Sur, la anomia moral frente a la pandemia ha afectado a todos: mercados financieros, bancos centrales y gobiernos.

La primera reacción oficial, lenta como todas, fue la de los bancos centrales que, desde comienzos de marzo han ido tomando decisiones drásticas pero insuficientes, lo que les obligaba pocos días más tarde a redoblar la apuesta. Finalmente, a fecha de hoy, su respuesta está a la altura del desafío, pero tuvieron que hundirse las bolsas un 40% (con tres semanas de retraso también) para que esa toma de conciencia completa tuviera lugar. Este llegar a la solución adecuada por aproximaciones sucesivas estuvo jalonada por patoserías como la de Christine Lagarde comentando a la prensa que ellos (el BCE) no estaban aquí para sacar de apuros a nadie.

Después los gobiernos se pusieron manos a la obra para intentar contener los efectos deletéreos de una recesión sobre la que no cabía, como en otras ocasiones, ninguna incertidumbre, ya que la iban a provocar ellos mismos con las medidas de confinamiento necesarias para detener la pandemia.

Una de las características comunes a las medidas tomadas en todas partes es el aplazamiento del pago de impuestos que, en España, no parece haber sido precisamente la medida estrella

Esas medidas, mejor que peor, se han ido desgranando a lo largo de las últimas semanas en todos los países, a veces, como en el nuestro, de una manera un tanto desordenada y contradictoria, sólo disculpable por la reacción de pánico extremo tras la extrema laxitud previa. Una de las características comunes a las medidas tomadas en todas partes es el aplazamiento del pago de impuestos que, en España, no parece haber sido precisamente la medida estrella. Me sorprende que nadie haya legislado directamente una mora general de la deuda durante dos meses y desde esa visión general haber ido descendiendo a los problemas que creara la casuística. En esencia las medidas puestas en marcha en todos los países coinciden en dos aspectos básicos: alivio de las cargas fiscales y avales públicos para conseguir préstamos bancarios.

El caso es que con mayor o menor fortuna esas medidas ya están en marcha y ahora toca empezar a pensar en otras que no sólo sirvan para contener el daño sino para reactivar las economías después de pasado el período de congelación a que se las ha sometido voluntariamente.

Aquí el libro de recetas es el de siempre y basta con mirar a otras recesiones (por ejemplo, a las más recientes) para saber cómo aplicarlo.

Otra alternativa sigue siendo mirar a China y demás países de Asia que también en esto vayan dos meses por delante de nosotros. Así, entre las medidas iniciales allí previstas, está la anunciada puesta en marcha por parte de los gobiernos regionales de proyectos de nuevas infraestructuras por el equivalente a un total de 1,3 billones de dólares. Es la misma respuesta que, en sus repetidas recesiones, ha aplicado Japón desde hace 30 años y que es tan estándar que hasta Donald Trump se ha lanzado a replicarla: ya es hora, ha dicho, de restaurar las infraestructuras de EEUU (en realidad, ya estaban tardando).

Ni que decir tiene que, en el caso de la Unión Europea en general y de España en particular la receta también es aplicable. Al Gobierno le toca decidir dónde se emplean los recursos económicos necesarios para ello, pero seguro que en Extremadura tienen un plan algo ferroviario para sugerirle lo que, junto con una exitosa negociación con Portugal, podría terminar en que resucite el viejo plan del AVE a Lisboa.

Y como ese plan, incluso en el caso de ser llevado a cabo, tardaría un tiempo en ponerse en marcha, habrá que recurrir a un sucedáneo del afamado y vituperado Plan E de Zapatero que, en alguna de sus materializaciones hizo bueno el famoso dicho de Keynes de cavar una zanja y volver a rellenarla. Lo que no quiere decir que no cubriera necesidades reales que nunca le van a reconocer sus detractores.

Pero “el pobre Zapatero” no hacía más que copiar lo que otros estaban programando: en los mismísimos EEUU, concluyó su Administración de entonces, que, dado que los grandes proyectos tardaban en materializarse, habría que ir a financiar infraestructuras propuestas por los municipios, lo que sería una vía mucho más rápida de contener la oleada de desempleo que se avecinaba.

En España todo el mundo sabe cuál es el otro sector importante al que hay que apoyar: el que toca cualquier faceta relacionada con el turismo. De hecho, países tan dispares como Reino Unido, Rusia, Turquía, China, Francia o EEUU, ya ha tomado medidas de apoyo al sector que son fundamentalmente ventajas fiscales.

España no tiene más remedio que combatir la recesión que afectará al sector del turismo con iniciativas audaces

Aunque esté claro que mientras la pandemia no se pueda dar por contenida habrá que ser muy cuidadosos con esto, España no tiene más remedio que combatir la recesión que afectará al sector del turismo con iniciativas audaces que se pueden resumir en esto: lanzar sendas ofertas irresistibles tanto en el terreno nacional como en el internacional para fomentar el turismo. Quizás esto sólo sea hablar por hablar, pero las empresas del sector, apoyadas fuertemente por el sector público, podrían lanzar esa “oferta irresistible” para viajar a España a los nacionales de los países que mejor han contenido la pandemia: Taiwan, Nueva Zelanda, Singapur, República Checa, Dinamarca… Y encaminarlos hacia las zonas de costa, o de turismo histórico, menos afectadas por la enfermedad aquí.

El resto de lo que puede programarse desde el Gobierno es bien limitado, salvo en lo que puedan ser las ventajas fiscales a otros sectores, con especial preferencia por algo para lo que debemos prepararnos: la fase de desglobalización acelerada que vendrá después de todo esto.

Como es bien sabido, la desglobalización se inició en 2008-2009 y ha seguido su curso hasta ahora, acelerada desde hace dos años por la guerra comercial entre China y EEUU promovida por Donald Trump. Un Trump al que aquí hace justo dos meses le habíamos dado todas las chances de ganar las elecciones presidenciales, salvo que, decíamos textualmente, sucediera “un desastre inimaginable, o temible que pudiera dar al traste con la repetición de la victoria del actual Presidente norteamericano”. Pues bien, ese desastre llegó y ya el ganar las elecciones lo tiene Trump bien difícil. Pero ganándolas o no, y con independencia del agrado o desagrado que provoque él, su acierto en la desglobalización es manifiesto.

El Gobierno español tiene que prepararse, por tanto, para que a España le toque, como mínimo, su parte alícuota en ese proceso de desglobalización que será, entre otras cosas, un proceso de reindustrialización o relocalización de las manufacturas. Y ya se sabe en que consiste el fomentar eso: ventajas fiscales, principalmente, a empresas, empresarios y directivos. ¡Ah! Y facilidades para una instalación rápida y sin trabas aquí.

Que nadie piense que, si Zapatero se vio forzado a bajar los sueldos de los funcionarios y a congelar las pensiones, en esta crisis va a ser diferente

Finalmente, que nadie piense que, si Zapatero se vio forzado a bajar los sueldos de los funcionarios y a congelar las pensiones, en esta crisis va a ser diferente. Aunque ahora se parta con la ventaja de que el Banco Central Europeo esté dispuesto a comprar toda la deuda pública española que haga falta, bien que sin llegar de momento al extremo que lo ha hecho el Banco de Inglaterra con su decisión la semana pasada de financiar directamente el gasto del gobierno británico originado por el impacto económico de la pandemia.

Mejor que clamar en el desierto de los eurobonos, España, Portugal e Italia deberían luchar por llevar el BCE al terreno del Banco de Inglaterra. La ocasión es propicia y, mientras no haya inflación, la medida, recomendable.